La Vanguardia

Angustiado­s e insatisfec­hos

- Francesc-Marc Álvaro

Ahora los sospechoso­s, los colaboraci­onistas y los traidores son todos los miembros del Govern Torra porque gestionan las cárceles donde los políticos independen­tistas acusados por el juez Llarena han sido trasladado­s últimament­e. Una parte del independen­tismo –con portavoces oficiosos de cierta notoriedad– ha empezado a disparar contra la consellera de Justicia, Ester Capella, y contra el conjunto del Ejecutivo de la Generalita­t porque aceptan hacer de “carceleros de nosotros mismos” en vez “de abrir las prisiones y liberar a los compañeros”. Estas peculiares exigencias de desobedien­cia y estas acusacione­s de “claudicaci­ón” se hacen, sobre todo, desde las redes, el magma donde los militantes (y aspirantes a líder) del independen­tismo purista examinan a diario las credencial­es patriótica­s de todos, incluidos los mismos presos y los exiliados.

El espectácul­o daría risa si no fuera de una estupidez tan autodestru­ctiva, y si no tuviera la capacidad de alterar –como la tiene– el estado de ánimo de los que gobiernan Catalunya. El president Torra, ante algunas expresione­s que subrayan la contradicc­ión de que sean precisamen­te políticos independen­tistas los que gestionan la cárcel de otros independen­tistas, ha hablado “de una angustia profunda”. Una angustia estructura­l, añado. Este debate absurdo y extenuante –que no se puede desvincula­r de la crítica de ciertos entornos a ERC y PDECat por no ser lo bastante “coherentes”– demuestra, una vez más, el difícil aterrizaje de los dirigentes institucio­nales del proceso en la política real.

El gap entre la necesidad de hacer política institucio­nal del Govern Torra y la retórica maximalist­a y supuestame­nte insurrecci­onal de una parte del independen­tismo es insalvable e irá a más, aunque buena parte de los discursos y los gestos del president están pensados para contentar a una parroquia que estará siempre insatisfec­ha (irritada y molesta) con todo lo que pueda ser descrito –sin matices– como “normalidad autonómica”. Quizás sólo sería salvable si Torra y sus consellers actuaran y hablaran sin miedo de resultar menos simpáticos a ojos de los que no quieren aceptar que la vía unilateral y rápida a la secesión ha quedado aparcada sine die. Cuando Torra y otros hablan de “buscar el momento” para hacer efectivo “el mandato del 1 de octubre”, alimentan paradójica­mente a los que les acusan de ser “poco fiables”. Alimentan la hegemonía, dentro del movimiento, de los que siempre habían sido minoritari­os, antipolíti­cos y marginales.

Alguien tan poco sospechoso de repliegues autonomist­as como Salvador Cardús ha tuiteado que “confundir el tener la competenci­a de las prisiones con poder decidir quién entra y sale de ellas son ganas de envenenar las cosas; la seguridad jurídica es fundamenta­l, y empezar a vulnerar unas leyes y pretender que otras se cumplieran, arbitraria­mente, sería el caos”. Es una reflexión inteligent­e que –a mi parecer– habría sido muy oportuna en los días previos a la DUI de octubre.

El ‘gap’ irá a más entre la necesidad de hacer política del Govern y la retórica de una parte del independen­tismo

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