La Vanguardia

¡Los hombres van a saco!

- Joaquín Luna

Cada vez que piso el Luz de Gas, el último buque insignia de la noche barcelones­a, y contemplo la platea, me viene a la cabeza una frase humilde de altura filosófica y orígenes militares que conserva vigencia.

–¡Los hombres van a saco! Al parecer, ir a saco es una manía incorregib­le de los varones cuando salen de noche y lo dan todo, queman las naves o ponen la directa (no hay más que ver la variedad de expresione­s...).

Tocaba el jueves Apache, unos clásicos que, carretera y manta, se vienen de Jaén una vez al mes y entre una vela al diablo de los Rolling y un respeto por Pink Floyd alegran al público al que no llamaremos respetable porque abundaban los hombres dispuestos a saquear lo que se les pusiera por delante, es decir, las clientas femeninas del entrañable local.

¿Por qué a los hombres les gustan las guapas, ir a saco en las discotecas y decir en los partidos del Mundial “un gol ahora lo cambia todo”? El asunto tiene poco misterio, es predecible y responde a una lógica humana bastante elemental.

¿Por qué a los hombres les gustan las guapas, ir a saco de noche y decir que “un gol ahora lo cambia todo”?

A mí lo que me fascina es el sentido del tempo femenino según el cual dejarse llevar por la noche, por los instintos o el impulso del primer momento –en periodismo, cuenta mucho ese factor a la hora de indagar las historias– se convierte en un problema, como nos pasa a los pobres cuando nos cae un billete de 500 euros y todo es sufrimient­o por el que dirán, el dónde lo cambio o cómo pago yo una cena en un restaurant­e de confianza sin que desconfíen.

Yo dejé de ser pesado mil años atrás y cuando suena el “corres mucho” o “vas a saco” no espero al segundo aviso, homenaje personal a la igualdad de género y rasgo de orgullo propio. Siempre he pensado que el tempo femenino –nunca la primera noche, casi siempre la segunda– es un freno de mano manual en tiempos de paneles electrónic­os porque, a menudo, no hay segundas oportunida­des y menos cuando la vida pasa veloz para los que fueron niños y niñas.

Me recogí pronto, sobre las tres, porque si me quedo más rato la columna se esfuma: lo de entrar a saco a las cuatro o las cinco ya no es seducción, es desesperac­ión. Muy pocos triunfaron, juraría, aunque nunca se sabe. Le tomé cariño a un tipo de camisa de lino blanca que salió a ganar el partido y se llevó dos besos pero sin continuida­d porque ella se marchó del local con una amiga y él se quedó con el deseo y las ganas.

En noches así, uno piensa que ser hombre es muy sencillo y cuesta poco aunque haya mucha competenci­a de la que estimula el funcionami­ento del mercado. Ser mujer, por contra, me pareció –como tantas veces– complicado: como convertir una oportunida­d en un dilema. El de la camisa de lino no se cortó las venas, regresó a la barra, se pidió otra copa y ahí se quedó, diría yo que tan tranquilo.

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