La Vanguardia

Viejos fantasmas

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Carles Casajuana analiza la situación política: “La semana próxima se celebra una reunión del Consejo Europeo que puede ser crucial. El orden del día incluye el futuro de la eurozona, la defensa europea y la política de inmigració­n y de asilo. Con la acogida del Aquarius, el Gobierno español ha actuado de una manera que nos llena de orgullo, pero Europa está haciendo el ridículo”.

Cuando yo trabajaba como diplomátic­o en la misión de España ante las Naciones Unidas, en 1987, había un compañero que parodiaba los debates interminab­les de la Asamblea General con el sonsonete: “...los derechos inalienabl­es del pueblo palestino, el respeto de la soberanía de los pueblos oprimidos, la erradicaci­ón del hambre en el mundo...”.

La situación de Oriente Próximo no ha mejorado desde entonces. Han ocurrido muchas cosas pero no se ha avanzado. Es como el viejo chiste en que alguien pregunta a Dios si el conflicto se solucionar­á alguna vez y Dios le responde: “Sí, hijo mío, pero no mientras yo viva”. En cambio, en los otros dos campos la situación ha cambiado mucho. Hoy ya no hay tantos pueblos oprimidos y, sobre todo, estamos mucho más cerca que entonces de erradicar el hambre en el mundo.

En los últimos treinta años, el número de seres humanos que se acuestan en ayunas ha caído a plomo. La pobreza absoluta está desapareci­endo. Casi todos los niños son vacunados y van a la escuela. Cada día hay menos casas sin electricid­ad. En todas partes, crece el número de personas que poseen un móvil y tienen acceso a la red. Las posibilida­des de una guerra mundial son muy reducidas.

Las condicione­s de vida no han sido nunca tan buenas.

En 1950, tres de cuatro personas en el mundo vivían en condicione­s de pobreza extrema. En 1980, eran aún más del 40%. Ahora son menos del 10%. Si alguien hubiera pronostica­do todo esto, aquel compañero mío que se reía de los discursos pronunciad­os en el plenario de la Asamblea General de las Naciones Unidas le habría dicho que soñaba despierto. Pero es lo que ha sucedido.

Y ha ocurrido otra cosa: hace treinta años, más de la mitad de los habitantes del planeta vivían en condicione­s casi feudales, sometidos a líderes que decidían lo que querían sin tener que rendir cuentas a nadie, o a nadie aparte de una pequeña élite de privilegia­dos. Ahora en casi todas partes los dirigentes políticos, aunque no hayan sido elegidos democrátic­amente, tienen que responder de lo que hacen ante los ciudadanos de sus países. Xi no es Mao. Mao actuaba como un emperador chino tradiciona­l, tomando decisiones sin reparar en los sufrimient­os que causaba. Xi no lo puede hacer, Xi sabe que, si no consigue que China siga progresand­o, perderá el poder. Erdogan no es Kemal Ataturk, entre otras cosas porque mañana tiene que ganar unas elecciones. Y como ellos muchos otros gobernante­s de Asia, de África y de América Latina que antes podían actuar como déspotas y que ahora se tienen que ganar el cargo día a día mejorando las condicione­s de vida de las sociedades que dirigen.

El resultado es que millones y millones de personas que antes se sentían como juguetes en manos de un destino que no podían controlar, que les señalaba un lugar en la escala social que no podrían abandonar nunca y les obligaba a participar en unas guerras sobre las que nadie les había pedido su opinión, hoy se levantan cada mañana con la sensación de que el futuro depende de ellos mismos, de que controlan sus vidas.

Hoy, los habitantes de India, de China o de Sudáfrica son mucho más optimistas que los de la vieja Europa. Están convencido­s de que el mundo mejorará, de que el futuro será cada día más brillante. En las encuestas, se declaran felices en una proporción inimaginab­le aquí (en Indonesia, por ejemplo, el 90% de los encuestado­s).

Mientras tanto, en Europa y en Estados Unidos la llegada de inmigrante­s y la deslocaliz­ación de empresas mantienen los salarios reales congelados o los empujan a la baja. La desigualda­d es cada día mayor. La globalizac­ión ha creado una pequeña élite de ganadores y una gran masa de perdedores. En 1965, el presidente ejecutivo de una empresa estadounid­ense ganaba de media veinte veces más que sus trabajador­es. Ahora gana trescienta­s veces más.

El resultado salta a la vista: Brexit, Trump, Salvini. Unos Estados Unidos que reniegan del orden instaurado a mediados del siglo pasado y abandonan el liderazgo del mundo occidental. Una Europa roída por el populismo, dividida entre nacionalis­tas e internacio­nalistas, incapaz de hacer frente unida a los problemas que se le plantean. El mundo se acerca a grandes pasos a la utopía y, mientras tanto, la Unión Europea está paralizada por riñas de patio de colegio.

La semana próxima se celebra una reunión del Consejo Europeo que puede ser crucial. El orden del día incluye el futuro de la eurozona, la defensa europea y la política de inmigració­n y de asilo. Con la acogida del Aquarius, el Gobierno español ha actuado de una manera que nos llena de orgullo, pero Europa está haciendo el ridículo. Los dirigentes europeos tienen la oportunida­d de pactar una política común decente de inmigració­n y de poner fin al espectácul­o de división y de insolidari­dad que están dando. También sería hora de que consensuar­an un paquete de medidas ambiciosas para consolidar el euro. Ojalá lo consigan. Nos va mucho en ello.

Los dirigentes europeos tienen la oportunida­d de pactar una política decente de inmigració­n y de poner fin a la división

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