Viernes, 22 de junio
Son las siete de la mañana, acabo de ducharme y de desayunarme unos huevos con beicon y, mientras enciendo mi primer habano –un Montecristo Dumas, línea 1935–, me pregunto de qué demonios voy a escribir hoy. Tengo varios temas. Uno: el libro de Joaquín Luna,
¡Menuda tropa!, que me compré ayer en Laie y me zampé por la tarde en una terraza de la Barceloneta. Dos: cómo nombrar a una especie animal. Artículo pillado en Le Figaro (19 de junio) y en el que me entero de que un grupo de investigadores brasileños acaban de bautizar al fósil de un mamífero que vivió hace 70 millones de años con el nombre de Brasilestes stardusti,
en homenaje a David Bowie y a su Ziggy Stardust. Tres: la cara, todo un poema, de Messi al finalizar el Croacia-Argentina (3 a 0) que vi el jueves por la tele.
El libro de Luna es un buen texto y un tema gratificante, más que gratificante: las redacciones de los diarios hace treinta años, cuando Luna empezó el oficio. El bar de La Vanguardia y el habano que te encontrabas en la mesa de trabajo el día de la onomástica de Don Carlos, el dueño. Yo empecé algo antes que él: jamás le llamé a Horacio Sáenz Guerrero “Don Horacio”, pero comparto el recuerdo que Luna guarda de él: era un gran profesional y una excelente persona. Podría escribir una larga, extensa terraza sobre aquella redacción de
La Vanguardia, en Pelai, pero me pondría sentimental y hoy no me apetece. Lo de Brasilestes stardusti es lo que se dice una preciosidad. Pero se lo dejo al amigo Monzó. Nadie mejor que él para sacarle la punta a un tema semejante, sustituyendo al fósil del mamífero por un miembro de la CUP y a David Bowie por la Christa Leem, o ahora que el pobrecito ya no bebe, por la Madre Teresa de Calcula. Me queda el rostro de Messi después del tercer gol de Croacia. Pero, la verdad, no me veo con ánimos: mi capacidad de ploraner , de ploraner
oficial, con los años se ha visto muy mermada y me temo que haría un triste papel. Prefiero dejárselo a la señora Rahola.
Entonces, ¿de qué diablos escribo? Había ya empezado a redactar, mentalmente, una historia más o menos sentimental entre el taimado de Santi Vila, que acaba de abandonar el PDECat, con un migrante que se hacía pasar por el hermano gemelo del Negre de Banyoles, cuando, de pronto escuché en Catalunya Ràdio –“Desperta Catalunya, són les sis”, como, dia rere dia, le oigo decir a mi querida Mònica Terribas– una información que, pese a que me la temía, me sentó como un tiro: “El president Torra ha decidit no asistir junt amb el monarca Felip VI a la inauguració dels Jocs Mediterranis de Tarragona”. Hasta aquí podíamos llegar. Comprendo que el president Torra esté dolido por el discurso que el Monarca nos soltó en la tele después de los hechos del 1-O. Señor, Majestad, hay muchas maneras de defender la Constitución, pero los catalanes, unos y otros, esperábamos algunas palabras de consuelo de un monarca que no llegaron, ni siquiera en catalán, como en otras ocasiones. Y así se lo dije al Monarca en su día, en esa terraza. Pero que el president de la Generalitat de Catalunya se niegue a estar presente en la inauguración de los Jocs Mediterranis de Tarragona porque le cae gordo el Monarca se me antoja un desprecio a la ciudad de Tarragona, a sus habitantes y, en definitiva, a los juegos.
Señor Torra, molt honorable president: yo soy nieto de una dama tarraconense, doña Filomena de Castellarnau i de Lleopart, y como tal, al margen de lo que ambos, usted y yo, podamos pensar del Monarca y del Gobierno de España en el momento en que se produjeron los lamentables, vamos a llamarles así, hechos del 1-O, he de decirle que me duele que usted haya rechazado estar presente en Tarragona, con los tarraconenses que piensan o no piensan como usted, en la inauguración dels Jocs del Mediterrani. Puede ser que esa sea su estrategia política, coordinada o no –yo diría que sí– con su “president” en Berlín, pero el viernes usted debía estar en Tarragona, con los tarraconenses, porque, de no ser así, me va a resultar muy difícil creerme que sea usted el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya, de todos los catalanes.
Bueno, ya me he quedado tranquilo. Confieso que esta no era mi intención al escribir esta terraza. Hubiese preferido algo más agradable: un cubalibre en la barra de un hotel de Hong Kong con Joaquín Luna, David Bowie, Christa Leem, Santi Vila y el falso hermano del Negre de Banyoles. Pero salieron los Cartellarnau, y mi abuela María Filomena, y para mí, ya me perdonarán, esto es tan sagrado como El Celler de Can Roca.
Me quedan unas pocas líneas. Permítanme que las dedique al Valle de los Caídos y a la tumba de Franco. Visité el Valle a mediados de los cincuenta. Un viaje de fin de curso: Jesuitas de Sarrià. Íbamos camino de El Escorial, de Toledo, y no sé a quién diablos se le ocurrió llevarnos al Valle, probablemente a algún padre –había varios– que hizo la guerra de capellán con Franco. No bajamos del autocar, pero desde la ventanilla pude ver la cara de odio de uno de los que arrastraban unas piedras. Esa mirada se me quedó grabada. Era la mirada de alguien, del bando enemigo, condenado a trabajos forzados –¿se dice así?–, a levantar el Valle de los Caídos, los de Franco. Dicen que con Pedro Sánchez podrían, al fin, retirar el cadáver de Franco y convertir el valle en el de los muertos de la Guerra Civil, de uno y otro bando. No sé si lo veré, lo dudo.
PS. Una vez entregado este artículo, siete de la tarde del viernes 22 de junio, me entero de que el president Torra acudirá a la inauguración de los juegos en Tarragona. Enhorabuena.
Dicen que podrían convertir el Valle de los Caídos en el valle de los muertos de la Guerra Civil; no sé si lo veré