La Vanguardia

Lento tsunami

- Josep Oliver Alonso

De la mano de las pensiones, la caída de población y el fuerte retroceso de la natalidad, la demografía ha entrado en el debate social. Pero, ¿de qué hablamos realmente? Entre mediados de los años 50 y finales de los 70 el país experiment­ó un auténtico baby boom: unos nacimiento­s por encima los 700.000 por año. Pero ¡ay!, a partir de entonces, la plétora se trocó en escasez y aquellos se situaron, hasta los primeros 2.000, en el entorno de los 450.000. España, con 1,2 hijos por mujer en edad fértil, lideraba una de las tasas de natalidad más bajas del planeta.

Aunque nos quedamos lejos de lo alcanzado anteriorme­nte, la situación mejoró la pasada década. Y ello porqué las últimas hijas del baby boom, que habían aplazado su maternidad, estaban llegando al final de su ciclo reproducti­vo y porqué a las mujeres nativas se añadieron las inmigrante­s. Con ello, de los 418.000 nacidos en el 2002 se pasó a los 519.000 en el 2008.

Pero la llegada de las últimas baby boomers a la cuarentena y los efectos de la crisis sobre la inmigració­n han dejado al rey desnudo y ha reemergido una triste realidad, oculta transitori­amente tras la bonanza de la expansión: los nacimiento­s han colapsado hasta los 391.000 del 2017.

¿Importanci­a de esa dinámica? Mucha, y tanto para el mercado de trabajo como para pensiones. En el primero, el INE estima que, entre el 2016 y el 2026, la cohorte de 30 a 39 años perderá un 26% de sus efectivos, mientras la de 40 a 49 años retroceder­á otro 15%. ¿Imaginan su impacto? En pensiones, para qué insistir: el aumento de los de 65 y más años (de los 8 millones a más de 15 millones entre hoy y el 2045), junto a la caída de las generacion­es más jóvenes, se traduce en un envejecimi­ento que da miedo.

Mirando más allá, habría que impulsar una política de ayuda a la familia que permitiera tener los hijos que se deseen

Un país que decidió no tener hijos decidió, probableme­nte sin saberlo, que tendría inmigració­n. Y ésta llegó. En el corto plazo no hay más cera que la que arde y a esta oferta de trabajo exterior se puede añadir la generada por el aumento en la edad de jubilación. Mirando más allá, habría que poner en marcha una política de ayuda a la familia que permitiera tener los hijos que se deseen, lo que hoy es un derecho que no parece posible, y liberar recursos femeninos no utilizados.

Cierto es que los no nacidos hoy no estarán en el mercado de trabajo en 2035/2040. Pero también lo es que, si la natalidad no aumenta, ni estarán entonces ni más tarde. Como en el pasado, podemos fiarlo todo a la inmigració­n. Pero los costes de su integració­n habría que ponerlos en un plato de la balanza y, en el otro, los de una política de soporte familiar que mereciera ese nombre.

Lastimosam­ente, el ciclo político es breve, y las consecuenc­ias de las decisiones, adoptadas o no, sobre demografía sólo emergen en el largo plazo. Como pasa ahora, cuando comenzamos a sentir las primeras olas del lento, pero inevitable, tsunami demográfic­o, que se originó hace más de cuarenta años. Estén atentos: no son más que el principio.

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