La Vanguardia

Nota para mí mismo

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Nunca he encontrado un partido político, ni un líder, ni un medio de comunicaci­ón con el que me identifica­ra del todo. En todos los que he votado, seguido o leído, he descubiert­o elementos con los que comulgaba, formas seductoras, ideas inspirador­as. Pero siempre acababan revelando alguna puñeta que impedía que me identifica­ra de manera definitiva.

Hasta hace muy poco lo vivía como si se tratara de un problema. Tenía la sospecha de que era yo quien no encajaba con la legión de votantes, seguidores o lectores de mi alrededor, ni con las mayorías ni con las minorías organizada­s de mi país. Pero en realidad, mi defecto, que yo creía que me distinguía, es mucho más extendido, corriente y compartido de lo que yo pensaba. Casi nadie se siente nunca plenamente identifica­do con nadie más. Quizás sólo los enamorados, los bobos y los locos. Debe ser por eso que han tenido tanto éxito las redes sociales, para acabar con la angustia que nos produce vivir rodeados de extraños.

La apariencia de una comunidad plural, diversa y heterogéne­a, que crean las comunidade­s virtuales, a partir del que, en realidad, sólo son tu grupo de amigos y conocidos, es una estafa. Los nichos de opinión que forman los chats, reforzando hasta la extenuació­n las tomas de partido, nos ahorran de manera preocupant­e el esfuerzo de matizar las posturas y de buscar al otro, que teníamos que hacer, por narices, cuando no estábamos permanente­mente conectados con nuestra tribu. Nos comportamo­s como aquel amigo que hace años que vive solo, sin alguien al lado que le recuerde de vez en cuando que va sucio, que le huele el aliento y que aquello que dice es una burrada.

Quizás es por los primeros bochornos del verano, por la liberación de La Manada, por la política fronteriza de Trump o por la vergonzant­e negativa a reconocer nuestro derecho de autodeterm­inación. Pero no me han hecho nada de gracia los insultos feroces a Messi y Sampaoli de los seguidores argentinos. He encontrado repulsivas e imperdonab­les las invectivas contra la selección de Irán de cuatro aficionado­s racistas de la roja con quien me crucé. Y me ha parecido patético el orgullo abusador de los seguidores franceses, que bramaban delante de casa apoyando su equipo, plagado de estrellas millonaria­s, contra un Perú lleno de jugadores seniles. En algún otro momento, estos comportami­entos partisanos me habían parecido inofensivo­s, la excepción temporal que nos concedíamo­s las sociedades avanzadas para relajar la exigencia permanente de corrección. Ahora me parecen la indisimula­da norma.

Es una muy buena señal que no encuentres nada ni nadie que se ajuste de manera definitiva y perfecta a lo que tú sientes, piensas o deseas. Reserva por favor la oportunida­d de descubrir esta identifica­ción total sólo para tus fantasías sexuales.

No hacen gracia los insultos feroces a Messi y Sampaoli o las invectivas a la selección de Irán

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David Carabén

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