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La inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona, y la concesión de la libertad provisional a los cinco miembros de La Manada.
TARRAGONA inaugurará hoy los XVIII Juegos Mediterráneos, en una ceremonia a la que ya han confirmado su asistencia el Rey y el presidente Sánchez. Pero no el president Torra, que anoche prefirió no revelar si asistirá o no al que probablemente sea el acontecimiento de mayor importancia para Tarragona en los últimos tiempos. En los próximos días, y hasta el 1 de julio, más de 3.600 atletas procedentes de 26 países participarán en esta celebración deportiva, que recala por tercera vez en España.
El camino hasta la inauguración de estos Juegos ha sido largo y azaroso. Según recordaba Josep Fèlix Ballesteros, alcalde de Tarragona, en una entrevista publicada en este diario anteayer, empezó a hablarse de estos Juegos hace ya veinte años, cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona eran todavía un recuerdo reciente. Pero hubo que esperar hasta el 2011 para lograrlos, durante una asamblea del Comité Internacional de los Juegos Mediterráneos que tuvo lugar en Turquía, y en la que Tarragona se impuso a Alejandría por un estrecho margen de votos. Tras la nominación, las cosas no fueron tampoco fáciles. Los años de la crisis incidieron negativamente en este proyecto, hasta el punto de que, a falta de los recursos prometidos, Tarragona se vio obligada a aplazar la celebración de los Juegos, inicialmente previstos para el año 2017. Y ha habido que esperar hasta este mes de junio para ver inaugurados el Palacio de Deportes Catalunya y la piscina olímpica en Campclar, dos destacadas instalaciones deportivas. Un mes atrás todavía había tarraconenses que hablaban de los Juegos con escepticismo.
Ningún proyecto ambicioso se libra de críticas, más o menos justas. Tampoco el de los Juegos Mediterráneos en Tarragona. Sus impulsores debieron hacer frente a reproches diversos, desde aquellos que los tildaban de iniciativa obsoleta hasta los que preveían un grave endeudamiento para una ciudad de poco más de 130.000 habitantes, la más pequeña de cuantas han acogido este certamen, o los que cuestionaban la pertinencia de las inversiones efectuadas. Pero gracias al entusiasmo de quienes durante años los han respaldado, hoy se convertirán en realidad. En una realidad que, además de poner a Tarragona bajo los focos de la atención mediterránea, le dejará como legado una serie de instalaciones deportivas para uso y disfrute de sus ciudadanos. Y, también, otros equipamientos extradeportivos, como el parque de quince hectáreas en el área de la anilla olímpica, junto a la autovía. O como la pasarela peatonal patrocinada por el puerto que une la Rambla, en el centro de la ciudad, con el paseo marítimo y la playa del Miracle, salvando las vías del tren, que sin duda ha de contribuir a dinamizar ambas áreas.
Los XVIII Juegos Mediterráneos constituyen, obviamente, una oportunidad para Tarragona. En nuestra época, cualquier ocasión capaz de generar repercusión mediática es bienvenida, porque tal repercusión suele acabar propiciando la llegada de recursos. Es por tanto conveniente que las cosas se hagan lo mejor posible, de tal manera que, en la hora de su clausura, estos Juegos constituyan un motivo de orgullo para la ciudad mayor, si cabe, que el derivado del momento inaugural. No hay razones para pensar que no será así. Los Juegos de Tarragona son ya el fruto de una ambición, una planificación y una tenacidad que están en la base de las grandes empresas, y que aquí se han dado en la medida necesaria para superar numerosas dificultades.