La Vanguardia

DESDE LAS ALTAS CUMBRES

Billi Bierling asume el papel de notaria del Himalaya, tras el fallecimie­nto de la legendaria Elizabeth Hawley. ‘La Vanguardia’ siguió durante un día de mayo las entrevista­s que la periodista alemana realizó en Katmandú a montañeros de todo el mundo

- ROSA M. BOSCH Katmandú (Nepal) Enviada especial

La periodista estadounid­ense Billi Bierling entrevista a los grandes alpinistas del Himalaya.

Ivo Grabmüller intenta comer una sopa de fideos con una cuchara que sólo puede asir con el índice y el pulgar izquierdos. Tiene hambre y se esfuerza, pero es una misión complicada. Cuando logra colocar la pasta en el cubierto, la comida se cae y vuelta a empezar. La escena tiene lugar en el Ciwec Hospital de Katmandú, donde el checo Grabmüller convalece a causa de las congelacio­nes sufridas en ocho dedos de las manos, tras coronar el Everest. Billi Bierling entra en la habitación para conocer los detalles de la aventura de este alpinista en la montaña más alta del mundo, de 8.848 metros. Tras la muerte el pasado enero de la legendaria Elizabeth Hawley, la periodista de Chicago que durante cinco décadas documentó en Katmandú los ascensos en el Himalaya nepalí, Bierling ha tomado formalment­e el relevo.

De mediados a finales de mayo las personas que han culminado, o lo han intentado, una cumbre de Nepal vuelan a Katmandú antes de regresar a casa. Es entonces cuando Bierling, de 51 años, se reúne con ellas en hoteles, cafeterías o inqué cluso en hospitales para someterlas a un exhaustivo cuestionar­io. El objetivo es alimentar el Himalayan Database (HD), una base de datos en la que constan todas las expedicion­es a 450 montañas de Nepal desde 1905 y hasta la actualidad.

La periodista alemana calcula que este mayo habrá entrevista­do a entre 80 y 90 montañeros del total de 178expedic­iones –cadaunacon varios integrante­s– que figuran en su lista. Sus colegas Jeevan Shrestha, Rodolphe Popier y Tobias Pantel realizan otras tantas.

La del citado Grabmüller es la cuarta a la que Bierling se enfrenta la mañana del 19 de mayo. Por la tarde hará otras dos. La jornada empezó a las nueve con la pareja española integrada por Pablo Tornil y Pepe Alcalde, que no consiguier­on llegar a lo alto del Everest, y siguió con el chino Lijia Zhao, que sí lo logró. Después le tocó el turno a Nadar Ben Yehuda, un israelí convalecie­nte en el mismo hospital que Grabmüller tras una fallida ascensión que por poco le cuesta la vida en el Kanchenjun­ga . “Caí dos veces cuando me encontraba a una altura de 8.000 metros. Primero de cabeza y luego dando vueltas. Me dislo- el hombro y me dolían las costillas. Pensé que moría y empezaron las alucinacio­nes. Las otras expedicion­es me daban por muerto”, dice Ben Yehuda, postrado en la cama, con heridas en todo el cuerpo y con congelacio­nes en los pies. Un sherpa lo encontró y dio el aviso para que lo ayudaran a bajar. “Me quedé a 150 metros de la cima”, añade.

Bierling considera que no es el momento de realizar una entrevista en profundida­d y le dice que volverá a contactar con él cuando se encuentre mejor. Cierra su ordenador y se dirige a la habitación de Grabmüller.

¿Qué día y a qué hora pisaste la cima? ¿Ibas solo? ¿Cuánto tiempo estuviste arriba? ¿Qué tiempo hacía? ¿A partir de qué altura tomaste oxígeno artificial? ¿Cuántas botellas? Son algunas de las preguntas que formula a Grabmüller, de 54 años.

“Yo quería subir el día 15, pero pasé dos noches en el campo 4 (8.000 metros) por el viento. Lle-

gué a la cima el 17, con mi sherpa, y al bajar al C4, donde dormí una tercera noche, me di cuenta de que sufría congelacio­nes. Un helicópter­o me rescató en el campo 2”, cuenta el checo precisando que utilizó oxígeno a partir del campo 3, a algo más de 7.000 metros. En la cama contigua, el italiano Valerio Annobazzi, de 60 años, también intenta saborear sus fideos. En su caso, es una tarea aún más engorrosa pues tiene los dedos de todas las extremidad­es, superiores e inferiores, vendados. “Me quedé a 8.150 metros en el Makalu, estaba exhausto y tuve que descender. Tengo congelacio­nes pero no tendrán que amputar”, dice con aparente tranquilid­ad.

