Temporada de becarios
Llegó el verano, el chillido de los vencejos, la clase turista también en la forma de vestir. Los jóvenes universitarios hacen las prácticas por un puñado de créditos y muy pocas esperanzas de incorporarse al mundo laboral. Salvando las distancias, la beca es la nueva mili. Aprendes que la vida es dura, que el trabajo dignifica y el significado de autoridad. ¿Seguro?
Los millennials tienen su propia manera de hacer las cosas. El otro día presencié cómo a uno le ofrecían la sustitución de una baja por maternidad. Eso facilitaría que luego pudieran contratarlo, dijeron. El sueño de cualquier compañero en mi época, pensé. Contestó tranquilamente que ya había planificado sus vacaciones y no pensaba prescindir de ellas. Para los que hemos sido eternos becarios y no sabemos qué son unas vacaciones pagadas (o sea, no sabemos qué son unas vacaciones), una respuesta así nos deja perplejos. Pero, ¿y si de este modo hubiéramos evitado la precarización actual?
Otra estudiante en prácticas, en otra empresa, se compró su propia silla y su propio flexo, arguyendo que los que había allí le darían problemas de espalda y de vista. Dejó el recibo sobre el
Les han dicho que lo merecen todo y que no vale la pena esforzarse por nada
teclado de la jefa. Un caso más: la que llegó con su agenda e iba indicando a qué horas podía trabajar porque tenía muchos compromisos. No sé si es lo habitual, pero existen un montón de anécdotas parecidas. Narcisos malcriados o futuros profesionales más exigentes que autoexigentes, no porque se consideren unos genios sino porque, aun sin serlo, el mundo no está a su altura ni en su onda. Tienen esa edad en la que te crees muy listo y no aceptas que te den lecciones, en parte porque te has formado con los cambios (algo que resulta complicado para los veteranos, empeñados en mantener imposiblemente inamovible la vieja escuela).
A los becarios se les culpa de todo, incluso de que el café que te traen esté frío. Y mientras alza la mirada al cielo, uno busca la paciencia recordando que él también tuvo que pringar. ¿Cuál fue el resultado? La resignación, en muchos casos. Acostumbrarte a que te traten con la condescendencia del: “Pues si no lo quieres tú, hay mil esperando”. Hace veinte años, las prácticas eran la zanahoria al final del palo. Ahora llegan tan desengañados que es difícil motivarlos. Hay de todo, claro. Pero la desfachatez con la que exigen lo que a los de mi generación les cuesta insinuar incluso hoy, constata que su educación es muy distinta. Les han dicho que lo merecen todo y que no vale la pena esforzarse por nada.
Nosotros tuvimos que trabajar el doble para conseguir la mitad que nuestros predecesores. Ellos son la generación Bartleby, que preferiría no hacerlo. Bueno, la parte positiva es que a lo mejor por fin podremos relajarnos un poco. Si su actitud es mayoritaria, profesionalmente tardaremos en notar el aliento de los que vienen detrás.