Angustiados e insatisfechos
Ahora los sospechosos, los colaboracionistas y los traidores son todos los miembros del Govern Torra porque gestionan las cárceles donde los políticos independentistas acusados por el juez Llarena han sido trasladados últimamente. Una parte del independentismo –con portavoces oficiosos de cierta notoriedad– ha empezado a disparar contra la consellera de Justicia, Ester Capella, y contra el conjunto del Ejecutivo de la Generalitat porque aceptan hacer de “carceleros de nosotros mismos” en vez “de abrir las prisiones y liberar a los compañeros”. Estas peculiares exigencias de desobediencia y estas acusaciones de “claudicación” se hacen, sobre todo, desde las redes, el magma donde los militantes (y aspirantes a líder) del independentismo purista examinan a diario las credenciales patrióticas de todos, incluidos los mismos presos y los exiliados.
El espectáculo daría risa si no fuera de una estupidez tan autodestructiva, y si no tuviera la capacidad de alterar –como la tiene– el estado de ánimo de los que gobiernan Catalunya. El president Torra, ante algunas expresiones que subrayan la contradicción de que sean precisamente políticos independentistas los que gestionan la cárcel de otros independentistas, ha hablado “de una angustia profunda”. Una angustia estructural, añado. Este debate absurdo y extenuante –que no se puede desvincular de la crítica de ciertos entornos a ERC y PDECat por no ser lo bastante “coherentes”– demuestra, una vez más, el difícil aterrizaje de los dirigentes institucionales del proceso en la política real.
El gap entre la necesidad de hacer política institucional del Govern Torra y la retórica maximalista y supuestamente insurreccional de una parte del independentismo es insalvable e irá a más, aunque buena parte de los discursos y los gestos del president están pensados para contentar a una parroquia que estará siempre insatisfecha (irritada y molesta) con todo lo que pueda ser descrito –sin matices– como “normalidad autonómica”. Quizás sólo sería salvable si Torra y sus consellers actuaran y hablaran sin miedo de resultar menos simpáticos a ojos de los que no quieren aceptar que la vía unilateral y rápida a la secesión ha quedado aparcada sine die. Cuando Torra y otros hablan de “buscar el momento” para hacer efectivo “el mandato del 1 de octubre”, alimentan paradójicamente a los que les acusan de ser “poco fiables”. Alimentan la hegemonía, dentro del movimiento, de los que siempre habían sido minoritarios, antipolíticos y marginales.
Alguien tan poco sospechoso de repliegues autonomistas como Salvador Cardús ha tuiteado que “confundir el tener la competencia de las prisiones con poder decidir quién entra y sale de ellas son ganas de envenenar las cosas; la seguridad jurídica es fundamental, y empezar a vulnerar unas leyes y pretender que otras se cumplieran, arbitrariamente, sería el caos”. Es una reflexión inteligente que –a mi parecer– habría sido muy oportuna en los días previos a la DUI de octubre.
El ‘gap’ irá a más entre la necesidad de hacer política del Govern y la retórica de una parte del independentismo