Bierling afirma que en general confía en la palabra de la gente. Sólo sospecha de aquellos a los que anteriorme­nte se pilló mintiendo. También recela cuando los tiempos de ascenso no cuadran, cuando las declaracio­nes de diferentes personas que supuestame­nte han estado en la cumbre el mismo día no coinciden... “Allá arriba, a 8.000 metros, no se ven las cosas con claridad. A veces, quizás creen que están en la cima y no lo están”. Algunos mienten sin saberlo y otros a conciencia para conservar a sus patrocinad­ores y regresar triunfalme­nte a casa.

Bierling reconoce que ascensione­s en solitario, sin testigos, requieren de más comprobaci­ones, por lo que estudia exigir pruebas, como los tracks de las rutas descargado­s de dispositiv­os GPS y fotos. Pruebas que muchas veces son los propios entrevista­dos que aportan voluntaria­mente.

Así lo hizo el australian­o Steve Plain. El y su guía, el británico Jon Gupta, enlazaron los puntos más altos del Everest y el Lhotse en 29 horas. “Sí, creo que mucha gente miente y que sería necesario pedir fotografía­s”, sentencia Gupta. La pareja desgrana con detalle su aventura en Java, una cafetería del bullicioso y turístico barrio de Thamel. “A las 7,30 del día 14, Steve; nuestro sherpa, Pemba, y yo culminamos el Everest, estuvimos 30 minutos disfrutand­o de las vistas. Hacía buen tiempo. Bajamos al campo 4 y el 15 subimos el Lhotse”, cuentan a Bierling.

Con el Everest, Plain, a punto de cumplir 37 años, cerró su proyecto Seven Summits (subir las montañas más altas de cada continente, además del Denali) en el tiempo récord de cuatro meses.

Bierling se mueve en una vieja bicicleta que compró en septiembre del 2004, cuando miss Hawley aceptó que fuera su asistente y se plantó en Katmandú, su campo base. Aquí se instala cada primavera y otoño para seguir la temporada y también para protagoniz­ar sus propias ascensione­s.

“Nací en Garmisch-Partenkirc­hen, una zona montañosa de Baviera, pero de pequeña odiaba el monte, prefería el Mediterrán­eo”, recuerda en el Java, mientras espera la llegada de sus próximos entrevista­dos. “A los 23 años me fui a vivir a Gran Bretaña y allí empecé a escalar con Mike, mi entonces pareja, que estaba obsesionad­o con el Himalaya desde niño. Con él viajé a Nepal varias veces y en el 2001 planificam­os subir el Baruntse, de 7.129 metros. Llegamos a Katmandú y nos llamó miss Hawley para entrevista­rnos, yo entonces no sabía quién era”, apunta.

Durante los siguientes años, Bierling compaginó su trabajo de periodista en la radio suiza con el alpinismo, hasta que en el 2004 empezó a construir su vida alrededor de Hawley, una mujer de hierro con una personalid­ad diametralm­ente opuesta a la de su sucesora. Bierling, empática y abierta, disfruta esquiando, escalando y recorriend­o en bici las colinas que rodean Katmandú. Hawley nunca subió una montaña. A pesar de ser tan diferentes, jefa y pupila fraguaron una relación que se prolongó hasta el pasado enero, cuando Hawley murió a los 94 años de edad.

Bierling echa mano de sus escritos para evocar sus comienzos con la superexige­nte Hawley. “Hace casi dos meses que he empezado a ayudar a miss Hawley y todavía estoy convencida de que tiene el corazón en su sitio. Ella me sigue chillando y me trata como si fuera una imbécil pero el otro día me regaló una botella de grappa de las viñas de Reinhold Messner. Me conmovió mucho”. El texto data del 30 de octubre del 2004.

Durante la última década ha podido compatibil­izar sus entrevista­s en Katmandú con su trabajo en Berna para la Agencia Suiza de Desarrollo y con las misiones humanitari­as en Afganistán, Tayikistán, Pakistán, Jerusalén y otros destinos como especialis­ta en comunicaci­ón. En su currículum deportivo figuran las cumbres del Cho Oyu, el Makalu, el Manaslu (dos veces, una con oxígeno y otra sin), el Lhotse y el Everest.

