La Vanguardia

Peces de colores

- Parejas sin hecho JOANA BONET

Estás enamorada, Ágatha?”. “Estoy divertida”, me responde quien fuera musa de los Pegamoides, premio Nacional de Moda 2017, empresaria oceánica con infinitas licencias –entre ellas, una de puertas blindadas–, marquesa de Castelldos­ríus, hiperactiv­a, austera, excéntrica y, por encima de todo, personaje surrealist­a. Su relación con Luis Miguel Rodríguez –más conocido como El chatarrero (de oro) por ser dueño de la empresa de desguace más grande de Europa– la ha colocado en el candelabro, del que nunca se ha caído. “He intentado normalizar el tema porque una exclusiva sería de quinta”.

Tras la sonada separación de Pedro J., abrió una compuerta vital. De imaginarse ya abuela pasó a vivir una nueva adolescenc­ia y a beber mojitos. “Hace un par de meses, estaba algo preocupada –me decía– a ver si después del primer año tan espectacul­ar que he tenido, el mejor de mi vida, el segundo será un desastre”. Y han vuelto a volar palomas de colores. Se conocieron en una cena. Y es divertido, que es la clave para ella: lo puede ser un traje, un hombre, una mercería… “O me divierte todo o me aburre todo”. El ex de Martínez Bordiú, y de otra docena de socialites, amigo de la juerga y los toros, del Madrid del bisnis y el güisqui, la llama ya “mi novia”, y asegura que necesitaba color en su vida y ella le ha tirado el arco iris encima. “¿Y cómo es él?”. “Un marciano. Todo me sorprende. No puede entender la decoración de mi casa, igual que yo la de la suya… Me divierto mucho”.

Ágatha, entre la moda comercial y el arte de vanguardia, es una defensora de los divorciado­s: “los y las divor”, dice, y asegura que están más de moda que nunca: “Si Felipe VI se divorciara, su popularida­d subiría como la espuma”, remata.

En los años 80, Umbral, uno de sus descubrido­res y enamorados, le preguntaba: “¿Habéis democratiz­ado la moda?”. “Sí. Pero yo no quiero volverme elitista por el otro lado, joder, en diseñadora para pasotas, liberadas y así. Ha habido que liberar la moda de las minorías millonaria­s y de las minorías minorías, intelectua­les o lo que sea. La minoría te enriquece o te da por el culo”. Fue de las pocas diseñadora­s que sobrevivió a la movida.

Hace pocos días se vistió de negro, en audiencia con el Papa; no era la primera vez, ya había posado con un esmoquin de Saint Laurent para Fashion&Arts. “El Papa es la pera, me fui queriendo volver”, me confiesa. Inventora nata, maneja los matices de las relaciones sociales, amiga de los peces gordos y del clan de Sálvame, archifamos­a y, a la vez, todo un enigma.

G anarse la vida –ha escrito su querido Luis García Montero– es una expresión que se carga de sentido en el arte, no sólo porque recuerda […] la necesidad de pagar las facturas a final de mes, sino también porque habla del deseo humano de hacerse con la vida, de llegar al lugar en el que la realidad flexible nos sitúa a cada uno en el corazón de lo que sucede”. Ganarse la vida contra el paso del tiempo. Contra tu propio éxito. Bien sabe Joaquín Sabina que ganarse la vida es también una manera de quererse a uno mismo. Le ha puesto letra a la alcoba tras un amor gastado, ha hecho gala de su malditismo en retraite, también de una sensibilid­ad travestida, entre el arrabal y la cita culta, entre César Vallejo y Boris Vian, Bob Dylan y Lou Reed. Y a pesar de cantarle a la pérdida y a la perdición, a las faldas cortas y a las lenguas largas, a la soledad en la multitud, Sabina vive venciendo al mito.

Ocurrió por segunda vez, como si nada pudiera hacerse para evitar la premonició­n, ese fatum que las almas sensibles temen de madrugada, cuando maúllan los gatos. En el mismo escenario, en la ciudad a la que más le ha cantado, su callejero embrujado de complicida­des. Le faltó la voz. La afonía es una sensación parecida a cuando te fallan las piernas. Una debilidad interior, un nudo hosco que te oscurece, un silencio penitente, una sensación de ajenidad. Solo le faltaba el último empujón, pero la desesperac­ión frenó incluso los adioses. Los técnicos fueron desmontand­o, y entre las grúas se extendió sensación de lo no acabado. Suspendió la gira. Se dispararon las alarmas. Y él se refugió en casa, a recuperar la voz y a leer a los poetas disidentes rusos Anna Ajmátova y Ósip Mandelshta­m. “Come tortilla de patatas, sardinas y las lentejas que le hace Pepa, la señora que ayuda en casa”, me cuenta su mujer, Jimena Coronado. Cuando presentó su último disco, Lo niego todo, en las oficinas de Sony Music habló de su pasada mala racha con las musas. “Tenían varices, estaban viudas… pero ahora las he recuperado”, dijo. Contestaba a un periodista el maestro Mazzantini, amigo de la alta sociedad y también de artistas y bohemios, que se cortaba la coleta por “vergüenza torera”. No está claro el origen de la expresión, pero evoca el pundonor como divisa. Sabina, que ha confesado mil veces que canta y escribe “por cobardía”, torero de espíritu, comparte con Mazzantini el crecerse cuando la faena se tuerce. Y seguirá componiend­o canciones y poemas, aunque nunca salgan como los había soñado.

LA MUECA a lo Pierrot y con la carnosidad de los Stones, su boca, a menudo perfilada, es su mayor firma

LOS OJOS achinados miran de frente y también es huidizo. Se le quedó la golfería en la mirada, pero acaso puede más el amor

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FÉLIX VALIENTE.
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VÍCTOR LERENA / EFE
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