Información y criterio
La ultraexposición mediática del Mundial de fútbol ya ha incrustado este gesto rectangular en el catálogo gestual del mundo
Paseando por el barrio durante la semana de las verbenas, la primera sin escuela y aún incipientes los casals de verano, topo con patios llenos de pequeños energúmenos corriendo tras un balón con la supervisión lejana de algún monitor. Partidos de fútbol en los que, en lenguaje de analista deportivo, se practica un juego “de patio de colegio”. En este contexto informal, me divierte ver la reacción de un niño de ocho o nueve años. El chavalín entra en el área con la pelota pegada a los pies, se zafa del acoso de un par de contrarios y, cuando un tercer defensa detiene su progresión, cae aparatosamente y se levanta como si rebotara protestando a cajas destempladas. Ilustra sus gritos con una serie de gestos que me llaman la atención. De entrada, levanta el brazo y hace el mismo gesto con la muñeca que haría un obispo para esparcir agua bendita. Traducido al siglo XXI, pide tarjeta, una ironía paradójica porque nadie parece arbitrar el partido, ni siquiera el monitor que mira fijamente su móvil en un extremo del campo. Pero lo mejor está por llegar. Acto seguido, levanta el otro brazo y hace un gesto novísimo, que ha llegado a estos campos de los dioses para quedarse. Con los dos brazos alzados como un banderillero, inicia un movimiento de director de orquesta y dibuja en el aire un rectángulo virtual. Una pantalla. ¡El rapaz está pidiendo el VAR! Lo hace en broma, claro, igual que lo de pedir tarjeta, porque la pantalla que abduce al presunto árbitro de este partidillo es ajena a la realidad circundante. Los otros chavales que se arrebujan alrededor del balón se apuntan a la broma y le imitan. La mayoría se desentiende del juego y se añade a la comedia del VAR.
La ultraexposición mediática del Mundial de fútbol ya ha incrustado este gesto rectangular en el catálogo gestual del mundo. A diferencia de otros gestos idiosincráticos (vayan a Italia y lo comprobarán), este nace de una convención global y será así que se difundirá. Lo veremos por doquier, al principio como ironía, como el festival de bromas barísticas que se permiten los plomizos comentaristas televisivos de Mediaset, pero muy pronto quedará integrado como un recurso expresivo, aunque sea en entornos en los que no haya cámaras oficiales. Claro que siempre habrá algún móvil dispuesto a ejercer de VAR y la sensación de que se puede revisar el pasado inmediato se impondrá. ¿Qué es el documental de Mediapro sobre el 20-S sino un VAR en toda regla de unos hechos trascendentales para la vida de muchas personas? La sociedad contemporánea tiene ojos de mosca y memoria de pez, pero las imágenes documentales dan una información valiosa sobre los hechos. Es irrenunciable. El síndrome orwelliano del Gran Hermano se impone y no parece posible revertirlo, pero la sobreabundancia de información documental no implica que sea preciso interpretarla. Más que nunca, necesitamos poner énfasis en el criterio.