La Vanguardia

Una VARbaridad

- LA COMEDIA HUMANA John Carlin

Hay gente que cree que la justicia perfecta y la igualdad perfecta son cosas deseables, tanto en este mundo como en el más allá. Bien. Todos tienen el derecho a tener su opinión. Pero creer que son deseables en el fútbol no es solo una estupidez, sino una herejía suicida.

Que la FIFA imponga el VAR en el fútbol es como que si el Vaticano anunciara que los fieles ya no tienen que creer en el Cielo. Es el principio del fin del negocio.

Antes de seguir, un par de aclaracion­es para los herejes: la FIFA (del francés, “Fédération Internatio­nale de Football Associatio­n”) es el máximo organismo del fútbol en el mundo; o sea, es al fútbol lo que el Vaticano es a los que practican el catolicism­o. El VAR (del inglés video assistant referee ) es el sistema de arbitraje introducid­o en el actual Mundial para compensar las debilidade­s humanas del árbitro y sus asistentes: en el caso de que los señores que antes se vestían solo de negro tengan alguna duda en alguna jugada recurren a una pantalla en la que pueden revisar el discutido episodio en cámara lenta y desde todos los ángulos.

La idea del VAR es acercar el fútbol más a la perfección divina. Partiendo de la premisa de que el árbitro es humano y falible, el objetivo es anular el error a la hora de señalar una falta, un penalti, una tarjeta amarilla o roja, un fuera de juego etcétera.

O sea, los señores de la FIFA no solo son corruptos, son unos idiotas. No solo 15 de los 22 hombres del comité ejecutivo de la FIFA que votaron a favor de Rusia y de Qatar como sedes mundialist­as en 2018 y 2022 han sido imputados o investigad­os por corrupción, sino que además los que ocupan hoy su lugar no tienen la más mínima idea de lo que tienes en sus manos. No entienden que sin injusticia el fútbol pierde su encanto y su singular capacidad de generar dinero: deja de ser el deporte favorito del mundo, el tema de conversaci­ón más grande que sin duda existe.

(Hace unos días estuve con Ferran Adrià, el gran cocinero catalán, el Picasso de la gastronomí­a, y tuvo la osadía de contradeci­rme y afirmar que la comida era el tema número uno de conversaci­ón mundial. ¡Por favor! Le reto aquí y ahora a un debate público sobre la cuestión).

Volviendo al VAR: sin la injusticia el fútbol se convierte en otro deporte más, como el tenis, o el baloncesto. Cuando termina un partido de tenis o de baloncesto no nos pasamos una hora, una semana, un año o una década discutiend­o si el resultado fue justo o merecido. No. Aceptamos que Nadal mereció ganar a Federer, no dudamos que hubo justicia en la victoria de los Chicago Bulls sobre los San Antonio Spurs, y a casa. Nada más que hablar. Es una visión de un mundo perfecto, un mundo irreal.

Pero hablar, conversar, discutir es lo que nos distingue de los animales. Quizá lo único que nos distingue de los animales.

Y el fútbol nos da más conversaci­ón que cualquier otra cosa porque es el fenómeno social que más fielmente refleja nuestra condición humana. Porque la condición humana es injusta y azarosa. Porque la vida no nos da los que nos merecemos y al final, en cualquier caso, nos morimos, que es la injusticia más grande de todas.

Ahora, es verdad que el fútbol parte con ventaja sobre los demás deportes aún poniendo a un lado el tema de los arbitrajes. En el tenis hay media docena de maneras de anotar, o de ganar un punto; en el baloncesto habrá diez; en el rugby 15; en el críquet, 20. Pero hay miles de maneras de marcar un gol en el fútbol, muchas de ellas sin querer, por pura suerte o por mala suerte (Hola, Willy Caballero; Hola, David de Gea). Con lo cual el fútbol nos da el factor azar más que cualquier otro deporte. Pero la injusticia, la gloriosa injusticia, nos la da el árbitro o, mejor dicho, la imposibili­dad de que un pobre bípedo acierte siempre, o incluso la mitad de las veces, cuando tenga que decidir en un microsegun­do, corriendo a toda mecha y con 60.000 fieras al acecho, si hubo una infracción o no o, si la hubo, qué clase de infracción: ¿roja, amarilla o nada?

Y esto –la gracia del fútbol, lo que lo coloca muy por encima de todos los demás juegos o deportes o actividade­s sociales– es lo que los tontos de la FIFA nos quieren quitar, a la vez limitando las cantidades que se van a llevar ellos como porcentaje­s de las fortunas que el fútbol hasta hoy ha generado.

La buena noticia, la gran súper noticia, es que el VAR no va a lograr el objetivo autodestru­ctivo que los de la FIFA se han propuesto. El fútbol, como la vida, les va a vencer. Del mismo modo que la vida derrotó a ese igualmente imposible y, además, terribleme­nte indeseable, sueño que tuvo el comunismo, aquel de que iba a ser posible la justicia perfecta, la igualdad perfecta, el ser humano perfecto. ¿Se imaginan el aburrimien­to? Como la vida eterna, en el paraíso, todos iguales y felices junto a Dios y a los ángeles, los pobres, eternament­e aburridos ángeles. Como la carne sin sal, el amor (o el ángel) sin sexo, como el fútbol sin polémica.

Es posible que el VAR sirva para los fueras de juego. Duele reconocerl­o, pero ahí sí. La única verdad reside en las matemática­s, y en su hija, la geometría, con lo cual, sí. No habrá más remedio que aceptar que para los fueras de juego el VAR funcionará. Pero para todo lo demás, no. Para lo que tiene que ver con los insondable­s misterios del corazón y del cerebro humano, con si Mascherano entró con la intención de romper una pierna o meramente de recuperar la pelota; o si Cristiano fingió la caída y, acto seguido, la épica indignació­n; o si Ramos quiso romperle el brazo al egipcio; o si la mano en el área de aquel portugués fue intenciona­l: vemos las jugadas repetidas una y otra vez y en la mayoría de los casos no tenemos ni idea; ni los mismos jugadores la tienen, muchas veces.

Con lo cual, no, gracias a Dios, no lograremos el Cielo ni en la tierra ni en el campo de fútbol. Pese a los esfuerzos de la FIFA, de los discípulos de Marx y de las promesas del Vaticano seguiremos disfrutand­o de la injusticia, de la desigualda­d y del azar, y el fútbol seguirá siendo el pasatiempo favorito de nuestra imperfecta especie hasta que la muerte nos separe, in secula seculorum.

No entienden que sin injusticia el fútbol pierde su encanto y su singular capacidad de generar dinero: deja de ser el deporte favorito del mundo, el tema de conversaci­ón más grande que existe

Como la vida eterna, en el paraíso, todos iguales y felices junto a Dios y a los pobres, eternament­e aburridos ángeles. Como la carne sin sal, el amor (o el ángel) sin sexo, como el fútbol sin polémica

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ORIOL MALET
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