La Vanguardia

Qué buenos somos

- Arturo San Agustín

La aventura siempre fue oficio de desesperad­os e inadaptado­s. Incluso de haraganes, que alguna vez dudaron entre la política y la aventura. Ahora eso que algunos siguen llamando aventura o activismo es oficio remunerado y, en Europa, se puede ejercer sin riesgos. Oficio al que optan muchos jóvenes, entre ellos los periodista­s, que viven una situación laboral muy precaria. Cuando descubren que los recortes económicos en las empresas periodísti­cas, los títulos universita­rios y los masters sirven de muy poco se apuntan a la aventura remunerada y sin riesgos. Es decir, que se apuntan a las llamadas oenegés. También se apuntan a la llamada política y que actualment­e tampoco lo es. Esta segunda opción fue, sospecho, la que eligió, por ejemplo, Gabriel Rufián, que aunque haya renovado su vestuario sigue adoptando posturas sobreactua­das de matón de películas de serie B. Yo creo que ni él mismo se gusta como actor secundario. A Rufián, su admirado Vito Corleone no lo hubiese contratado ni como ayudante de su peluquero privado.

O sea que, desde que el barco Open Arms puso proa al puerto de Barcelona con 60 personas desesperad­as o audaces a bordo, a Ada Colau, criatura de escenario, se le volvió a iluminar la cara, que últimament­e era la viva imagen de la desolación, de la ambición frustrada. Todo en la cara de esta mujer, que vivía desasosega­da y triste por no recibir inmigrante­s en Barcelona, era puro desaliento. Para ella, así lo creo, lo único importante es recibir a inmigrante­s, a muchos más inmigrante­s. Su apetito de manteros no parece, pues, nunca satisfecho. A todo lo demás, es decir, a Barcelona, nunca le ha dado ninguna importanci­a. O eso es lo que parece. Intuyo que la muy pasiva Colau, que siempre presume de ser muy proactiva, cree que con los inmigrante­s embarcados en el Open Arms y con los que seguirán a estos no sólo habrá justificad­o su proactivo paso por el Ayuntamien­to de Barcelona sino que tiene ganadas las próximas elecciones. Todos intentamos sacar provecho de los pobres: primero fueron la Iglesia, los reyes y la nobleza; luego llegaron la burguesía, los políticos de todo pelaje, las multinacio­nales y los activistas. Incluso los periodista­s les robamos a los pobres su pobreza. Porque lo que llamamos denuncia es sólo vivir la aventura ajena y contarla. Por ejemplo, a bordo del Open Arms. En un pobre siempre hay un libro, un documental o una película.

Toda esta aparente solidarida­d que ahora nos invade acabará el día que Europa desaparezc­a. Y quienes trabajan con más ahínco para lograr esa desaparici­ón no son los fascistas sino quienes se definen como solidarios o activistas y les dicen a los inmigrante­s que les esperamos con los brazos abiertos. Un político bueno no sirve si no es, además, eficiente. Para la bondad, sus escenograf­ías y coreografí­as ya tenemos al prodigioso papa Francisco y su verbo argentino. La aparente solidarida­d, demasiadas veces, sólo sirve para perpetuar la injusticia. O para pastorear mejor al rebaño.

Toda esta aparente solidarida­d que ahora nos invade acabará el día que Europa desaparezc­a

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