La Vanguardia

El Miró de Montroig

- Oriol Pi de Cabanyes

Que Miró trabajaba la pintura como el labrador su campo él mismo lo decía a los cuatro vientos. Siempre temerario, no temía pasar por no-cosmopolit­a, por aldeano. Siempre arraigado, siempre comprometi­do, su obra ofrece el testimonio de un raro chamán del sur europeo atravesado por las tensiones de concepto que cuestionan la civilizaci­ón de la era industrial. Ahora que quizá corremos el peligro de olvidarlo, debería tenerse muy en cuenta la influencia decisiva que tuvieron para él el paisaje y la vida rural de Mont-roig. Si sin el París del surrealism­o, Miró no habría tenido el reconocimi­ento y el éxito comercial que luego revalidó en Nueva York, sin la fuerza telúrica de aquella tierra áspera de Tarragona, Miró no sería Miró.

Es aquí, en Montroig donde Miró fue proyectand­o en su obra la “real irrealidad” que lo hizo universal. El pintor trabaja muy intensamen­te en el mas Miró de Mont-roig, “sin la más mínima idea preconcebi­da” y dejándose llevar “sólo por la irresistib­le fuerza de la alucinació­n y por el divino azar” (como dice él mismo en una carta de agosto de 1935).

Todo esto, quiero decir el Miró ultralocal, queda muy bien documentad­o en el libro Joan Miró i Mont-roig. El xiscle de l’oreneta, de J.M. Martí-Rom, una crónica detallada, casi notarial, de la fecunda relación del artista con un entorno campesino en el que capta, y transmuta, el magnetismo de unas realidades del mundo tradiciona­l que le procuran “un choque poético”. “La mayoría lo tomaba por loco” –reconoce Martí-Rom. Corría por los caminos cuando la gente creía que sólo corren los que huyen, se estaba quieto como un pasmarote contemplan­do una nube, un ocaso o la salida del sol. Una vez detuvieron al joven Miró cuando estaba sentado en la playa, al amanecer, “mirando fijamente hacia adentro, como si esperara a alguien, según los carabinero­s”. Hay muchas verdades en este libro. Como cuando su esposa se quejaba de que los marchantes “lo tienen cogido” o que “no es dueño de lo que hace”. Miró es hoy un icono, pero el más auténtico Miró tiene sus raíces en Montroig.

Tal como se ha hecho con Picasso en Gósol y en Horta de Sant Joan, también Montroig ha tenido hasta hace poco un espacio expositivo, el Centre Miró, dedicado a honrar un artista hoy de fama y valor pero poco apreciado en el pueblo, por extraño, cuando estaba vivo (como ocurrió también con Gaudí o con Dalí, y ahora muchos viven de ellos).

“Ha costado mucho tiempo y esfuerzos conseguir que parte de la gente del pueblo estime a Miró”, reconoce MartíRom. Ahora que, gracias a la familia y a la contribuci­ón institucio­nal se ha podido abrir al público el mas Miró, es de desear que no se pierda el valor añadido de una estima que vincula a Miró con el paisaje, la gente y la cultura popular de Montroig.

Joan Miró ofrece el testimonio de un raro chamán del sur europeo

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