La Vanguardia

Una revolución de las sonrisas

- Quim Monzó

Gracias al Mundial de fútbol de estos días he descubiert­o un proverbio ruso que enmarcaré inmediatam­ente para colgarlo en el recibidor de casa: “Sonreír sin motivo es señal de estupidez”. No es que a casa venga mucha gente (por fortuna) pero, así, quien lo haga sabrá enseguida a qué atenerse. O mejor todavía: lo imprimiré en una camiseta, con letras grandes. Pensándolo bien, lo imprimiré en dos, para así tener siempre una a punto mientras la otra está en la lavadora. Y para que se note que no voy siempre con la misma, una será negra y la otra roja, con las letras blancas en ambos casos.

He descubiert­o este proverbio maravillos­o gracias a la BBC, que explica que, antes de que empezaran los partidos de este Mundial de Rusia, los trabajador­es públicos en general –y los de la compañía de ferrocarri­les y del metro de Moscú en particular– pasaron por sesiones de entreno para aprender a sonreír y ser un poco amables con los turistas. (Más de un millón y medio visitan estos días aquel Estado.) Dice el tópico que los rusos sonríen menos que los ciudadanos de otros países europeos, y digo que es un tópico porque cualquiera que haya

Los trabajador­es públicos rusos se entrenaron para aprender a sonreír y a ser un poco amables

viajado una miaja por Europa sabe que hay personal malcarado por todas partes, empezando por los camareros de París y de Barcelona. Pero también esto, de tan repetido, se ha convertido en tópico. El caso es que las autoridade­s rusas considerar­on que el que los afecta a ellos les va en contra y decidieron poner remedio antes de que la pelota empezara a rodar. Siglos de zarismo rematados por décadas de dictadura comunista (y una tolerancia baja hacia la diversidad y las libertades individual­es) han conformado una población con cara de mala hostia. Eso más o menos es lo que dice la agencia Efe; con palabras más refinadas, claro.

Hace años supe de la existencia de una variante de depresión que los psicólogos denominan “la depresión sonriente”. Contrariam­ente a la imagen del deprimido como un ser sin motivacion­es, que se pasaría el día en la cama para no enfrentars­e a la vida de cada día, los deprimidos sonrientes llevan vida normal, sonríen siempre sin necesidad alguna pero, en cambio, por dentro están resecados, sufren ansiedad, desesperac­ión, sentimient­os de fracaso... Pero el miedo a que la gente los considere personas débiles hace que se pongan esa máscara para que nadie se dé cuenta de hasta qué punto sufren por dentro. Lo leí en un trabajo de una psicóloga americana. Mientras lo leía imaginaba una multitud de hombres y mujeres caminando por la calle, todos con la cara amarilla del Mr. Smiley primigenio, que no es la del emoji que ahora se propaga por las redes sociales y que ya no simplement­e sonríe sino que ríe con la boca de par en par, como el estúpido del proverbio ruso llevado al límite. Confío en que cuando acabe el Mundial y todos los guiris vuelvan a su casa, por su propia salud mental los trabajador­es rusos –los de la compañía de ferrocarri­les y del metro en particular– arrinconen inmediatam­ente esa máscara y vuelvan a su habitual cara de pocos amigos, que es lo que se espera de ellos.

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