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El peligro que representa para la economía global la guerra arancelaria entre EE.UU. y China, y el récord alcanzado en el 2017 por las ventas en comercio electrónico.
ESTADOS UNIDOS ha retado a China a una guerra comercial, “la mayor de la historia económica”, según Pekín, cuyas consecuencias no sólo pueden ser negativas para ambos países, sino que, de continuar la escalada a golpe de aranceles, podrían afectar seriamente al comercio mundial con las obvias repercusiones para los consumidores y un serio riesgo de recesión económica global. La política agresiva de Donald Trump, al galope del “primero América”, también puede resultar funesta para su país.
El viernes entró en vigor el decreto por el cual aumentan un 25% los aranceles estadounidenses a una lista de productos chinos, valorados en 34.000 millones de dólares, entre los que se incluye material tecnológico, como chips semiconductores que se ensamblan en China y son utilizados en televisores, ordenadores, móviles o automóviles, así como una gran variedad de mercancías, desde plásticos hasta reactores nucleares. El intento de reducir el déficit comercial que Estados Unidos mantiene con China –su primer socio comercial–, del orden de los 375.000 millones de dólares, le puede salir caro. Por su parte, Pekín reaccionó imponiendo aranceles por el mismo valor a productos agrícolas, que son el 91% de la lista, y, en especial, la soja y sus derivados, así como automóviles o whisky, que se producen en caladeros de votos de Trump.
Pero puede haber más consecuencias. Trump ha advertido a China que ya tiene preparada una lista de productos a los que aplicar una segunda subida de aranceles, por valor de otros 16.000 millones de dólares, que podría hacerse efectiva inmediatamente. Incluso habló de otra lista que alcanzaría los 500.000 millones de dólares. También dice tener preparada una restricción de inversiones y visados chinos. Dado el primer paso, ha continua do con una escalada verbal que no sólo amenaza a la economía china, sino que también puede afectar a la estadounidense y, en definitiva, al comercio mundial. Porque muchos de los artículos a los que ya se ha aplicado el decreto y otros que aparecen en la amenazante lista contra el made in China, aunque son comercializados por el gigante asiático, sirven para ensamblar productos en diversos países, incluido el propio EE.UU., por lo que muchos expertos interpretan que Washington se ha disparado un tiro en el pie.
Lo peor, sin embargo, es que para Trump “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Aunque distorsionen negativamente los mercados, encarezcan inmediatamente productos de consumo cotidiano y ocasionen graves perjuicios a millones de empresas de todo el mundo, para el presidente de Estados Unidos, “cuando estamos perdiendo 100.000 millones de dólares con un país y se hace el listo, dejamos de comercializar y ganamos a lo grande. ¡Es fácil!”. Estas declaraciones, hechas a mediados de marzo, provocaron una ola de indignación en todo el mundo y una caída de las bolsas ante el riesgo de una guerra comercial entre los dos países más grandes del mundo que el pasado viernes empezó a hacerse realidad.
En 1930, EE.UU. inició una guerra comercial con diversos estados que agravó las consecuencias de la crisis de 1929, porque encareció productos de primera necesidad y contribuyó al cierre de empresas en su propio país. ¿Puede ocurrir lo mismo en la actualidad? Si la escalada de la guerra comercial prosigue, el riesgo de una seria afectación de la economía mundial es muy alto. La pregunta es si Trump podrá proseguir con esas políticas proteccionistas en un mundo tan interrelacionado económicamente y cuál será la respuesta de las empresas norteamericanas que resulten negativamente afectadas por esas decisiones.