El deporte de la política
El presidente Pedro Sánchez no ha podido evitar sumarse al exhibicionismo del deporte como complemento de un perfil de liderazgo conectado a las inquietudes más saludables de la sociedad. Aunque Sánchez lleve toda la vida corriendo, hacerlo por los jardines de la Moncloa lo equipara a Rajoy, que andaba de aquella manera premonitoria, y a una tradición de monclovitas prémium que alterna el furor abdominal y la burbuja del pádel de Aznar o el running de Zapatero. Incluso Felipe González tuvo que admitir su pasión por el billar (de carambolas: aún hay clases), un deporte pensado para fumadores individualistas y noctámbulos. Aquí, Jordi Pujol alardeó de proezas excursionistas y ciclistas mientras que su discípulo, Artur Mas, encontró en la natación y la náutica el refugio idóneo para practicar una introspección doblemente líquida. El independentismo de siempre, en cambio, no es sinónimo de deporte. Ni Carles Puigdemont ni Quim Torra buscan retratarse en pantalón corto populista o maillot marcando musculatura. Con respecto a Oriol Junqueras, es un futbolista de proyección limitada por las circunstancias. La prueba es que incluso lo han acusado de lesionar a un compañero en un partido aparentemente amistoso en Estremera.
La ubicuidad del deporte como catapulta ejemplarizante tiene precedentes: Obama y el baloncesto, Putin y todos los deportes que le permitan lucir pectorales y sonrisa pérfida, Kim Jong Un hizo modificar los libros de historia para atribuirse victorias no certificadas como patrón de yate contra rivales indignamente capitalistas, Evo Morales es asiduo de pachangas bolivarianas y Donald Trump juega a golf, probablemente motivado por un credo que, si lo defendiera otro, nos haría sonreír: “El ejercicio es nocivo. Igual que las baterías, tenemos una cantidad finita de energía. El cuerpo humano no es recargable”. Trump es quien más cerca está de un perfil tipo Churchill, un monumento al colesterol, la hipertensión, el alcoholismo, el tabaco y el sobrepeso entendidos como actos de coherencia humanística.
¿Y las mujeres políticas? Ojalá se desmarcaran de esta exhibición testosterónica del ejercicio pero también se apuntan al poder propagandístico del deporte. Theresa May participa en agrestes rutas de montaña y, sin salir de Downing Street, se machaca con una modalidad de entrenamiento altamente intensa: el CrossFit. Angela Merkel, en cambio, era una esquiadora habitual hasta que se rompió la cadera. Pese a los esfuerzos de los asesores por establecer puentes de identificación a través del deporte, al final prevalece la lógica de la política y sus deportes de riesgo. Una lógica en la que la propaganda te puede ayudar a prolongar la agonía o a ganar popularidad durante una ola de euforia pero, al final, todos son conscientes de que se impone el veredicto de las urnas. Y las urnas son cada vez más propensas a potenciar la victoria contra alguien que a favor de un candidato, una idea o unas siglas.
Ojalá las mujeres políticas se desmarcaran de la exhibición testosterónica del ejercicio