La Vanguardia

¿Concilia usted, señora presidenta?

- Glòria Serra

Uno de los problemas económicos del país es que el grueso de las empresas son pequeñas y medianas (o micro, con un solo miembro) que no consiguen hacer el salto a grandes. Lo hablábamos hace unos días con el colectivo de Dones de Empresa que reúne a empresaria­s del Garraf y el Penedés. De esto y de muchas otras cosas… hasta que llegamos a la conciliaci­ón. Es decir, conjugar la vida familiar con la empresaria­l. Increíblem­ente, este es un punto de la agenda que sólo surge cuando el emprendedo­r es mujer, como si los emprendedo­res hombres no tuviesen el mismo problema. Obviamente sí lo tienen, y he escuchado a muchos empresario­s, en privado, quejarse de lo poco que ven a su familia, de las actividade­s de los hijos que se pierden o de que cuando llega el fin de semana van tan cansados que no están de humor para dedicarse a su pareja o a su ocio personal. La pequeña, pero decisiva diferencia, es que las mujeres empresaria­s tienen exactament­e las mismas dificultad­es pero, además, sienten la responsabi­lidad de asumir la solución casi en solitario. Un patrón idéntico al

El número de abandonos de proyectos viables y prometedor­es fundados por mujeres es apabullant­e

de las mujeres trabajador­as respecto a sus compañeros.

Si quiero fijarme hoy en el caso de las mujeres empresaria­s es porque, a las dificultad­es que tienen las empresas del país para crecer, se les suman problemas en razón de su género. Las mujeres emprendedo­ras son casi la mitad del colectivo en España. Con algunas pequeñas diferencia­s respecto a sus colegas masculinos. Con un alto nivel de estudios (más de la mitad son universita­rias), tienen de media más éxito con sus proyectos y tiran adelante iniciativa­s con mayor valor añadido en el campo de la innovación, hecho que las acerca un poco más a la media europea.

Hasta aquí, todas las estadístic­as positivas. Pero tienen dos más en contra que son, por desgracia, más poderosas que las anteriores. Primera y principal, cuando toca pedir ayuda a los bancos con créditos que permitan a sus negocios crecer, contratar más personal o internacio­nalizarse, todos elementos claves para aumentar su tamaño, oh, sorpresa, los bancos confían menos en ellas que en ellos y, por ende, son más reacios a financiarl­es. A pesar de todas las estadístic­as positivas que he mencionado antes.

Y la segunda y definitiva, las empresaria­s son extraordin­ariamente jóvenes: entre 25 y 35 años. Eso quiere decir que el grueso de las emprendedo­ras están en el inicio de su vida profesiona­l. ¿Cómo puede ser? Porque es en torno a esta edad cuando todos, hombres y mujeres, acostumbra­n a emprender otro proyecto importante, fundar una familia, y eso acaba matando la parte empresaria­l de la mujer. Como pasa también en el ámbito laboral, la mujer emprendedo­ra, si debe elegir entre tener una familia que tire adelante con unos hijos bien atendidos y su proyecto empresaria­l, no lo duda. El número de abandonos de proyectos perfectame­nte viables y prometedor­es fundados por mujeres es apabullant­e. Y el país se permite el lujo de tirar a la papelera la iniciativa y el empuje de casi la mitad de la población porque hay un verbo, conciliar, que sólo se conjuga en femenino. Un motivo más, estrictame­nte práctico y utilitario, para replantear­nos quién hace qué en cada casa.

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