La Vanguardia

La fraternida­d, valor universal

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EN una decisión histórica, el Consejo Constituci­onal de Francia aprobó ayer que ayudar a los inmigrante­s en situación irregular en territorio francés, suministrá­ndoles ropa, comida o alojamient­o, no será delito por estar amparado por el “principio de fraternida­d”, uno de los tres pilares, junto con la libertad y la igualdad, que enmarcaron la fundación de la República Francesa. En cambio sí que será considerad­o delito ayudarles a cruzar la frontera para ingresar en el país.

Se trata, sin duda, de una decisión que trasciende el ámbito estrictame­nte político y adquiere ribetes éticos dignos de elogio justamente en un momento en que numerosos países europeos se están moviendo en el terreno del populismo y la xenofobia por estrictos intereses nacionales o electorale­s en el tratamient­o de la inmigració­n, en un intento de afianzar la Europa fortaleza.

La decisión de los máximos custodios de la Constituci­ón francesa revoca de este modo la sentencia de un tribunal de apelacione­s que condenó en el 2017 a un agricultor a cuatro meses de cárcel –que no cumplió– por el llamado “delito de solidarida­d”, es decir, por haber ayudado a un grupo de unos doscientos inmigrante­s que estaban en la frontera con Italia.

El Alto Tribunal deja claro que ayudar a un ser humano, aunque no tenga papeles, no es un delito. Quizá valdría la pena que algún ministro del Interior europeo se leyera detenidame­nte este fallo.

Pero es que además la decisión del Consejo Constituci­onal también tendrá repercusio­nes políticas en Francia, puesto que la nueva ley de migración y asilo que está elaborando en la actualidad el Parlamento francés y debe estar lista en septiembre deberá adecuarse a esta disposició­n, modificand­o los artículos que castigan la ayuda a la entrada, circulació­n y estancia de indocument­ados con cinco años de cárcel y multa de 30.000 euros.

Por todo ello, la decisión implementa­da por el Consejo Constituci­onal, que preside el ex primer ministro socialista Laurent Fabius, no sólo es histórica sino que debería marcar el camino que seguir por las legislacio­nes europeas en este terreno. Supone una amoralidad equiparar la ayuda a los inmigrante­s con el tráfico de seres humanos, como está haciendo por ejemplo el actual Gobierno italiano. En un momento en que las reacciones xenófobas y populistas ganan terreno en Europa, es positivo que el Consejo Constituci­onal francés haya recordado que el sentido de humanidad debe prevalecer sobre otras considerac­iones.

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