El último en caer
El proceso de primarias del Partido Popular se ha convertido en excusa para chistes y sarcasmos. Aquí gusta mucho hacer leña del árbol caído. Algunos se lo están pasando de miedo viendo al gran partido de la derecha española, el disciplinado orfeón conservador, atemorizado por un proceso que la dirección aceptó de mala gana y que pensaba ejecutar con el mayor control posible. La inesperada moción de censura y la espantada de Mariano Rajoy hacia Santa Pola es una pesadilla para los que se burlaban de los partidos de izquierda tachándoles de ollas de grillos cuando estallaban divisiones internas o diferencias de opinión. El paso atrás de Núñez Feijóo, aterrorizado por caer en las calderas madrileñas sin la seguridad de un congreso por aclamación, ha complicado aún más la situación.
Pero no nos quedemos con la primera fotografía. España es el último de los países occidentales en llegar a la disolución, renovación o recambio de los partidos tradicionales, mayoritarios durante 40 años. Salvo la anomalía británica (y el Brexit puede ser su detonante), en el Estado español aún se
El lento declive en intención de voto y poder territorial del PP lo enfrenta al todo o nada de renovarse o morir
mantenían en pie los grandes partidos surgidos de la transición, ayudados por una ley electoral favorable. Ni la crisis económica, ni los escándalos de corrupción, ni los problemas provocados por la inmigración, el terrorismo o el crimen organizado parecían afectarles, como sí había pasado con sus homólogos en Francia o Italia, por poner ejemplos cercanos.
Esto empezó a cambiar a raíz de las protestas del 15-M, provocadas por los recortes y la feroz recesión económica, cuyos efectos aún no han desaparecido. Y seguimos un proceso clásico, similar al del resto del continente: ante las tensiones derechaizquierda generadas por los problemas económicos, resurge el nacionalismo como respuesta refugio y, también, truco de magia de muchos políticos para correr la cortina de la bandera ante la descarnada situación de miseria. En España y en Catalunya, esto supuso cambios para las formaciones clásicas y el nacimiento de nuevos partidos: Podemos, Ciudadanos (algo anterior, pero que ahora toma empuje), la CUP, En Comú… CiU salta por los aires, el PSC y el PPC pierden apoyo… El PSOE sufre y se convulsiona, con cambios de liderazgo acelerados y volantazos (aún presentes) en el listado de ideas y propuestas.
¿Y el PP? El pegamento que supone tener el poder lo ha preservado hasta ahora. Pero su pérdida de sopetón y el lento declive en intención de voto y poder territorial lo enfrenta al todo o nada de renovarse o morir. No se equivoquen, los populares no están sólo ante un simple cambio de nombre, por muy presidencialista que sea la formación. Tras los nervios y el desconcierto está saber qué quieren ser. ¿Un partido conservador moderado y permitir que Ciudadanos o Vox les robe la cartera por la derecha? ¿Una formación ultranacionalista envuelta en la bandera como solución y olvidarse del poder territorial en la periferia del Estado, donde está la economía productiva real? ¿O seguir como hasta ahora y convertirse en el increíble PP menguante? La respuesta no sólo interesa a sus votantes, pasados o futuros, también marcará toda la política española. La primera pista: el 5 de julio.