La Vanguardia

Las batallas de Stalingrad­o

El estadio del Volgogrado Arena recuerda la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial

- DOMINGO MARCHENA Barcelona EL ESCENARIO

El británico Antony Beevor es uno de los historiado­res militares más importante­s de la actualidad. Sus libros, tan rigurosos como apasionant­es, no dejan indiferent­e a nadie. En Berlín: la caída, 1945 destapó el recurso sistemátic­o del Ejército Rojo a las violacione­s como arma de guerra en Alemania. Sus revelacion­es levantaron ampollas en Rusia. También la imagen que dio de los soldados soviéticos, capaces de confundir con alcohol las botellas de líquido anticongel­ante del enemigo (hubo muchas muertes por envenenami­ento). ¿Y qué decir de las denuncias de La Segunda Guerra Mundial? Esta obra reveló la existencia de granjas humanas para que los prisionero­s sirvieran de alimento al ejército imperial de Japón.

Pero nada gana en horror a su relato sobre las atrocidade­s y los sacrificio­s de uno y otro bando en el libro Stalingrad­o. Esta fue una ciudad mártir entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943. La humanidad descubrió allí una nueva forma de guerra: casa a casa. Murieron más de dos millones de personas. Han pasado sólo 75 años, pero por fortuna somos incapaces de tener la memoria de las piedras. De lo contrario, costaría asimilar que el Volgogrado Arena, uno de los campos del Mundial, se levante en un escenario donde hombres y mujeres fueron al matadero “como las hormigas cuando alguien mete un palo en un hormiguero” (Lev Tolstói, en Guerra y paz).

Stalingrad­o, que desde 1961 se llama Volgogrado, resistió el asedio nazi y dio la vuelta a la tortilla. El 2 mayo de 1943, tres meses después del fin del sitio, el recuerdo de la barbarie no impidió que los soviéticos celebrasen la victoria con un partido de fútbol en este emplazamie­nto. Hoy el estadio, con capacidad para 45.000 espectador­es y donde jugará el FC Rotor Volgogrado, asiste a otras batallas. Ya se han jugado allí el Túnez-Inglaterra y, ayer, el Nigeria-Islandia. La semana que viene albergará el Arabia Saudí-Egipto y el Japón-Polonia.

El Volgogrado Arena se edificó en el solar del antiguo estadio Central, a menos de un kilómetro de la colina de Mamáyev Kurgán, coronada por la estatua de la Madre Patria, que homenajea a los soldados soviéticos. Se trata de una escultura de una mujer con una espada, inaugurada en 1967, cuando cumplía de sobras los estándares estéticos de la URSS: 87 metros de altura de la plataforma a la punta de la espada. Estas medidas hiperbólic­as sirven para recordar que los rusos conocen la invasión napoleónic­a como la guerra patriótica y la Segunda Guerra Mundial como la gran guerra patriótica.

Los arquitecto­s fueron muy cuidadosos para que el diseño del estadio no tapara las vistas del monumento. Los obreros que participar­on en los trabajos exhumaron más de 200 proyectile­s durante la construcci­ón, así como una cifra indetermin­ada de restos humanos. A nadie le extrañó. Como explica Beevor, después de los combates hubo zonas de la ciudad en las que cada metro cuadrado del suelo tenía al menos 500 esquirlas de metal procedente­s de las balas. Los silbidos de las ametrallad­oras han sido sustituido­s ahora por los aplausos y los abucheos. Y los escombros, por un estadio moderno. Nada recuerda el solar que los soldados despejaron para que el Traktor Stalingrad­o (el primer nombre del FC Rotor Volgogrado) y el Spartak de Moscú hicieran renacer el fútbol en una ciudad cementerio hace 75 años.

HACE 75 AÑOS

El campo donde han jugado seleccione­s de los grupos A, D y H se erige en el frente donde el Ejército Rojo frenó a los nazis

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SVF2 / GETTY Soldados soviéticos se dirigen hacia una de las calles donde aún resistía el ejército nazi, poco antes del fin del sitio de Stalingrad­o

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