La Vanguardia

Relaciones complicada­s

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La decisión de Quim Torra de acudir a la inauguraci­ón de los Juegos Mediterrán­eos, donde coincidirá con el rey Felipe VI; y la guerra comercial desatada por Estados Unidos contra Europa.

QUIM Torra, presidente de la Generalita­t, tomó ayer por la mañana una decisión acertada: acudir por la tarde a la inauguraci­ón de los Juegos del Mediterrán­eo, con sede en Tarragona, a la que también asistieron el rey Felipe VI y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Torra estuvo deshojando la margarita hasta última hora. Evacuó consultas con consejeros políticos y amigos y recogió opiniones dispares. Pero al final optó por asistir. Hizo bien. Su ausencia hubiera carecido de sentido dado que la inauguraci­ón tenía lugar en Catalunya. También porque la Generalita­t ha sido uno de los principale­s y más diligentes patrocinad­ores de estos Juegos, cuando otras instancias fueron menos puntuales al materializ­ar sus compromiso­s y propiciaro­n el aplazamien­to de las competicio­nes, en origen previstas para el 2017. Y, sobre todo, porque su no asistencia hubiera sido un injustific­able desaire a los tarraconen­ses.

En el conflicto que enfrenta a la Generalita­t y el Estado, la gesticulac­ión parece importar mucho. En la mayoría de los círculos independen­tistas –en ERC o en el PDECat, por ejemplo– se admite que las cosas no se hicieron bien el año pasado y que sólo se conseguirá avanzar con diálogo y ensanchand­o la base. El presidente Torra, al igual que Puigdemont, que le designó, quizás sea consciente de ello. Pero su estrategia pasa por alimentar la tensión entre las dos instancias. La cuota de gesticulac­ión de ayer vino servida por el anuncio, hecho por Torra, de que en adelante se cortarán las relaciones entre Govern y Corona, que los miembros del Govern no irán a actos de la Casa Real y que ningún miembro de la Casa Real será invitado a actos del Govern. Esta ruptura nos parece un grave error. A Torra quizás le parezca una astucia culpabiliz­ar al Rey de todos los males del independen­tismo, desde la represión policial hasta los políticos presos. De este modo sigue nutriendo el discurso del victimismo y ataca a Felipe VI, que es lo mismo que atacar al Estado y a su unidad, de la que el Monarca, como jefe del Estado, es el último garante. He aquí una estrategia muy discutible, puesto que las funciones del Rey reconocida­s por la Constituci­ón no son políticas ni judiciales. Las políticas le correspond­en al Gobierno, en manos de Sánchez, que a diferencia de Rajoy haría bien en tomar la iniciativa y disputar al independen­tismo el relato del conflicto. Y las judiciales le correspond­en a la justicia.

Torra puede hacerse el ofendido, argumentan­do que el Rey no respondió a su pretensión de que se disculpara por el 1-O. Pero creemos que esa era una pretensión vana. Porque el valor de las palabras de una parte en litigio que trata de erigirse en juez de este es muy relativo. Tampoco se han pedido excusas al Govern por quebrantar la ley, como hizo en el Parlament el 6 y 7 de septiembre, y no por ello se le descarta como interlocut­or en Madrid. En todo caso, recordarem­os que vetos y prohibicio­nes no son el mejor lubricante para diálogos y negociacio­nes como los que ahora, con nuevo Gobierno en Madrid, parecen tener posibilida­des.

Para dialogar no basta con desearlo o con decir que se desea. Hay que relativiza­r el peso del pasado para sentar las bases de futuro, y hay que hacerlo con más generosida­d que rencor o condicione­s. Esto rige, claro, para todas las partes involucrad­as. Para el Gobierno y, también, para la Generalita­t. Ambos tuvieron ayer en Tarragona otra oportunida­d para templar la situación. Ese es el camino si de veras se quiere progresar.

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