Ejercicios de cordialidad
ES posible que el hombre sea un animal cordial, antes que social. La cordialidad es la antesala del entendimiento. Está en la esencia de la civilización. El día que la agresividad hacia el otro se transformó en amabilidad entre ambos, el mundo empezó a construirse sobre otras bases. Y el ser humano se convirtió en el principal elemento de transformación de la realidad. Susan Sontag decía que el mayor de los fracasos del hombre era la falta de cordialidad. Su ausencia está en la base de todos los conflictos, en el inicio de todas las batallas.
La reunión fijada en el palacio de la Moncloa para el 9-J entre Pedro Sánchez y Quim Torra es un ejercicio de cordialidad, después de meses de hostilidades mutuas. Costará explicar a las próximas generaciones que el 27-O se alcanzó después de que durante 22 meses Mariano Rajoy y Carles Puigdemont fueran incapaces de sentarse alrededor de una mesa. De hecho, hubo que esperar dos años y medio para que se intercambiaran los números de sus móviles: lo hicieron a raíz del atentado terrorista del pasado agosto. Es posible que tanto Rajoy como Puigdemont hubieran leído a Terencio (“sólo los cordiales merecen ser tratados con cordialidad”), pero el resultado final invita a pensar que la cordialidad debería ser como la gimnasia: hay que practicarla a diario; no sirve de nada hacerlo puntualmente.
Sánchez y Torra han dado muestra de cordialidad al poco de llegar a sus cargos. Es una buena manera de empezar una relación. Nadie espera de este encuentro grandes pactos, pero sí la voluntad de avanzar en acuerdos. Leyes encalladas en el Constitucional, mejoras concretas del autogobierno o el acercamiento de presos figurarán en la agenda. Pensar que vayan a abordar el derecho de autodeterminación es una ingenuidad. Torra está obligado a hablar de ello, y Sánchez, a responderle que eso es una línea roja. Pero si se hace con cordialidad, algo habremos avanzado.