Ha nacido una estrella
El 10 francés, que alcanza una punta de 37 km/h, demuestra que es mucho más que velocidad con la mejor actuación individual del torneo
Pocas características de melón por abrir tenía Kylian Mbappé cuando el pasado verano el PSG decidió invertir 180 millones de euros en su incorporación. Fue una operación de ingeniería financiera. Puesto que las actuaciones del club de los petrodólares deben estar sujetas a las medidas de control financiero de la UEFA, no se firmó un fichaje en sentido estricto, sino una cesión con compromiso de adquisición. De manera que en puridad el sensacional delantero de Bondy sigue perteneciendo al Mónaco. Y, desde ayer, a todo el mundo. Porque el francés firmó la mejor actuación individual del Mundial, en el que suma tres goles, y con su espectacular rendimiento ha dejado en segundo término a las estrellas consagradas. A Messi, que no ha conseguido desembarazarse de la imagen de pesadumbre; a Cristiano, desdibujado en los últimos partidos; a Neymar, uno más en la selección de Brasil, más noticia por los peinados que por el juego.
Era cuestión de tiempo que Mbappé saliera del pseudoanonimato internacional de la liga francesa (esta temporada ha totalizado 21 goles y 16 asistencias en todas las competiciones) y destrozara las puertas del Olimpo. A pesar de que, con 19 años y 192 días, si algo le sobra es tiempo. Cuando Francia se adjudicó su última Copa del Mundo, en 1998, el supersónico delantero todavía no había nacido. Ayer se incorporó al selecto círculo de futbolistas que han marcado dos goles en una eliminatoria mundialista con menos de 20 años. Un grupo con Pelé (Brasil), Michael Owen (Inglaterra) y Julian Green (EE.UU.).
El francés es aceleración pura. Cuando a los 11 minutos recorrió tres cuartos de campo en busca de la portería de Armani alcanzó una velocidad de 37 km/h. En términos comparativos, el humano que ha corrido más cerca de las gacelas, Usain Bolt, ha registrado una punta máxima de 44,7 km/h. Con esta rapidez nadie fue capaz de interrumpir el viaje de la locomotora por medios legales y Rojo tuvo que recurrir a la infracción, al penalti que Griezmann transformó en el primer gol francés. Mbappé puso de manifiesto que es mucho más que velocidad, que el vértigo es un recurso para desplegar o reforzar un catálogo de cualidades en el que figura la capacidad de asociación, un buen sentido de la colocación y la precisión resolutiva. “Ya sabíamos que juntos podíamos hacer cosas bonitas”, explicó a las cámaras al final del partido, restando trascendencia a su función.
Messi asistió en primera fila a la consagración de una estrella de magnitud universal. Aunque intervino en dos goles antes de hacer las maletas, el fenómeno argentino no ha podido rescatar de la mediocridad a una albiceleste que ha venido presumiendo de instinto de supervivencia y bravura –y de nada más– hasta que Mbappé puso a Francia con ventaja por segunda vez en una acción individual y se desvaneció toda esperanza. Y se difundieron los insultos más extensos, soeces e imaginativos del mundo. En un campeonato de esta modalidad Argentina tendría el trofeo asegurado a perpetuidad. Pero tratándose de fútbol, lo más significativo de los últimos años en Argentina (con algunos subcampeonatos) es el incesante desfile de entrenadores que se dejan en este banquillo el prestigio que pudieran haber acumulado en sus trayectorias técnicas.
Salvo acontecimientos imprevistos, Mbappé estará dentro de cuatro años en Qatar y seguirá siendo un futbolista muy joven. En cambio, la continuidad de Messi con su selección vuelve a estar en el terreno de la cábala. Argentina es tremendismo, una fuente de disgustos, y Mbappé abrió el grifo.