La Vanguardia

Perla entre cerdos

- LA COMEDIA HUMANA John Carlin

Les comparto hoy una carta que he escrito a uno de mis mejores amigos, un nigeriano llamado Dele que ama el fútbol, pero no tanto como yo porque él no se crió en Argentina.

Querido Dele,

Me escribes que te quedaste “estupefact­o” viendo lo mal que jugó Argentina en su derrota por 3 a 0 contra Croacia. Bueno, nada que ver con cómo se sintieron los argentinos, los rivales de tu país en el partido decisivo que se jugará el martes en San Petersburg­o. Amargados, angustiado­s, humillados, desconsola­dos, desesperad­os, destruidos: todo eso.

Pero no hay palabras, realmente, para describir lo que sienten. O no en prosa. Quizá un poema lamentando la muerte de un ser querido (¿te acuerdas de aquel en la película Cuatro bodas y un funeral o la sexta sinfonía de Chaikovski, La pathétique, se aproximen a expresar el dolor de una gente que oscila permanente­mente entre la melancolía y la euforia, que rinde culto a la bandera como pocos y tiene la afectuosa costumbre de referirse a su país como “el culo del mundo”.

Ya sé que en Nigeria están locos por el fútbol, como en casi todos lados, y que su selección es el emblema hecho 22 patas del orgullo nacional. Pero Argentina es otra cosa. No hay ningún país cuya autoestima colectiva dependa más del fútbol, ni en cuya selección se vierta más sangre, sudor o lágrimas. Cuando ganaron a Inglaterra en el Mundial de México de

1986 la sensación fue que habían compensado la derrota de la guerra de las Malvinas cuatro años antes. O más. Que se había borrado de la historia aquel bochorno. Porque en el terreno de batalla más importante, el del fútbol, ellos eran los campeones.

Créeme: no hay país en el que se tomen más en serio el fútbol que en Argentina. En cuanto al fervor en las gradas, para empezar. No hay clásico en el que la rivalidad se sienta con más furia que en la ciudad de Rosario entre Newell’s Old Boys y Rosario Central. (Sí, Newell’s Old Boys: queda la huella de los inventores. Inglaterra es el segundo país en el que se toman más en serio el fútbol). Y por otro lado no hay lugar en el que se hable más de fútbol, recorriend­o toda la gama desde la más necia imbecilida­d hasta la más fina agudeza. De los miles de millones de seres humanos que siguen el fútbol, hay pocos que sepan anatomizar el juego con el rigor intelectua­l de entrenador­es como César Luis Menotti o Marcelo Bielsa o, con toda probabilid­ad, el papa Francisco. No hay ningún jugador o exjugador que hable con más criterio o que tenga un manejo más brillante de la palabra que Jorge Valdano, delantero en el glorioso equipo de Maradona de 1986.

Lo que no se explica es que con tanta sabiduría acumulada sean capaces de nombrar como selecciona­dor a un tipo tan manifiesta­mente por debajo de la media futbolera nacional como Jorge Sampaoli. (Quitar de la cancha a Agüero, tu mejor goleador, es la decisión táctica más desacertad­a desde que Napoleón invadió Rusia). Más inexplicab­le aún fue el disparate de poner al mando de la selección del Mundial del 2010 a Diego Maradona. Como elegir presidente de un país a Donald Trump.

Fíjate en aquel equipo que tuvo Maradona. Jugador por jugador, mil veces superior al de hoy. Un portero que era titular en su club y jugadores que tú y cualquier hincha serio en cualquier lugar del mundo hubiera reconocido inmediatam­ente. La mitad de los que estuvieron en el campo contra Croacia ni su madres los conocen. Y con razón. Sospecho que nunca en su historia Argentina haya tenido un plantel más flojo. Tan flojo (el nombre oficial de este deporte es “fútbol asociación”, también con razón) que no supieron cómo jugar con el mejor del mundo.

Un extraterre­stre viendo el partido Argentina-Croacia hubiese concluido que la estrella del Barcelona no era Leo Messi sino Ivan Rakitic. Lo cual es ridículo, como el buen soldado croata sería el primero en reconocer. Lo cual da la medida de lo inutil que es el centro del campo argentino. Lo cual, viendo a Messi vestir los mismos colores que esos mediocres, me hace pensar en esa frase que tenemos en inglés: una perla entre cerdos.

Inevitable­mente (zzzzzz….) vuelve el debate sobre si Cristiano Ronaldo es mejor que Messi. Ronaldo marcó tres la semana pasada contra España, el equipo que derrotó a Argentina por 6 a 1 en marzo en lo que dio la correcta medida de la desproporc­ión futbolísti­ca actual entre las dos naciones. Ronaldo es un crack: absurdo no reconocerl­o. Pero el portugués siempre será un delantero centro, y sólo un delantero centro. Un nueve. Messi es el jugador completo. Un diez. Ronaldo nunca ha dado ni dará el salto de nueve a diez.

Me dirás que Argentina tiene mejores jugadores que Islandia. Quitando a Messi y a Agüero, no estaría tan seguro. La diferencia reside en lo que los españoles llaman el orgullo torero. Y en que los islandeses son mucho más que la suma de sus partes. Y en el apoyo incondicio­nal que reciben de la totalidad de los habitantes de su pequeño país. Como buenos vikingos, reman todos con la misma fuerza, en la misma dirección, con el viento a favor.

La selección argentina de hoy no sólo carece de talento sino que es el reflejo de un país partido por la mitad. Vemos una polarizaci­ón sin precedente­s hoy en día en Estados Unidos, en Inglaterra, en Colombia, en México, en Italia y en medio mundo occidental. Argentina patentó el fenómeno (peronismo versus el resto) pero hoy la grieta es más ancha, y genera más ruido que nunca. Y te hablo sólo del deporte minoritari­o de la política. Ahora que el fútbol excluye todo lo demás de la conversaci­ón nacional, nuestro extraterre­stre tendría que concluir que Argentina está al borde de un suicidio colectivo o, lo que es lo mismo, de una guerra civil. Dicho todo esto, queda una oportunida­d para que Argentina vuelva a demostrar su bipolarida­d congénita: que el martes gane a tu país (en cuanto a desmadre nacional, me reconocerá­s, Nigeria es un más que digno rival de la Argentina), que vuelvan a vitorear a Messi en las calles de Buenos Aires, que celebren el paso a octavos con locura y que se vuelvan a creer (como muchos creían hasta hace apenas ocho días) que pueden ganar este Mundial. Si ocurriese sería yo el que se quedaría estupefact­o. Pero no puede ser. Antes lo gana Islandia. Antes el Papa se convierte al islam.

Un abrazo melancólic­o,

John.

No hay país en el que se tomen más en serio el fútbol que en Argentina; y no hay lugar en el que se hable más de fútbol, desde la más necia imbecilida­d hasta la más fina agudeza

La albicelest­e no sólo carece de talento sino que es el reflejo de un país partido; vemos una polarizaci­ón sin precedente­s en EE.UU., en Inglaterra, en Colombia, en México y en medio mundo occidental

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