Contra el Brexit
Dos años después del referéndum, el Gobierno no tiene ningún plan de futuro
Cerca de 100.000 personas se manifiestan en Londres contra el Brexit dos años después de que los británicos decidieran en referéndum su salida de la Unión Europea.
Coincidiendo con la verbena de San Juan hace dos años, el Reino Unido puso patas arribas la Unión Europea con su decisión de marcharse. Ayer, unas cien mil personas se manifestaron por el centro de Londres protestando contra el Brexit y pidiendo un nuevo voto para cambiar el resultado. En este tiempo, el Gobierno británico –aparte de poner una fecha para la salida y pedir un periodo de transición– no ha hecho más que marear la perdiz sobre los temas comerciales y cómo impedir una frontera dura en Irlanda. Pero alrededor de estas islas el mundo ha cambiado de modo alarmante, con el proteccionismo y los tics dictatoriales de Trump, la estigmatización de grupos como los hispanos en Estados Unidos y los gitanos en Italia, el alza del populismo, el autoritarismo y la xenofobia, y vientos políticos y económicos, que recuerdan cada vez más a la República de Weimar.
A pesar de que Londres disfrutó de un día glorioso de verano, y el espíritu de la manifestación era festivo y recordaba al de las diades (familias y gente de todas las edades, a la vez reivindicando y celebrando), el trasfondo fue pesimista y amargo, con la preocupación de muchas parejas mixtas de británicos y europeos que temen quedar separadas por la burocracia, y las amenazas de compañías como Airbus y BMW, que advierten de frenar o reducir la inversión en este país por falta de claridad sobre lo que se avecina.
Con banderas y camisetas de la Unión Europea y pancartas pidiendo para el pueblo la última palabra en el Brexit, las decenas de miles de manifestantes abuchearon a la primera ministra Theresa May al pasar por delante de Downing Street, se preguntaron dónde estaba el líder laborista Jeremy Corbyn (que juega con dos barajas y no se sabe si quiere quedarse o salir de Europa), y escucharon los pronósticos apocalípticos de la líder de los Verdes Caroline Lucas y del liberal demócrata Vince Cable. “Si un millón de personas en las calles no consiguieron impedir la guerra de Irak, ¿qué vamos a conseguir nosotros?”, se preguntaba un veterano de guerra.
Por fortuna, la marcha de los partidarios de Europa no se cruzó con otra –mucho más pequeña– de centenares de partidarios del Brexit en torno a la estación de Victoria, que cantaron el Dios salve a la reina como si su opción tuviera el monopolio del patriotismo, entre críticas a la BBC y eslóganes como “salida de la UE ya, sin ningún tipo de concesiones a Bruselas”. Esto es lo que defiende Boris Johnson, secretario del Foreign Office, mientras su colega Liam Fox, secretario de comercio internacional, recordaba a la BBC que May no va de farol cuando amenaza con abandonar las negociaciones con la UE si no hay una buena oferta para el divorcio, previsto para el próximo mes de marzo.
Veinticuatro meses después del referéndum, el país sigue igual de dividido respecto a Europa y las últimas encuestas sugieren pequeñas ventajas de entre el 51% y el 53% a favor de la permanencia en la UE, insuficientes para que el Gobierno o el Parlamento propongan otra consulta. Con el gabinete fracturado entre partidarios de un Brexit duro y blando, May se limita a ganar tiempo y aplazar la hora de la verdad, en la esperanza de que tal vez el mundo a su alrededor estalle antes y haga irrelevante la decisión del Reino Unido.
Las encuestas indican una mínima ventaja a favor de seguir en la UE, insuficiente para convocar otra consulta