La Vanguardia

“¿La rabia? Bienvenida sea”

Jacinto Elá, exfutbolis­ta guineano, bucea en las reflexione­s del belga Lukaku

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Romelu Lukaku (25) juega al fútbol con rabia.

Él mismo lo ha contado en alguna ocasión. Lo hizo, por ejemplo, el lunes, tras un partido memorable. Había marcado dos goles ante Panamá (Bélgica ganó 3-0) y luego se había visto elogiado por sus compañeros, que aplaudían su rendimient­o en el segundo tiempo.

Lukaku dijo: –Siempre he sentido mucha rabia al jugar. Por muchos motivos. Por ejemplo, porque en mis primeros años había ratas corriendo por mi apartament­o. O porque no podía ver los partidos de pago de la Champions. O por la forma en que los otros padres me miraban cuando era un crío.

Se refería a sus orígenes en las categorías infantiles del Lierse SK. Cuando tenía once años y escuchaba ecos en las tribunas. Lukaku contaba:

–En una ocasión, un padre de un equipo rival intentó literalmen­te prohibirme que saltara al campo. Decía: “¿Cuántos años tiene este muchacho? ¿Dónde está su DNI? ¿De dónde viene?”.

Jacinto Elá (35) se identifica con aquellas experienci­as. Viene de Guinea Ecuatorial. Se inició en el fútbol a los ocho años y lo jugó a un nivel altísimo. Tanto, que en 1996 se le declaraba el mejor jugador infantil del mundo. Para entonces ya estaba en las categorías inferiores del Espanyol. El futuro era suyo. Jugaba con rabia:

–¿La rabia? Bienvenida sea. Sin ella, no avanzas –cuenta Elá, que acaba de publicar Ulises, diario de un futbolista pobre, su segundo ensayo sobre su experienci­a en el fútbol.

–¿De qué rabia habla usted? –Tenía que defenderme en ambientes hostiles. Cuando yo jugaba era el único negro en el campo, no como ahora, que siempre hay varios negros en todos los equipos. Los rivales me decían: “Negro de mierda”. Yo era un saco de boxeo. Me daban una patada fuerte y me levantaba como un resorte. Debía engañarle al que me había pegado. Hacerle creer que no me había hecho daño. Recuerdo un pelotazo en la cara. Me pasé un cuarto de hora viendo doble, pero el otro ni se enteró.

–¿Y el árbitro?

–El árbitro me decía que yo estaba siempre provocando: “Tú no paras”, me decía. Y yo jugaba rabioso. Esa rabia... es la gasolina. ¡Bendita sea!

–¿Y fue usted pobre?

–Mi experienci­a infantil no es la de Lukaku. Su infancia fue dura. Habla de que echaba agua al bol de cereales. En Guinea, mis padres trabajaban. Yo no era pobre. Pero luego, cuando vine a España con mi madre, entonces lo pasamos peor. Ella no lo confesó, pero le echaba agua a la leche. –¿Y cómo lo supo usted? –Cuando era un niño, y estaba interno en un colegio en las Canarias, la leche era cremosa, distinta a la que me daba mi madre ¡Qué bien olía, qué bien sabía! Y luego, cuando jugaba en la Fundación Logroñés, o en el Alavés B, y no me pagaban, acabé haciendo lo mismo, alargando los alimentos con agua. O cogiendo cuatro naranjas en el súper y pesando tres... La pobreza te agudiza el ingenio.

O te espabila.

Lukaku, que juega en el ManU, es millonario.

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ADRIAN DENNIS / AFP Romelu Lukaku, el pasado lunes

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