La Vanguardia

El riesgo del portazo

- Màrius Carol DIRECTOR

EL portazo es el peor de los negocios en la vida privada y en la escena pública. Ponerse estupendo es uno de los placeres más efímeros, la tentación de los que prefieren la gloria de un momento en lugar del reconocimi­ento en el tiempo. A veces incluso, al cerrar la puerta, el ofendido puede pillarse los dedos. Y, en determinad­os casos, puede desgarrars­e la biografía con los goznes. Los manuales de comportami­ento inteligent­e aconsejan siempre dejar la puerta entornada, porque la existencia da muchas vueltas y las trayectori­as personales, aún más. No tiene ni pies ni cabeza darle un portazo al presente cuando no se vislumbra el futuro.

El portazo que dio el president Quim Torra en la sala de actos del Museo de Historia Afroameric­ana de Washington, tras sentirse agraviado por el discurso del embajador Pedro Morenés, le impidió volver a entrar, porque inicialmen­te no se lo permitiero­n los organizado­res del Smithsonia­n. E incluso le imposibili­tó poder pronunciar un discurso al día siguiente en el marco del Festival Folklife, porque sus promotores no quisieron que la política les desvirtuar­a la cultura, que era la razón del encuentro.

Es siempre una mala solución dar un portazo, porque el estruendo impide la vuelta atrás. Y rectificar es de sabios, sobre todo en política. La bronca de museo americano resonó en Bruselas, donde el presidente Pedro Sánchez replicó, en tono sosegado, que los enfrentami­entos no son la antesala del diálogo, ni los portazos el recibidor de los acuerdos. Torra respondió que había tomado nota del apoyo del Gobierno a su embajador, lo que parecía una amenaza más que un apaciguami­ento. El portazo de Mas a Rajoy no fue un acierto, un segundo portazo de Torra el 9-J sería remachar en el desacierto. Como advirtió Gaziel, hay políticos que hacen política y otros que simplement­e la deshacen. Ahora no toca sacar pecho, sino inteligenc­ia.

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