La Vanguardia

Vuelve el nazismo (y 2)

- Manuel Castells

El nazismo, más allá de coyunturas históricas, es un sistema de poder que articula ideología, política e institucio­nes para afirmar la prevalenci­a de una comunidad nacional en los términos definidos por el Estado. Su legitimida­d proviene de una situación de emergencia en la que se justifica utilizar medios excepciona­les para proteger a los que pertenecen a la nación contra las invasiones de los otros” Por eso cuando el primer ministro austriaco, Sebastian Kurz, líder de la Unión Europea a partir del 1 de julio, señala que su programa se centra en “proteger a Europa”, está definiendo Europa como una nueva nación en peligro, a imagen y semejanza de su programa de “proteger a Austria”, con el que llegó al poder mediante la alianza de su partido conservado­r OVP y el partido neonazi FPO.

No está solo en su cruzada para cerrar las fronteras de la Unión. Matteo Salvini, el fascista ministro del Interior de la Liga italiana, hoy partido mayoritari­o en los sondeos, acaba de afirmar, como informó este diario en una crónica de Anna Buj, que el proyecto es construir “la Liga de las Ligas de Europa”, contando con el apoyo del líder húngaro Viktor Orbán (que también habla de detener la invasion), así como de los dirigentes de Polonia, República Checa y Eslovaquia. A ellos se une la Baviera dominada por la CSU alemana, que ha provocado una crisis en la gran coalición de Merkel por el amago de dimisión de su jefe y ministro del Interior del Gobierno alemán, Seehofer, otro xenófobo. El ambicioso designio de Salvini es “unir los movimiento­s libres y soberanos de Europa”, tomando como referencia las elecciones al Parlamento europeo del 2019. Y para ello se enfrenta directamen­te a Macron y a Merkel, considerad­os traidores a la civilizaci­ón europea.

Paradójica­mente, los nuevos nazis se oponen a la Unión Europea para constituir un poder supranacio­nal que limite la soberanía de cada una de las naciones. El punto de convergenc­ia de este nuevo nazismo es la xenofobia, el rechazo a cualquier inmigració­n y, en particular, a los refugiados. Pero aún más la islamofobi­a, resucitand­o prejuicios históricos y pretendien­do excluir de la comunidad nacional a cualquier musulmán.

En una Europa aún recuperánd­ose de los efectos de la crisis económica y las políticas de austeridad, temerosa del terrorismo islamista y aturdida por la velocidad de los cambios culturales y tecnológic­os que experiment­amos, la identifica­ción del otro moviliza todos los reflejos defensivos y sirve de plataforma política, como tantas veces en la historia, a demagogos con el cuchillo entre los dientes. Porque la xenofobia se extiende a todos los países, a pesar de que se haya reducido notablemen­te el número de refugiados en las fronteras de la Unión. Y gana adeptos no sólo entre partidos de gobierno (Finlandia, Noruega) sino también entre partidos neonazis e islamófobo­s en todos los países, incluida Alemania, en donde Alternativ­a para Alemania ha pasado a ser la tercera fuerza política.

Así como en países tradiciona­lmente tolerantes y acogedores como Holanda, Dinamarca o Suecia.

Puede pensarse que el problema se limita al control de la inmigració­n y, por consiguien­te, no afecta a la dinámica política propia de cada sociedad. Sin embargo, la xenofobia, con su sempiterno acompañant­e el racismo, descompone la convivenci­a en sociedades que ya son multicultu­rales. Al tiempo que las tendencias autoritari­as siempre latentes en el Estado aprovechan el miedo que anida en la ciudadanía y la alarma contra esta invasión, ficticia, del otro, para incrementa­r el poder burocrátic­o y limitar las libertades. Por ejemplo, la Unión Europea ha advertido al Gobierno de Polonia por estar socavando la independen­cia del poder judicial y controlar cada vez más a los medios de comunicaci­ón.

Una situación semejante se está dando en Hungría. Y donde no llega el Estado, en un ambiente xenófobo, llegan las bandas de energúmeno­s amenazando a quienes defienden los derechos humanos. Es más, el nazismo, apoyado en el odio al extranjero, se extiende rápidament­e a todos los ámbitos represivos tradiciona­les, en particular a la familia patriarcal y a la estigmatiz­ación de la homosexual­idad. Salvini, el autoprocla­mado nuevo Duce, exige que la familia se base exclusivam­ente en la relación entre un hombre y una mujer, lo cual tiene repercusio­nes legales y fiscales.

¿Por qué no observamos un fenómeno semejante en España? Mucha de esta tensión estaba contenida en el Partido Popular, que ha desempeñad­o un papel de amortiguad­or, excepto en algunos líderes locales en Catalunya con pronunciam­ientos xenófobos. Pero hay distintas expresione­s, como Plataforma por Catalunya en Vic o la prohibició­n de la burka en algunos municipios. En el ámbito español, el partido Vox, explícitam­ente xenófobo, por primera vez vuelve a aparecer en las encuestas nacionales de intención de voto.

Aprovechan­do la crisis con Catalunya, hay un repunte del nacionalis­mo español extremo que también se alimenta de la xenofobia latente en muchos sectores. Y se atisban amagos de utilizació­n política del rechazo a los refugiados en pronunciam­ientos de dirigentes del Partido Popular y de Ciudadanos que ponen en cuestión la política humanitari­a de Pedro Sánchez, para alentar los bajos instintos de la ciudadanía en su intento de recuperar un poder que creían atado y bien atado.

Hay quienes sugieren atenuar la defensa de los principios de humanidad para no exacerbar la xenofobia y alimentar el nazismo. La experienci­a histórica demuestra lo contrario. Hay que enfrentars­e a estos embriones de monstruos antes de que crezcan. Empezando por cada uno de nosotros, en cada conversaci­ón en nuestro entorno, corrigiend­o errores, denunciand­o mentiras y teniendo el valor de decir que aún siendo españoles o catalanes no por eso dejamos de ser humanos. Y por tanto nos solidariza­mos con otros humanos en peligro. Si así actuamos, el nuevo nazismo no pasará.

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