Qué buenos somos
La aventura siempre fue oficio de desesperados e inadaptados. Incluso de haraganes, que alguna vez dudaron entre la política y la aventura. Ahora eso que algunos siguen llamando aventura o activismo es oficio remunerado y, en Europa, se puede ejercer sin riesgos. Oficio al que optan muchos jóvenes, entre ellos los periodistas, que viven una situación laboral muy precaria. Cuando descubren que los recortes económicos en las empresas periodísticas, los títulos universitarios y los masters sirven de muy poco se apuntan a la aventura remunerada y sin riesgos. Es decir, que se apuntan a las llamadas oenegés. También se apuntan a la llamada política y que actualmente tampoco lo es. Esta segunda opción fue, sospecho, la que eligió, por ejemplo, Gabriel Rufián, que aunque haya renovado su vestuario sigue adoptando posturas sobreactuadas de matón de películas de serie B. Yo creo que ni él mismo se gusta como actor secundario. A Rufián, su admirado Vito Corleone no lo hubiese contratado ni como ayudante de su peluquero privado.
O sea que, desde que el barco Open Arms puso proa al puerto de Barcelona con 60 personas desesperadas o audaces a bordo, a Ada Colau, criatura de escenario, se le volvió a iluminar la cara, que últimamente era la viva imagen de la desolación, de la ambición frustrada. Todo en la cara de esta mujer, que vivía desasosegada y triste por no recibir inmigrantes en Barcelona, era puro desaliento. Para ella, así lo creo, lo único importante es recibir a inmigrantes, a muchos más inmigrantes. Su apetito de manteros no parece, pues, nunca satisfecho. A todo lo demás, es decir, a Barcelona, nunca le ha dado ninguna importancia. O eso es lo que parece. Intuyo que la muy pasiva Colau, que siempre presume de ser muy proactiva, cree que con los inmigrantes embarcados en el Open Arms y con los que seguirán a estos no sólo habrá justificado su proactivo paso por el Ayuntamiento de Barcelona sino que tiene ganadas las próximas elecciones. Todos intentamos sacar provecho de los pobres: primero fueron la Iglesia, los reyes y la nobleza; luego llegaron la burguesía, los políticos de todo pelaje, las multinacionales y los activistas. Incluso los periodistas les robamos a los pobres su pobreza. Porque lo que llamamos denuncia es sólo vivir la aventura ajena y contarla. Por ejemplo, a bordo del Open Arms. En un pobre siempre hay un libro, un documental o una película.
Toda esta aparente solidaridad que ahora nos invade acabará el día que Europa desaparezca. Y quienes trabajan con más ahínco para lograr esa desaparición no son los fascistas sino quienes se definen como solidarios o activistas y les dicen a los inmigrantes que les esperamos con los brazos abiertos. Un político bueno no sirve si no es, además, eficiente. Para la bondad, sus escenografías y coreografías ya tenemos al prodigioso papa Francisco y su verbo argentino. La aparente solidaridad, demasiadas veces, sólo sirve para perpetuar la injusticia. O para pastorear mejor al rebaño.
Toda esta aparente solidaridad que ahora nos invade acabará el día que Europa desaparezca