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Las elecciones hoy en México para elegir al nuevo presidente y los deficientes accesos viarios y ferroviarios al puerto de Barcelona pese a la urgencia.
OCHENTA y nueve millones de mexicanos pueden acudir hoy a las urnas para elegir nuevo presidente para los próximos cuatro años y renovar las dos cámaras del Congreso tras una campaña electoral que se cerró el pasado jueves y que sin duda puede ser considerada como la más violenta de la historia del país, puesto que un total de 120 políticos han sido asesinados a lo largo del proceso electoral desde septiembre del 2017. Otros 400 políticos han sido agredidos y casi 200 han recibido amenazas de muerte, lo que ha motivado la renuncia de decenas de candidatos.
Con este panorama, el gran favorito para alcanzar la presidencia de la República es Andrés Manuel López Obrador –conocido popularmente como AMLO– con una amplia ventaja en los sondeos sobre sus rivales. López Obrador, de 64 años y líder histórico del izquierdista PRD, es la tercera vez que se presenta a la presidencia. Ha basado su campaña en convertir la austeridad en una virtud de la izquierda y en vincular la agenda de privatizaciones y liberalización que ha dominado México en los últimos treinta años con la corrupción endémica que se ha apoderado de todas las administraciones públicas. López Obrador lidera una alianza izquierdista cuyas propuestas son, para algunos, demasiado socialistas y populistas, por lo que lo han llegado a comparar con Hugo Chávez.
Su principal rival es el joven Ricardo Anaya, de 39 años, al frente del conservador PAN y que ha unido por primera vez la derecha con formaciones de izquierdas para intentar ganar las elecciones. Las encuestas lo sitúan veinte puntos por detrás de López Obrador y sobre él se han vertido acusaciones de corrupción al punto de estar siendo investigado por presunto blanqueo de dinero. El tercer candidato es José Antonio Meade, del oficialista PRI, que afronta el lastre de las acusaciones de corrupción contra su partido por lo que ha intentado desmarcarse del Gobierno del actual presidente Peña Nieto. El último candidato es Jaime Rodríguez, de lenguaje populista y que alardea de ser un hombre hecho a sí mismo, y cuyas posibilidades son nulas.
De no surgir una gran sorpresa, el izquierdista López Obrador tiene todos los números para ser el próximo inquilino de la residencia de los Pinos, sede de la presidencia. Y los retos que deberá afrontar el nuevo presidente son sin duda descomunales. El primero es la lucha contra la violencia, ganar la batalla de la seguridad. En México mueren violentamente setenta personas cada día y el futuro presidente debe tomar el control del Estado para atajar la violencia, sea esta política o propiciada por los cárteles de narcos o pequeños delincuentes. En segundo lugar deberá conseguir crecimiento económico y luchar contra la desigualdad. El crecimiento y la inversión siguen bajos, los salarios están estancados y el Tratado de Libre Comercio, del que depende una tercera parte del PIB mexicano, está en riesgo mientras Trump continúe en la Casa Blanca. Y el tercer gran desafío es la inclusión social en un país donde el 1% acumula más de la tercera parte de la riqueza. Y todo ello deberá hacerlo el nuevo presidente respetan do el Estado de derecho y la legalidad, evitando las tentaciones alas que tantas veces ha sucumbido el PRI hasta ahora en el poder. Eliminar la corrupción que azota al país no será fácil.
Todo indica que en México ha llegado la hora de la izquierda por primera vez en los últimos treinta años. El Gobierno de Peña Nieto ha ignorado los problemas sociales e inició una guerra sin salida contra el crimen organizado. Ahora, según todos los sondeos, López Obrador es quien puede materializar el cambio y la oportunidad de democratizar la democracia mexicana.