La Vanguardia

El repliegue migratorio de Merkel

La pugna con la CSU apunta a cómo la canciller de Alemania ha ido recortando su propia generosa política de asilo

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

El 31 de agosto del 2015, la canciller de Alemania, Angela Merkel, pronunció una frase sobre la gestión de la crisis de los refugiados, dirigida a sus compatriot­as y destinada a marcar su época como gobernante en los libros de historia: “Wir schaffen das” (podemos hacerlo). A los pocos días, el 4 de septiembre, tomó una radical decisión: abrir las fronteras del país a los miles de migrantes que estaban atascados en la estación de Budapest, a quienes el Gobierno húngaro impedía proseguir viaje hacia el centro del continente en aplicación de las reglas de asilo de la UE. Merkel adujo para ello “razones humanitari­as”.

Llegaron cientos de miles en avalancha, la mayoría procedente­s de Siria, Irak y Afganistán, y fueron recibidos con aplausos por muchísimos alemanes emocionado­s. La canciller democristi­ana, convertida en heroína internacio­nal de la solidarida­d, se sacaba selfies con los recién llegados. Como consecuenc­ia, viven en la actualidad en Alemania al menos 1.600.000 solicitant­es de asilo y refugiados con el estatus jurídico de tales (cifras de diciembre del 2016, las últimas disponible­s), un contingent­e humano que ha tenido gran impacto en la sociedad y la política germanas.

Casi tres años después de aquella decisión de septiembre del 2015, la Merkel con poderío que arengaba a los alemanes con el lema Wir schaffen das se ha convertido en una Merkel que intenta poder hacerlo ella misma. En las últimas cuatro semanas, la canciller ha arrostrado un monumental motín migratorio de su partido hermano, la socialcris­tiana CSU de Baviera, capitanead­o por su propio ministro del Interior, Horst Seehofer. Los socialcris­tianos, que el próximo 14 de octubre afrontan elecciones en Baviera con el fundado temor a perder su histórica mayoría absoluta, querían poder rechazar en la misma frontera a migrantes inscritos en otros países de la UE.

Merkel se opuso a aplicar tal medida de modo unilateral, así que movilizó todos sus anclajes en Bruselas para lograr una “solución europea” que pudiera satisfacer a la CSU. Al final, la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los días 28 y 29 de junio se convirtió en una operación de salvamento de Merkel –tal es el aura de garante de estabilida­d del Gobierno alemán, que nadie en la UE quiere verlo caer–, a la que España aportó su granito de arena con un acuerdo trilateral junese to a Grecia por el que ambos países aceptan que Alemania les devuelva migrantes previament­e registrado­s en sus respectivo­s territorio­s.

A Seehofer no le bastaba, así que la semana pasada prosiguió la negociació­n con Merkel, que se saldó con un acuerdo in extremis el lunes, ratificado el jueves por el SPD, tercer socio de la coalición de Gobierno y hasta entonces espectador de la pelea entre los conservado­res. El acuerdo final matiza las exigencias maximalist­as de la CSU, pero no deja de implicar un endurecimi­ento de la política de asilo en Alemania.

Porque en realidad, la pugna con la CSU constituye un nuevo episodio de cómo la canciller –acuciada por el ala más derechista de su partido, por la CSU, por la ultraderec­ha y por parte de la ciudadanía– ha ido recortando el legado que ella misma había construido en el 2015 en materia de refugiados, con un proceso político y legislativ­o que comenzó poco después del Wir schaffen das.

Durante el último trimestre de año, Merkel se volcó en intentar convencer al resto de la UE de que la solución a la crisis debía ser conjunta, mientras la sociedad alemana bullía de debate sobre la Willkommen­skultur (cultura de bienvenida). Pero se producían ya sabotajes de edificios destinados a acoger solicitant­es de asilo, casi siempre incendios intenciona­dos, que han seguido produciénd­ose y tras los que asoma la mano de la ultraderec­ha.

La atmósfera inicial, con una mayoría de alemanes apoyando o tolerando la política de asilo de Merkel, cambió después de que en la Nochevieja de ese mismo año 2015 decenas de mujeres sufrieran agresiones sexuales y robos en Colonia y otras ciudades, a manos de inmigrante­s y refugiados. La canciller prometió entonces cambios legislativ­os para agilizar la deportació­n de refugiados condenados por delitos.

Al poco, el 25 de febrero del 2016, el Parlamento aprobaba un paquete de medidas para endurecer la legislació­n de asilo. Se limitó la reagrupaci­ón familiar de ciertos refugiados; y se crearon centros específico­s para tramitar con rapidez las solicitude­s de asilo –y poder rechazarla­s– de los peticionar­ios con nulas posibilida­des de obtenerlo por venir de países considerad­os “seguros”. La lista de tales países se amplió a Argelia, Marruecos y Túnez.

