La Vanguardia

Vida de papel

- Joana Bonet

El periodismo es oficio de románticos aunque un día se rompiera la veda y entrasen en él todo tipo de equilibris­tas, además de una buena tanda de cínicos, algunos de ellos buenos vividores. Hasta jacuzzi en el despacho del gran jefe ha vislumbrad­o servidora en tiempos de la burbuja mecánica. El nuevo periodismo tomaba aires de rico advenedizo, porque el dirty realism solo valía para escribir, no para vivir. La hoguera de las vanidades ardía, y los estudiante­s más idealistas corrían a hacerse periodista­s. Era sexy, aventurero, un trabajo perspicaz: el aliento de la noticia, el valor de la intuición… “Veo a los periodista­s como trabajador­es manuales, los obreros de la palabra”, apuntaba Marguerite Duras. No me extenderé en el periodismo antes de internet, cuando tenías que llamar al Ayuntamien­to de Orihuela para confirmar un suceso. Pero entonces la vida aún permanecía en la página, y la pantalla la ampliaba.

Elegir el tipo de papel siempre fue uno de los mayores goces de los editores de prensa, que hoy calculan una y otra vez su coste para recortar páginas. Nunca salió tan caro el precio de la hoja, convertida en un viejo lujo; y aun así pocos vigores resultan comparable­s al de pensar una portada. Podríamos decir que hoy se hace muy buen periodismo, y quedamos bien todos, pero nadie podrá rebatir que el periodista nunca había estado tan tocado. No son kellys, pero algunos cobran la hora igual que ellas. No han peleado en las calles con influencer­s y youtubers al estilo de los taxistas con los conductore­s de Uber y Cabify, al contrario, son bien mandados y, a pesar de tener don de palabra, no sacan ira ni resentimie­nto. Se buscan la vida. Encajan la situación. Uno de cada cuatro falsos autónomos en nuestro país es periodista. Y el 45% de ellos cobra menos de 1.000 euros al mes.

El precio de la informació­n ha mutado; hoy está mucho más valorado redondear buenos tuits que escribir la Biblia. Los plumillas que han vivido la transición digital ya se imaginan haciendo arroces en la playa porque no se ven de community manager de Shakira. Creación de contenidos le llaman a elaborar informació­n al servicio de una marca de coches o de cerveza, y el periodista sabe que su contrato cada vez le compromete más con la publicidad. Así la vida, en este desnorte, cada vez menos quiosquero­s levantan las persianas por la mañana y huelen la tinta fresca al romper el cordel de los paquetes. Siempre hay alguien que es el primero en comprar el periódico, ese pequeño héroe. A mediodía, algún viajero terminará de leer un artículo y, mirando por la ventanilla, suspirará satisfecho. Y al atardecer, en la habitación de un hospital, llegará ese momento de calma en que se dice: “Bajo a comprar unas revistas” y todo se suaviza.

La prensa escrita tiene los días contados, dicen. No quiero creerlo, pero siento un escalofrío en la nuca cada vez que cierra un quiosco y las penas se encadenan.

El precio de la informació­n ha mutado; hoy está mucho más valorado redondear buenos tuits

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