Tres hermanos y quinientas ovejas
Ovelles
Autoría y dirección:
Yago Alonso y Carmen Marfà
Intérpretes: Biel Duran, Albert Triola y Sara Espígul / Gemma Martínez
Lugar y fecha:
Sala Flyhard (1/VI/2018)
Ovelles es una comedia. Urbanita, generacional, comprensiva y amable con unos personajes imperfectos (tres hermanos) que se lamen sus heridas en compañía. La excusa para el encuentro fraternal es una herencia inesperada que podría ser el estímulo para un cambio radical en sus vidas de insatisfechos y vapuleados hipsters barceloneses. En un pueblo abandonado de Teruel les esperan unas quinientas ovejas para ser pastoreadas, vendidas o sacrificadas. Un macguffin de churras y merinas.
Mientras discuten pros y contras de todas las opciones que se presentan con esa fortuna de lana, carne y leche, Yago Alonso y Carmen Marfà –también directores del montaje– retratan a tres seres que se resisten a entrar en la madurez, aunque la vida les haya ya enseñado unas cuantas lecciones: rupturas sentimentales, fracasos laborales, futuro precario. Desilusiones varias mientras avanza el calendario. Uno se agarra a la eterna noche loca de Peter Pan (Arnau), otro a la ilusión sobrevenida de ser guionista (Víctor) y la tercera a ser madre moderna (Alba).
Pero su rasgo más destacado es que son hermanos. Una circunstancia que no es la primera vez que se dramatiza. Tampoco en la Flyhard, más acostumbrada al reverso trágico de las familias de Llàtzer Garcia (La pols, La terra oblidada). Con la comedia, los autores y directores se permiten la extravagancia de explotar esa cápsula del tiempo que sólo existe entre hermanos. Una burbuja suspendida que les permite volver a la infancia sin parecer ridículos. O sí, pero el otro conoce y comparte el código de la regresión. Una complicidad entrañable que el breve elenco (Biel Duran, Albert Triola y Gemma Martínez) hace crecer con una increíble naturalidad.
Quizá en un primer minuto Triola (Víctor) fuerza un poco el tono cómico, pero en el transcurso de las frases iniciales con Rodríguez (Alba) el atisbo de estridencia marcha. Energía casual que se asienta definitivamente con la irrupción de Duran (Arnau). Ellos se sienten cómodos y contagian esa normalidad al espectador, que los observa entonces con la ternura con la que se adoptan los personajes más torpes –en el manejo de las emociones y responsabilidades– de Woody Allen o sus herederos, como Noah Baumbach o Roger Coma, que también cuida esta tribu de desastrados inmaduros (Les molèsties).
Maestros y discípulos de una ficción que es pura palabra. Un torrente de historias narradas, de secretos desvelados, disputas dialécticas que Alonso y Marfà han reproducido con divertido encanto –y su poco de hiel– en el espacio íntimo de este teatro, donde además caben las mal contadas quinientas cabezas de ganado lanar. Están. Prometido.