El voto ni se crea ni se destruye
El voto ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y lo hace, además, de forma coherente. El electorado no es tan volátil y caprichoso como algunos pretenden dar a entender: cuando se producen cambios de voto significativos siempre hay alguna causa que los provoca. Opera en la motivación electoral esta máxima que Page y Shapiro constataron para las opiniones colectivas en su clásico The Rational Public. Habría que matizar que la estabilidad y el cambio obedecen más a la coherencia que a la racionalidad, pues la mayoría de las decisiones humanas tienen un elevado componente emocional. De ahí que las posiciones del electorado catalán en relación con el procés sigan, seis años después de su inicio, ancladas en el mismo punto; y ello a pesar de la alta disonancia entre las promesas políticas y la percepción de éxito logrado en ambas posiciones. El motivo es precisamente el peso de la emoción en la apuesta por la creación de un nuevo estado, o en la defensa del existente, despreciando los argumentos racionales. Seguimos en el esquema de la confrontación de la voluntad de medio pueblo contra la voluntad del otro medio pueblo.
La polarización política y social no es exclusiva de Catalunya, está presente en todas las sociedades occidentales. Es fruto de los cambios sociales, pero sobre todo, del cambio en la escala de valores de los líderes políticos. La actitud del presidente Eisenhower de no cuestionar la victoria de Kennedy en 1960 para no dañar la gobernabilidad del país es impensable hoy en la América de Trump. Las decisiones políticas hay que interpretarlas cada vez más en clave psicológica: priman los intereses personales de los equipos que rodean al líder sobre los del partido, no digamos ya sobre el conjunto de la sociedad. La polarización no sirve para resolver los crecientes problemas sociales pero sí ayuda para ganar elecciones y plebiscitos o para tumbar gobiernos. Cada vez son más difíciles las coaliciones de gobierno y más fáciles las mayorías de bloqueo.
La primera encuesta –esta de GAD3 para La Vanguardia– realizada entre el electorado catalán tras la formación del nuevo Govern y de la llegada del PSOE al Gobierno en España, gracias a la primera moción de censura exitosa de la democracia, detecta pocos cambios en la composición del Parlament. La ligera subida de ERC a costa de Junts per Catalunya y del PSC a costa del Ciudadanos apenas supone un cambio en el actual equilibrio de alianzas seis meses después de las últimas elecciones. Entre otros motivos porque uno de
La polarización hace cada vez más difíciles las coaliciones de gobierno y más fáciles las mayorías de bloqueo
los efectos del procés ha sido sacar de la abstención a un sector castellanoparlante del electorado catalán tradicionalmente abstencionista. Nunca volveremos a ver la elevada participación del 82% del 21 de diciembre pero tampoco la veremos bajar del 75%, al menos mientras siga la tensión.
Por el contrario, en el Congreso de los Diputados sí se produce un gran cambio de voto que triplica al del Parlament y tiene impacto real en las alianzas parlamentarias. La marca catalana de Podemos, En Comú Podem, que tuvo la primacía del voto catalán en las dos últimas elecciones generales vuelve a cederla al PSC tras la moción de censura. El empate en escaños con ERC obedece al mejor desempeño de la formación nacionalista en las provincias menos pobladas donde cada acta cuesta menos votos. Catalunya, que ha sido determinante en el cambio de gobierno con 36 votos a favor y once en contra, volverá a ser decisiva en las próximas elecciones generales que, intuyo, serán en el primer trimestre del 2020. Antes vienen las elecciones municipales y europeas –y en otros trece parlamentos regionales– donde lo único seguro ahora es que subirá la participación. Está siendo también otra de las tendencias electorales mundiales.