Teteras y paraguas
Chaleco, cigarro y paraguas inglés. Nunca imaginé que conocería personalmente a Gilbert Keith Chesterton en una librería próxima a mi casa. Me refiero a la librería Jaimes. O sea que, aunque parece que sólo yo me percaté de su presencia, allí, muy sentado, entre los colegas Josep Bosch, que fue nuestro hombre en Hong Kong, y Lluís Falgàs, estaba el siempre polémico, agudo escritor y periodista inglés. Enorme, gordo, irónico y abigotado, tocado con un sombrero tan escaso como arrugado y con el pelo muy revuelto, este inglés, conocido como el Príncipe de la Paradoja, observaba muy atento a una niña despierta y luminosa llamada Júlia. En su nariz, en la de Chesterton, cabalgaban como podían sus lentes o quevedos de siempre. Estoy hablando aquí de la presentación del libro de obligada lectura Un aire anglès, escrito por Miquel Berga, que es el padre de Júlia.
Berga, hombre aparentemente sereno, de voz rotunda y mirada aguda, es uno de los dos francés. Berga sabe contarnos las muy necesarias manchas que siguen luciendo en sus camisas, corbatas, abrigos y chaquetas algunos ingleses tradicionales. Esas manchas son más importantes que Winston Churchill. Yo creo que fue Berga el primero que me advirtió que no sacara conclusiones precipitadas de un inglés si me limitaba a observar su paraguas. “Como decía cierto cartel que un profesor de Eton tenía en su despacho: no juzgues nunca a un inglés por su paraguas, es probable que no sea el suyo”. Y fue también Berga quien me enseñó el optimismo a propósito de las teteras tradicionales inglesas, las kettles. Porque, aunque esté con el agua al cuello, la tetera tradicional inglesa silba. Con Berga, experto en Orwell, se puede hablar de la amistad, de la inocencia, de la puntualidad, del insulto, del mes de abril, de Girona, de gorriones, de Irlanda, de sapos, de camas, de la ironía de Oscar Wilde y Jane Austen e incluso de los limoneros de Liguria cantados por Eugenio Montale, que no era inglés sino italiano.