Seleccionando
En las últimas semanas están teniendo lugar exámenes de “selectividad” que serán importantísimos para el acceso de nuestros jóvenes a sus estudios universitarios o postuniversitarios. Muchos se jugarán su futuro en estos exámenes. En función de los resultados de estos exámenes de selectividad podrán elegir donde estudiar. Hay centros, de gran calidad, que sólo acogen a muy pocos. También hay centros, de gran calidad, que aunque aceptan a varios cientos, son tan famosos en todo el mundo que reciben miles de solicitudes y aceptan a uno de cada 20 o más que lo solicitan.
Este año me ha parecido ver a la prensa un poco crítica con el tema de la selectividad. En una primera reacción a mí tampoco me gusta esto de que un joven se juegue su vida profesional en un examen que no acabo de ver como la mejor forma de medir el potencial de un joven para llegar, treinta años más tarde, a ser uno de los mejores médicos, arquitectos, ingenieros o abogados del mundo que tendremos, mejor dicho tendrán, entonces.
En una segunda reflexión me vienen a la cabeza la cantidad de selecciones por las que he tenido que pasar. Cuando yo era joven, en el bachillerato teníamos lo que llamaban “reválidas”, unos exámenes generalistas que te permitían conseguir el título de bachiller o bachiller superior. Pero si querías ir a la universidad a hacer alguna carrera, antes tenías que hacer un curso de un año que se llamaba preuniversitario.
En carreras como la de ingeniería, que se me ocurrió seguir en mi caso, tenías dos cursos de entrada, el selectivo y el de iniciación, y después cinco años de carrera. Pero el selectivo era durísimo y mucha gente no lo pasaba y se quedaba sin poder ser ingeniero. Yo tuve la suerte de pasarlo a la primera y con matrículas de honor estudiando además arquitecto técnico. Pero la cosa no acabó en esto porque luego me aceptaron para ser profesor del Iese siempre que hiciera un programa doctoral en Harvard o en Chicago y consiguiese una beca para pagar la matrícula y los costes de vivir por el mundo. Lo curioso es que la solicitud para estos programas incluía sacar un buen resultado en un test internacional que en aquellos años sólo podías tomar en la base americana de Torrejón, cerca de Madrid.
Nuestro futuro es la gente joven; deberíamos hacer todo lo posible por facilitarles estudiar lo que les guste y entusiasmarlos y motivarlos
Recuerdo aquel durísimo momento. Éramos un grupo no muy grande de españoles que queríamos estudiar en prestigiosas escuelas por el mundo y contestábamos por escrito el test, vigilados por soldados americanos armados. Saqué un buen resultado, me admitieron en Harvard y en Chicago (elegí Harvard), conseguí dos becas y sobreviví.
Pero reflexionando recuerdo compañeros de mi colegio, de los ingresos de ingeniería, de los estudios internacionales que, sin ninguna duda para mí, eran mejores que yo pero no pasaron los “selectivos” o sacaron resultados bajos en los tests y no pudieron acceder a los programas que les hacía ilusión cursar. ¿Qué tiene que ver hacer un test muy bien con hacer muy bien la carrera de medicina en Harvard practicando por ejemplo en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center? Mucha gente puede entusiasmarse con la medicina, sentir una enorme responsabilidad delante de un enfermo y una urgencia para saber de los últimos tratamientos de esa enfermedad realizados por los mejores expertos del mundo. ¿Pero puede alguien sentir algo de eso haciendo un test?
Un colega me decía que los tests son una manera de sacarse de encima candidatos. Si una universidad con recortes presupuestarios no puede pagar profesores, sólo puede aceptar 50 alumnos y le van a solicitar la admisión 500, ¿cómo sacarse de encima 450? ¿Es un test la mejor solución?
Nuestro futuro es la gente joven. Deberíamos hacer todo lo posible por facilitarles estudiar lo que les guste y entusiasmarlos y motivarlos para que disfruten estudiando. No recuerdo con cariño lo que me permitió ir a Harvard: sacar un buen resultado de test en una base militar.