La Vanguardia

La rana craneal (II)

- EL RUNRÚN Clara Sanchis Mira

Los tiempos que corren me llevan a experiment­ar con la meditación. Una práctica cada vez más extendida. Será la respuesta a algo demasiado loco que sucede en nuestras cabezas y vidas. Una reacción ciudadana silenciosa al caos oficial. No voy a ocuparme del lado espiritual, que sólo conozco de oídas. Mi objetivo se limita a parar los pensamient­os que dan saltos de rana. Si el pensamient­o es una rana la mente es su charca. Hay que hacer algo. No va a ser fácil. Porque el arte de meditar también lo conozco sólo de oídas. Me introduzco con unos veinte desconocid­os; los veteranos se sientan con la postura del loto, a los nuevos nos recomienda­n las sillas, para que no nos crujan las piernas. Vamos a permanecer muy quietos 20 minutos, sin estar ni dormidos ni muertos, algo completame­nte desconocid­o. El maestro dice que llevemos la atención a nuestra respiració­n o a los latidos del corazón. Prefiero probar con esto último porque cada vez que he intentado relajarme con respiracio­nes profundas he acabado bastante mal. Entre hiperventi­lada y expirada. Mi respiració­n es una de esas cosas que prefiero que vayan a su aire, porque si me pongo a manosearla inspiro mucho o expiro demasiado poco, no sé, me siento una especie de oboe mal soplado y creo que estoy a punto de ahogarme. Los latidos de mi corazón son más seguros, cuesta confundirl­os. Mi corazón es un animalito de sangre caliente que va a su ritmo.

Cierro los ojos. No tengo que pensar en nada, pero poner la atención en mis latidos me hace pensar que estoy pensando en poner la atención en mis latidos. Vaya. He entrado en bucle nada más empezar.

No tengo que pensar en nada, pero poner la atención en mis latidos me hace pensar que estoy pensando

Pero no hay que desanimars­e ni nada parecido. Ni siquiera hay que oponer exactament­e resistenci­a. El maestro ha dicho que es inevitable que aparezcan pensamient­os que se apoderan de nuestra atención. No se trata de que no vengan –si no piensas estás muerto, dice–, sino de apartarlos con amabilidad. Y volver a conectarno­s con el presente físico de nuestro cuerpo, ese viejo desconocid­o. Lo hago. Una y otra vez. Cada regreso a los latidos es un pequeño descanso. Oigo el corazón del árbol. Es tranquiliz­ador. Pienso que, poco a poco, la rana que salta en mi cráneo de acá para allá podría transforma­rse en un pájaro. Los pensamient­os que me distraen del centro de mi cuerpo son pájaros que me atraviesan volando con suavidad. Los veo pasar. Y vuelvo al corazón del árbol, que me enraíza. Ahora me va a aparecer un mono en el pelo, entre tanta flora y fauna, pienso. Esto se me está yendo de las manos. Pero me gusta el experiment­o. Si mis pensamient­os son pájaros que vuelan libremente, puedo observarlo­s con cierta distancia –y, quizás, así empezar a enterarme de algo–. Saludarlos con la mano. Entrenando, podría incluso acariciar al vuelo las plumas de mis peores paranoias.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain