¿Costumbre o acoso?
De entre las numerosas tradiciones que se llevan a cabo durante las bodas, el lanzamiento del ramo de la novia es uno de los momentos más esperados, y también más discutidos según comenta Quim Monzó: “Ella lo lanza hacia atrás, a ver cuál de sus amigas invitadas lo pilla al vuelo. La que se haga con él será la siguiente en casarse, dice la superstición. Pero ¿qué pasa si una de ellas no quiere ser la siguiente en casarse? ¿Qué pasa si, de hecho, no se quiere casar nunca?”.
He ido a tres bodas. Una cuando todavía no tenía veinte años (para asistir me compré en Furest un traje color magenta despampanante), otra poco después de cumplirlos (la fiesta fue en un restaurante que había en Montjuïc, en la Font del Gat). La tercera es más reciente, de hace quizás una docena de años. Por eso tengo un recuerdo más preciso y por eso agradezco no haber sido nunca protagonista de ninguna.
En los tres casos los rituales que se llevan a cabo me dejaron boquiabierto. Que el novio no pueda ver el vestido de la novia antes de la ceremonia. Que tenga que llevar el nudo de la corbata bien hecho, porque si le quedara torcida querría decir que, una vez casado, sería un marido infiel. Me fascina la obsesión, todavía ahora, de que el vestido de la novia sea blanco. (Porque el blanco significa pureza, virginidad, etcétera.) Me gusta que el velo sea símbolo de pureza y que, cuando están delante del altar, el novio se lo retire con suavidad para verle nítidamente la cara, una pantomima que tiene un subtítulo preciso: “Ahora ya eres mía y mis ojos ya te pueden ver sin gasas: empecemos por la cara y más tarde
Agradezco no haber sido nunca protagonista de ninguna boda, ni del convite posterior
te iré quitando el resto de prendas...”. La primera vez que vi que los amigos del novio le cogían la corbata y la cortaban a trozos me pareció una alegoría tan clara de la castración –“home casat, burro espatllat”– que me sorprendió que me dijeran que es una costumbre que se hace porque trae buena suerte.
Después está lo del ramo de flores de la novia. Ella lo lanza hacia atrás, a ver cuál de sus amigas invitadas lo pilla al vuelo. La que se haga con él será la siguiente en casarse, dice la superstición. Pero ¿qué pasa si una de ellas no quiere ser la siguiente en casarse? ¿Qué pasa si, de hecho, no se quiere casar nunca? ¿Qué pasa si ninguna de ellas quiere acabar frente al altar? Pues que lo esquivan. Es una costumbre que empieza a estar mal vista según donde. En algunos países hay mujeres que consideran que es una forma de acoso, una manera de señalarlas: “¡Eh, tú, a ver si te casas ya de una vez!”. El SoraNews24 (“bringing you yesterday’s news from Japan and Asia, today”) recoge las opiniones de dos japonesas. Dice una: “¿Por qué tenemos que sufrir esa humillación ante una multitud si ya hemos tenido que dar a los novios 30.000 yenes para su regalo de bodas?”. Dice la otra: “Odio muchas tradiciones de boda, y soy muy crítica. Pero tras leer un artículo sobre el ‘acoso del ramo de flores’, todavía me queda más claro que es una práctica del todo degradante”. Ahora, ¡lanzar el ramo de flores se considera también una forma de acoso! ¿Queda algo que no sea ya una forma de acoso? Remata el SoraNews24: “A veces, el rechazo de esa costumbre genera situaciones incómodas, como que la novia lance el ramo, nadie se mueva para cogerlo y caiga al suelo”. Espero con ansia que las fuerzas antiheteropatriarcales denuncien el ritual de cortar la corbata porque, como es un claro símbolo fálico, no deja de ser un micromachismo: una alusión a las mujeres como agentes castradoras una vez casadas.