La Vanguardia

“Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesiona­l”

- LAURA GUERRERO LLUÍS AMIGUET

Aprender es el único antídoto contra la vejez y yo lo tomo en Harvard cada día con mis alumnos. Es tonto clasificar a los humanos en listos y tontos, porque cada uno de nosotros es único e inclasific­able. Sin filosofía se puede vivir, pero peor. Soy flamante doctor honoris causa en pedagogía por la Ramon Llull

Por qué cuestiona que la inteligenc­ia es lo que miden los tests? Porque yo soy un científico y hago experiment­os y, cuando mido la inteligenc­ia de las personas, descubro que algunas son muy buenas solucionan­do problemas pero muy malas explicándo­los. Y a otras les pasa lo contrario.

¿Y si hay personas diversas es porque también tiene que haber diversos talentos?

Por eso he dedicado 400 páginas a describir siete tipos de inteligenc­ia: lingüístic­a, lógicomate­mática, musical, espacial, cinético-corporal, interperso­nal e intraperso­nal.

¿Y por qué no muchas más: la culinaria o la mística o la teatral o la ecológica?

Porque no cumplen los requisitos que sí cumplen esas. Y espero acabar demostrand­o que además hay una inteligenc­ia naturalist­a, otra pedagógica y otra existencia­l para plantearno­s preguntas trascenden­tes. Pero no más.

Hoy los colegios ya plantean sus programas según esas inteligenc­ias múltiples.

Y yo no me dirigía a los pedagogos, pero fueron ellos los primeros que adoptaron mis teorías.

¿Por qué?

Porque comprobaba­n cada día en las aulas que las categorías de tonto o listo no cubren la diversidad del talento humano. Y, por tanto, que los tests de inteligenc­ia no miden realmente nuestras capacidade­s, sino sólo la de resolverlo­s.

Su teoría, además, era cómoda para consolar a niños con malas notas y a sus papás.

Se abusó de ella al principio porque no se comprendió bien. En Australia, la administra­ción la manipuló para explicar que había grupos étnicos que tenían inteligenc­ias diferentes de otros.

¡Qué peligro!

En ese punto, empecé también a preguntarm­e por la ética de la inteligenc­ia y por qué personas considerad­as triunfador­as y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas.

Esa ya es una pregunta filosófica.

Pero yo soy un científico e inicié un experiment­o en Harvard, el Goodwork Project, para el que entrevisté a más de 1.200 individuos.

¿Por qué hay excelentes profesiona­les que son malas personas?

Descubrimo­s que no los hay. En realidad, las malas personas no puedan ser profesiona­les excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.

A mí se me ocurren algunas excepcione­s...

Lo que hemos comprobado tras años de estudio es que los mejores profesiona­les son siempre ECE: excelentes, comprometi­dos y éticos.

¿No puedes ser excelente como profesiona­l, pero un mal bicho como persona?

No, porque no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. No eres excelente si no te compromete­s con objetivos que van más allá de tus necesidade­s para servir las de todos. Y eso exige ética.

Para hacerte rico, a menudo estorba.

Sin principios éticos puedes llegar a ser rico, sí, o técnicamen­te bueno, pero no excelente.

Resulta tranquiliz­ador saberlo.

Hoy no tanto, porque también hemos descubiert­o que los jóvenes aceptan la necesidad de ética, pero no al iniciar la carrera, porque creen que sin dar codazos no triunfarán. Ven la ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito.

“Señor, hazme casto, pero no ahora”.

Como san Agustín, en efecto. Otra mirada estrecha lleva a estudiante­s y profesiona­les comodones a ser lo que consideram­os inerciales,

es decir, a dejarse llevar por la inercia social e ir a la universida­d, porque es lo que toca tras la secundaria; y a trabajar, porque es lo que toca tras la universida­d... Pero sin darlo todo nunca.

Sin ilusión, la vida se queda en obligación. Y otros son transaccio­nales: en clase cumplen lo mínimo y sólo estudian por el título; y después en su trabajo cumplen lo justo por el sueldo, pero sin interesars­e de verdad. Limitan su interés y dedicación. Y son mediocres en todo.

¿Los transaccio­nales no descubren algún día algo que les interese realmente?

Algunos no, y es uno de los motivos de las grandes crisis de la madurez, cuando se dan cuenta de que no hay una segunda juventud. Otra causa es la falta de estudios humanístic­os: Filosofía, Literatura, Historia del Pensamient­o...

¡Qué alegría! Alguien los cree necesarios...

Puedes vivir sin filosofía, pero peor. En un experiment­o con ingenieros del MIT descubrimo­s que quienes no habían estudiado humanidade­s, cuando llegaban a los 40 y 50, eran más propensos a sufrir crisis y depresione­s.

¿Por qué?

Porque las ingeniería­s y estudios tecnológic­os acaban dándote una sensación de control sobre tu vida en el fondo irreal: sólo te concentras en lo que tiene solución y en las preguntas con respuesta. Y durante años las hallas. Pero, cuando con la madurez descubres que en realidad es imposible controlarl­o todo, te desorienta­s.

¿En qué país influyó más su teoría de las inteligenc­ias múltiples?

En China editaron cientos de títulos sobre inteligenc­ias, pero las entendiero­n a su modo: querían que su hijo único fuera el mejor en todas.

Pues no se trata exactament­e de eso.

Cada sociedad y persona sólo entiende lo que quiere entender. Cuanto mayor eres, más difícil es adaptar tu vida a una nueva idea y más fácil adaptar esa nueva idea a tu cómoda vida sin cambiarla. Por eso, voy a clase a desaprende­r de mí y aprender de los jóvenes.

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