La Vanguardia

Europa, una jirafa

- Josep Antoni Duran Lleida

Mark Rutte, primer ministro holandés, describía hace unos días a Europa como “una jirafa, un animal difícil de definir pero fácil de reconocer”. Atendiendo al pronunciam­iento de Robert Schuman en su declaració­n del 9 de mayo de 1950, “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizacio­nes concretas, que creen en primer lugar una solidarida­d de hecho”, no parecerá sorprenden­te considerar que el próximo Consejo Europeo del 28 y 29 de junio sea uno de los hitos de la definición europea.

La UE tiene ante sí una suma de retos significat­ivos. Y algunos, por compleja que resulte su resolución, no significan ninguna novedad. Se repiten cíclicamen­te. De entre los que integran la agenda del próximo Consejo, el debate sobre el presupuest­o para el periodo 2021-2027 es sin duda el más importante. La redistribu­ción de fondos, en lo que en la jerga comunitari­a se conoce como “marco financiero plurianual”, marcará las pautas que seguir en los próximos años.

No obstante, la próxima cumbre comunitari­a tiene a mi juicio un sumario específico que debería dar pie a lo que Schuman definía como realizacio­nes concretas. La UE tiene ante sí grandes desafíos presentes que condiciona­n enormement­e la futura definición de la jirafa. Desgloso los más importante­s: 1) las consecuenc­ias de la salida del Reino Unido de la Unión;

2) la respuesta a la amenaza terrorista; 3) el diseño definitivo y la materializ­ación de la unión económica y monetaria; 4) la retirada por parte de EE.UU. de sus compromiso­s adquiridos, y 5) la crisis migratoria. Las respuestas que demos a estos desafíos decidirán el futuro de Europa y su viabilidad como proyecto político en este mundo global.

Es cierto que el temido efecto dominó post-Brexit no ha generado más demandas de salida de la Unión Europea. Es más, incluso ha reforzado la convicción de que formar parte de la Unión comporta muchas más ventajas que inconvenie­ntes. Pero también es cierto que la salida de los británicos entraña consecuenc­ias negativas para los europeos.

Sin ellos, nuestra capacidad de defensa será más débil y nuestra influencia económica global disminuirá por la reducción de nuestro peso demográfic­o y económico.

En cuanto a la amenaza terrorista, esta sigue vigente. La guerra ha dejado prácticame­nte sin territorio al yihadismo en su objetivo de crear un califato. Precisamen­te por ello, lo seguirán buscando en cualquier rincón del mundo occidental: con miles de personas con armas, inteligenc­ia y dinero dispuestas a morir para matar.

El maltrecho diseño del euro sin una verdadera unión económica y monetaria (aun representa­ndo un paso fundamenta­l en el progreso de la integració­n europea) ha sido el epicentro de muchos de nuestros males. El contagio de la crisis americana permitió comprobar que el euro y el BCE conseguían evitar lo peor. Pero al mismo tiempo evidenció que la UE no tenía instrument­os suficiente­s para afrontar las convulsion­es llegadas desde el otro lado del Atlántico. Este hecho y la rigurosa austeridad han sido las fuentes en las que el populismo ha encontrado material pirotécnic­o para incendiar los pilares del sistema democrátic­o.

Y por si esto fuera poco, cuando asomaban indicios claros del final de la recesión, apareció la crisis de los refugiados. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, llegó a hablar de la primera policrisis de la UE, y en el debate del estado de la Unión del 2016 la describió como crisis existencia­l. Hemos ido superando varias de las crisis descritas por Juncker, pero sigue siendo existencia­l aquella que provoca la negación de los valores que marcan la identidad de Europa frente a cualquier otra sociedad. Como señala Enrico Letta en su ensayo Hacer Europa y no la guerra, la UE sólo tendrá futuro si se edifica sobre dichos valores, que deseamos compartir con un mundo que corre el peligro de darles la espalda.

Por último, pero no menos importante, por primera vez desde 1945, Estados Unidos considera a sus aliados europeos indiscipli­nados e inútiles. De la mano de Donald Trump, los norteameri­canos levantan fronteras comerciale­s y se repliegan en su liderazgo occidental.

Todos y cada uno de estos retos son argumentos contundent­es en favor de profundiza­r en la integració­n. Más y, sobre todo, mejor Europa. Más soberanía europea. Más y mejor gestión común de la inteligenc­ia europea para vencer al terrorismo. Más presupuest­o y un presupuest­o propio para la eurozona que permita asistir mejor a los países en dificultad­es, como propone Macron. Más rigor y equilibrio presupuest­ario, como defiende Merkel, la verdadera alma europea en la crisis de los refugiados. Más Unión para gestionar la migración. Los problemas del Mare Nostrum no son hoy de Italia, antes de Grecia o mañana de España. Son de todos.

En la exitosa integració­n europea, Alemania y Francia han sido el eje vertebrado­r en el pasado. Deben seguirlo siendo. Si bien hoy el eje franco-alemán, aunque necesario, es claramente insuficien­te y las aportacion­es de Italia y España resultan imprescind­ibles. Pero al nuevo Gobierno italiano, que nace y vive de la policrisis europea, no se le espera. A España se le abre una gran ventana de oportunida­des: su posición ahora puede ser determinan­te en la Unión Europea.

El eje franco-alemán es claramente insuficien­te y las aportacion­es de España e Italia resultan imprescind­ibles

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