La noche de Sant Joan
Los conocí justo al llegar a Barcelona. A Eduard en una vespa blanca, a Marc en Sant Pere més Alt. El estudio de su padre les servía como centro de operaciones, buscaban un lugar donde vivir con Pep y Pablo, que entonces aterrizaba de un viaje a Bolivia cargado de regalos para todos. Unos estudiaban Bellas Artes, otros en el Institut del Teatre. Fuimos a ver una película de Nick Park al Verdi, y pusieron el cortometraje Creature comforts. Es un falso documental de animación en plastilina, donde varios animales cuentan su experiencia en el zoo. Encaramado a un árbol muerto, un león dice que necesitan espacio.
Así se llamó la nave industrial de cuatrocientos metros cuadrados que alquilaron en Poblenou, S’Espai. Cada uno se construía su propio módulo. Colgaron un gran Mazinger Z en la pared de la cocina. Organizaban fiestas que duraban hasta el amanecer, y cobraban entrada para cubrir los gastos de las obras que ellos mismos hacían. Pasaron por allí músicos y actores hoy reconocidos, también poetas, artistas. Celebraron el Fin de Año y, en carnaval, me disfracé de abducción. Celebraron
Cada Sant Joan pienso en Marc y Eduard, han transcurrido tantos años como los que vivieron
Sant Jordi y Sant Joan. A esta última fiesta no fui porque una amiga de la universidad me invitó a las carpas de Esplugues o Cornellà o Castelldefels.
Barcelona era para mí una desconocida que me resultaba familiar, como esas personas con las que te entiendes enseguida. La complicidad es inmediata y te parece mentira haber vivido sin ella tanto tiempo. Os hacéis inseparables. Aquella noche fue rara, me aburrí, bebí para no aburrirme. Lo poco que sabía de la revetlla lo había aprendido de pequeña en un programa llamado Planeta imaginari, a través de la historia de dos asnos. O mi memoria mezcla recuerdos. En cualquier caso, los animales de animación han sido determinantes en esta fábula.
Me llamó Pep. Al fijo, aún no teníamos móvil. Sería 1996. Tengo resaca. Al oír su voz sonrío, después no puedo creer lo que dice. Lloro tan fuerte que mi compañera de piso cree que es la tele. No dejo de pensar en que se decoloraron el pelo. Que los enterrarán con el pelo amarillo.
Entraron otros en S’Espai, buenos amigos. Siguieron haciendo fiestas. Fui a unas cuantas, hasta que empezaron a poner música electrónica. Luego les pasó la Diagonal por encima. Hemos comentado mil veces que deberíamos hacer un documental, hay material de sobra, toda la ciudad estuvo allí alguna vez. Cada Sant Joan pienso en Marc y Eduard. Han transcurrido casi tantos años como los que vivieron. Siempre serán mayores que yo, aunque si los viera ahora me parecerían unos críos. Marc tiene su propio Espai y una escultura en el Parc del Port Olímpic que le dedicó su padre. A los demás nos queda la efeméride como excusa, no para rememorar aquella noche nefasta, sino todo lo de antes, la búsqueda de un espacio en esta Barcelona de la que sigo enamorada.