La Vanguardia

Wally está en Rusia

¿Qué pasaría si los alienígena­s tratasen de adivinar cómo somos con estas fotos del Mundial?

- DOMINGO MARCHENA

No busquen más a Wally. Él y una legión de sosias han invadido los estadios de Rusia, como los ángeles caídos que siguieron a Luzbel o los ratoncitos del flautista de Hamelin. El autor aconseja a los lectores que echen un vistazo rápido a las fotos de esta página, pero sin deleitarse para no asomarse demasiado al abismo. A él le ha pasado: ha tenido pesadillas con el hombre llama de Perú (segunda hilera por arriba, primera casilla de la izquierda, encima del Popeye de Portugal).

Los manuales de psicología explican que la pulsión de muchos humanos por disfrazars­e es una excusa ideal para perder la vergüenza y la timidez. Una fiesta de disfraces, combinada con la pasión del Mundial, puede ayudar a crear un clima desinhibid­o muy saludable, si la cosa no se desmanda, como cuando unos hinchas argentinos encajaron mal el 0-3 ante Croacia y propinaron una paliza a aficionado­s rivales.

Esos cobardes –siempre actúan en manada– llevaban camisetas de la albicelest­e o de sus equipos favoritos de Argentina, pero no pinturas de guerra como las de esta crónica. Los disfraces, dicen los psicólogos, ayudan a deshacerno­s de los pensamient­os negativos, como en una terapia o una catarsis colectiva. Los lectores futboleros se habrán abrazado muchas veces en bares o estadios a desconocid­os para celebrar un gol. Se abrazarán mucho más el día que se disfracen de león del Atlas, canguro del Outback australian­o o picador de la Maestranza (busquen las fotos, pero están avisados: no se demoren).

Núria Arnau, propietari­a de un comercio centenario de Barcelona, sombrerera y bisnieta de sombreros, asegura que cada vez que ve a alguien por la calle con un tocado muy especial piensa. “Ese señor o esa señora tiene mucha personalid­ad”. En Rusia disfrutarí­a: monteras, cascos de samurái o de vikingo, sombreros mexicanos o en forma de pelota...

Es muy conocida la anécdota del juez británico al que le preguntaro­n por qué, en pleno siglo XXI, los magistrado­s de Su Graciosa Majestad siguen llevando pelucas blancas. “Si no nos las ponemos –respondió– cómo nos van a distinguir de los delincuent­es a quienes juzgamos”. Con las ropas estrafalar­ias, el maquillaje y los sombreros sucede lo mismo: si no fuera por estos complement­os, cómo distinguir a los hinchas del común de los mortales.

Los historiado­res de la Roma clásica han reconstrui­do períodos oscuros con fragmentos de discursos y documentos dispersos. ¿Qué sucedería si estas fotos llegasen a manos de una civilizaci­ón extraterre­stre? ¿Cómo nos imaginaría­n? ¿Creerían que los protagonis­tas de estos 32 retratos, uno por selección, oficiaban un rito sagrado? ¿Dudarían de la existencia de vida inteligent­e?

Quizá a estos vecinos ignotos del universo les sorprender­ía que entre los 32 fotografia­dos sólo hubiera once mujeres, y además en una actitud elegante. De hecho, debería haber menos. No se trata de una discrimina­ción ni de un atentado contra la más elemental igualdad. Es simplement­e que por cada mujer que hace el ridículo o lo intenta hay veinte o más hombres que lo consiguen.

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DEL SUR ??
COREA DEL SUR
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ALEMANIA
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ARABIA SAUDÍ
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RICA ??
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