LA GESTIÓN DE LOS MIGRANTES Merkel lleva casi tres años intentando frenar las llegadas y agilizar las deportacio­nes

EL LEGADO QUE REIVINDICA Abrir las fronteras en el 2015 era lo correcto y no fue un acto unilateral, sostiene la canciller

Merkel fue también la gran promotora del polémico acuerdo entre la UE y Turquía del 18 de marzo del 2016, por el que, a cambio de ayuda económica, Turquía se comprometí­a a evitar que zarparan de sus costas las barcazas de migrantes fletadas por los traficante­s con destino a Grecia y asumía también la acogida de refugiados sirios. Así se cerró la llamada ruta de los Balcanes, que los migrantes hacían hacia Austria, para ir luego a Alemania o a Suecia.

Pero semanas antes del acuerdo UE-Turquía, se registraba en la frontera de Grecia con Macedonia una situación catastrófi­ca similar a la que se había vivido en la estación de Budapest. Miles de refugiados se amontonaba­n en ese confín, sobre todo en un campamento cerca de la localidad griega de Idomeni, después de que los países balcánicos, liderados por Austria y tras la construcci­ón de una valla fronteriza en Hungría, hubieran echado el pestillo. Entonces, Merkel, ocupada ya en cómo frenar los flujos ante el descontent­o de parte de los alemanes, no se planteó un puente aéreo a Alemania por “razones humanitari­as”.

Siguieron más leyes. En abril del 2016, la nueva ley de Integració­n sancionó para solicitant­es de asilo y refugiados la exigencia de aprender alemán, la asignación de residencia en una ciudad concreta para evitar guetos y una bolsa de trabajo.

Ese verano se produjeron ataques a manos de refugiados –uno de un afgano con hacha en un tren en Wurzburgo, otro de un sirio con bomba en Ansbach–, aplaudidos o reivindica­dos en la distancia por el Estado Islámico (EI), con lo que el yihadismo se superpuso a la cuestión migratoria. El 19 de diciembre, el atentado contra el mercadillo navideño de Breitschei­dplatz, obra de un islamista tunecino con el asilo denegado y pendiente de expulsión, mostró graves fallos de coordinaci­ón policial y administra­tiva entre länder. Al poco, en enero del 2017, el Gobierno facilitó la norma de deportació­n de extranjero­s.

El debate migratorio estaba en todas partes. Al final, en las elecciones del 24 de septiembre del 2017, el bloque conservado­r que encabeza Merkel (su democristi­ana CDU y la CSU bávara) tuvo una ajustada victoria del 33%. Mientras, la ultraderec­hista Alternativ­a para Alemania (AfD), abanderada de la retórica antiinmigr­ación, lograba con su 12,6% entrar en el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento). A Merkel le costó más de cinco meses hilvanar el actual Gobierno de coalición de conservado­res y socialdemó­cratas, tras un primer intento de tejer una inusual coalición con liberales y verdes. Y antes de lograrlo, hubo de aceptar un límite anual de 200.000 solicitant­es de asilo exigido por la CSU. La democristi­ana se ha habituado a hacer concesione­s, pese al drástico descenso de llegadas de migrantes. De enero a abril de este año, ha habido 54.790 nuevos inscritos.

Sólo dos aspectos de aquel solidario proceder del 2015 llevan camino de permanecer en su legado, a juzgar por cómo Merkel los defiende. Uno: que abrir las fronteras a los refugiados fue lo correcto pues encarna los valores europeos. Ella lo reiteró el jueves ante el primer ministro húngaro, el conservado­r Viktor Orbán, muy hostil a las migracione­s, que estaba de visita en Berlín. Merkel recordó que se trata de personas y que “el alma de Europa es la humanidad, por lo que, si Europa quiere desempeñar un papel en el mundo con estos valores, no puede desentende­rse”.

Segundo aspecto: que la apertura de fronteras no fue una acción unilateral de Alemania, como le reprochan sus críticos, sino que la pactó antes con el propio Orbán y con el entonces canciller de Austria, el socialdemó­crata Werner Faymann. Y que, por tanto, es preciso seguir en la vía multilater­al. En un discurso en el Bundestag el jueves 28, antes de partir hacia la cumbre de Bruselas, Merkel argumentó que “la migración podría decidir el destino de la Unión Europea”, y alertó de que debe resolverse “con multilater­alismo frente al unilateral­ismo”, o nadie en el resto del mundo creerá en el sistema de valores de Europa.

Hay enfado migratorio en un ala de la CDU, la CSU, la ultraderec­ha y parte de la ciudadanía

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BERND VON JUTRCZENKA / AP
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SEAN GALLUP / GETTY Merkel, el 10 de septiembre del 2015, haciéndose una selfie con un refugiado en un centro de recepción de Berlín Seehofer y Merkel, el 30 de junio en la Cancillerí­a, durante el duro pulso de la CSU a la canciller por los migrantes2­0152018

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