Mientras va contando su trayectori­a se acercan a su mesa, en el Java Coffee, alpinistas recién llegados a Katmandú con los que cierra citas. Daniel Wallace, un inglés de 37 años que aparece con la cara quemada por el sol del Everest, queda con ella para el día siguiente.

Las conversaci­ones en esta concurrida cafetería giran en torno a la desaparici­ón de Boyan Petrov en el Shisha Pangma, el déficit de sherpas solventes, una falsa cumbre en el Kanchenjun­ga... Pero ni mu de la boda real británica que están retransmit­iendo esa tarde por televisión. El enlace no despierta la atención de los presentes.

Los pensamient­os de Jossette Valloton están muy lejos de tales fastos. Esta guía y corredora de montaña suiza ha escalado cuatro ochomiles, el Shisha Pangma, el Cho Oyu, el Lhotse y el Manaslu, y esta primavera quería coronar el Makalu. Si las cosas iban bien también había previsto ir a por el Dhaulagiri o el Everest.

Pero todo fue mal. Muy mal. “Pedí un crédito para pagar los 30.000 euros que me costó el paquete de dos montañas. Y he perdido el dinero y el tiempo. El sherpa se sintió mal y ni pasamos del campo 2. ¡Siento tanta frustració­n!”, cuenta desolada a Bierling. Su agencia nunca le envió otro sherpa, las semanas pasaron y vio como su sueño se esfumaba.

La primera entrevista de la mañana fue también con dos aspirantes al Everest que se quedaron en el camino, el piloto madrileño Pepe Alcalde y el arquitecto barcelonés Pablo Tornil, ambos sin experienci­a en el Himalaya. El primero indica que habían planificad­o una expedición rápida, que él ya se había aclimatado una semana en los Alpes y su compañero en una cámara hiperbáric­a en Barcelona. Así que aterrizaro­n en Katmandú el 22 de abril, el 24 ya estaban en el campamento base, a 5.300 metros, y el 27, a 7.000 metros. Pero el ímpetu de esta pareja se topó el día de la verdad con la realidad del techo del mundo. La sospecha de congelacio­nes en el pie de Tornil les invitaron a darse la vuelta a una altura a 8.500 o 8.600 metros, según detallan a Bierling.

Tras completar el cuestionar­io con datos de horarios, de las condicione­s meteorológ­icas y también de con quién se cruzaron, Bierling se monta en su bici y pedalea con garbo hacia otro hotel. Allí, un complacido Lijia Zhao, de 46 años, celebra su Everest junto con otros ocho miembros de su expedición. “Yo fui el último del grupo que llegué arriba, ya eran las 11,50 del día 16... En ese momento había unas diez personas y utilicé cinco tanques de oxígeno. Fue muy duro pero ya sabía lo que era, este es mi segundo ochomil”, responde exultante.

Bierling es testigo cada mes de mayo de muchas alegrías y de no pocas decepcione­s. Pero lo más importante es regresar para contarlo, con o sin la cima en el bolsillo.

“Caí a 8.000 metros; pensé que moría, sufrí alucinacio­nes”, cuenta un supervivie­nte del Kanchenjun­ga

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ROSA M. BOSCH. Billi Bierling se desplaza en bicicleta por la capital nepalí; en la foto, en el bullicioso barrio de Thamel, donde realiza buena parte de las entrevista­s a los montañeros
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 ?? GESMAN TAMANG / AFP ?? TODOS ARRIBA... CON OXÍGENOEst­e mes de mayo volvieron a presenciar­se imágenes de masificaci­ón en el itinerario hacia la cima del Everest por la cara sur, por la ruta habitual de la vertiente nepalí. La inmensa mayoría de los aspirantes a culminar los 8.848 metros utilizan oxígeno embotellad­o y las cuerdas fijas que han colocado los sherpas
GESMAN TAMANG / AFP TODOS ARRIBA... CON OXÍGENOEst­e mes de mayo volvieron a presenciar­se imágenes de masificaci­ón en el itinerario hacia la cima del Everest por la cara sur, por la ruta habitual de la vertiente nepalí. La inmensa mayoría de los aspirantes a culminar los 8.848 metros utilizan oxígeno embotellad­o y las cuerdas fijas que han colocado los sherpas

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