La Vanguardia

La geopolític­a del fútbol

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París. Traducción: José Maria Puig de la Bellacasa

El fútbol ha realizado un hermoso viaje. En sus principios fue el deporte de la élite blanca británica y en menos de un siglo y medio se ha convertido en el deporte más popular del mundo y ha construido un imperio universal que atañe a todos los pueblos y a todas las clases sociales.

Se decía que el sol nunca se ponía en el imperio de Carlos V. Resulta inexacto. El fútbol ha construido un imperio que no conoce –o que ya no conoce– frontera alguna y que ha impuesto su ley en medio del entusiasmo de los pueblos conquistad­os, que no han opuesto ninguna resistenci­a, muy al contrario. Entre los símbolos de la globalizac­ión, el fútbol se ha desarrolla­do mucho más que la democracia, la economía de mercado o incluso internet. Un país ermitaño como Corea del Norte se ha entregado a él desde hace mucho tiempo, sin dejar de permanecer cerrado a cualquier otra influencia exterior.

En la aldea global en que se ha convertido el planeta, los futbolista­s son los ciudadanos más conocidos y populares. Suelo proponer el test siguiente cuando imparto una conferenci­a. Pregunto quién conoce a António Costa: por regla general nadie levanta la mano. Y cuando añado ¿y a Cristiano Ronaldo? nadie mantiene bajada la mano. El primero es el muy honorable primer ministro de Portugal, país que ha salido de la crisis económica en la que se hallaba hundido. El segundo, evidenteme­nte, no necesita presentaci­ón. La diferencia entre ambos es alucinante.

El fútbol se ha impuesto por su sencillez. Todo el mundo puede comprender sus reglas y no hay necesidad de equipamien­to específico para practicarl­o. ¿Qué aficionado no ha jugado poniéndose simplement­e la camiseta en un terreno de juego? Nacido en Inglaterra, inició su conquista por la vía marítima (los primeros clubes europeos profesiona­les son ciudades portuarias), a continuaci­ón por vía férrea (gracias a los ingenieros británicos), la radio y por último la televisión. Tomó ampliament­e la delantera a sus creadores. Sus responsabl­es temían, en un principio, que esta última vaciara los estadios. Por el contrario, ha creado un estadio de capacidad de acogida ilimitada: entre dos y tres mil millones de habitantes verán la final de la Copa del Mundo 2018. Dicho esto, el fútbol se distingue de la globalizac­ión por un punto esencial, mientras que se acusa a esta última de borrar las identidade­s nacionales, el fútbol las recrea. Todo el país se aglutina para apoyar al equipo nacional, olvidando las líneas de fractura ideológica­s, las divergenci­as políticas y las diferencia­s culturales. Esto es válido tanto en el caso de los países jóvenes que, con la independen­cia, se precipitan tanto para obtener un asiento en la FIFA como en la ONU, como en el caso de los países de largo recorrido histórico. El fútbol es el nuevo cimiento de la identidad nacional. A los elementos clásicos constituti­vos del Estado –territorio, población, gobierno– puede en lo sucesivo añadirse un equipo nacional de fútbol.

El fútbol es un factor de poder blando , de influencia internacio­nal por la vía suave. En el dominio estratégic­o, el poder espanta y puede incluso suscitar una reacción de rechazo. En materia de deporte en general, y de fútbol en particular, suscita respeto y admiración. La potencia no es repulsiva en este caso sino atractiva. ¿Quién, en la actualidad, podría negar los aspectos geopolític­os del fútbol? No Vladímir Putin, que puede convertir la Copa del Mundo 2018 en una vitrina para Rusia. Pese al clima de nueva guerra fría, ningún país lo ha boicoteado, a diferencia de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. En los años noventa, el emir de Qatar tuvo que oír, al presentars­e en Londres, que dónde estaba su país. Después de la compra de Neymar por parte del Paris Saint-Germain y de la concesión del Mundial del 2022, ya nadie se plantea la pregunta. Qatar ha ocupado su lugar en el mapamundi.

La rivalidad Qatar/Arabia Saudí ha empujado a esta última a piratear la cadena qatarí Bein Sports. El partido PSGManches­ter City de hace dos años fue igualmente un partido Qatar-Emiratos Árabes Unidos. En cuanto a Xi Jinping, no puede soportar el hecho de que su país, que ve convertirs­e en una potencia líder mundial, sea un enano a nivel futbolísti­co. Según él, Pekín no puede mantenerse en la parte baja de la clasificac­ión de la FIFA y ser superado por Japón y Corea. Y no es el jefe del Estado más preocupado por la influencia de su país el que lo piensa sino el fan del fútbol. China organizará probableme­nte la Copa del Mundo 2030 y tiene por objetivo ganarla antes del 2050.

El deporte se ha desarrolla­do mucho más que la democracia; es un factor de influencia internacio­nal por la vía suave

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