El riesgo del portazo
EL portazo es el peor de los negocios en la vida privada y en la escena pública. Ponerse estupendo es uno de los placeres más efímeros, la tentación de los que prefieren la gloria de un momento en lugar del reconocimiento en el tiempo. A veces incluso, al cerrar la puerta, el ofendido puede pillarse los dedos. Y, en determinados casos, puede desgarrarse la biografía con los goznes. Los manuales de comportamiento inteligente aconsejan siempre dejar la puerta entornada, porque la existencia da muchas vueltas y las trayectorias personales, aún más. No tiene ni pies ni cabeza darle un portazo al presente cuando no se vislumbra el futuro.
El portazo que dio el president Quim Torra en la sala de actos del Museo de Historia Afroamericana de Washington, tras sentirse agraviado por el discurso del embajador Pedro Morenés, le impidió volver a entrar, porque inicialmente no se lo permitieron los organizadores del Smithsonian. E incluso le imposibilitó poder pronunciar un discurso al día siguiente en el marco del Festival Folklife, porque sus promotores no quisieron que la política les desvirtuara la cultura, que era la razón del encuentro.
Es siempre una mala solución dar un portazo, porque el estruendo impide la vuelta atrás. Y rectificar es de sabios, sobre todo en política. La bronca de museo americano resonó en Bruselas, donde el presidente Pedro Sánchez replicó, en tono sosegado, que los enfrentamientos no son la antesala del diálogo, ni los portazos el recibidor de los acuerdos. Torra respondió que había tomado nota del apoyo del Gobierno a su embajador, lo que parecía una amenaza más que un apaciguamiento. El portazo de Mas a Rajoy no fue un acierto, un segundo portazo de Torra el 9-J sería remachar en el desacierto. Como advirtió Gaziel, hay políticos que hacen política y otros que simplemente la deshacen. Ahora no toca sacar pecho, sino inteligencia.