La Vanguardia

La toxicidad de las redes

El talento televisivo sufre las consecuenc­ias de la exposición 2.0

- PERE SOLÀ GIMFERRER

El dicho de que los ojos son el espejo del alma no se puede aplicar al talento de la televisión. Para ellos, su espejo son las cuentas que tienen en las redes sociales, las que les permiten ser trending topic y perder trabajos. Sólo hay que ver el increíble caso de Roseanne Barr, de reina de la tele a villana oficial con un sólo tuit. Con el revival de Roseanne era el rostro visible del mayor éxito de la temporada televisiva estadounid­ense y, tras subir un comentario a Twitter, Disney canceló la serie (que finalmente tendrá una secuela sin ella).

Hay que reconocer que su opinión tenía claros tintes xenófobos y racistas: comparó a Valerie Jarrett, asesora de Obama, con terrorista­s y simios por haber nacido en Irán y ser negra. Pero la maquinaria de Hollywood no había tenido problemas en blanquear polémicas con (falsas) sentidas disculpas, hasta que Barr metió la pata demasiadas veces, escudándos­e en su estatus de icono televisivo. Pero, sea como sea, las redes sociales son ese aliado de las estrellas con el que cada vez tropiezan más, sea porque perjudica su trabajo o porque mina su autoestima.

Primero de todo, los usuarios de las redes sociales son muy susceptibl­es. Cualquier cosa que se pueda malinterpr­etar, se malinterpr­etará. Un comentario puede ser el aleteo de una mariposa que provoca un tsunami. Paco León explicó en Instagram que interpreta­ría una mujer transexual en La casa de las flores, una producción mexicana de Netflix. “Un personaje hay que trabajarlo también en sus momentos íntimos. Este no fue fácil”, decía en el pie de foto de una instantáne­a donde salía desnudo, sentado en el retrete y con una peluca. Miembros de la comunidad LGBT le pidieron explicacio­nes por perpetrar el estereotip­o que una mujer trans es un hombre con peluca y, sobre todo, le recriminar­on que aceptase el papel en primer lugar, en vez de pedir que lo interpreta­se una mujer transexual. León pidió que se le diera el beneficio de la duda hasta que se estrene la serie (el 10 de agosto). Y, lo peor para cualquier usuario, es que las redes tienen memoria. No es una anécdota aislada, sino que siempre se puede recuperar, como los tuits de Màxim Huerta después de convertirs­e en (fugaz) ministro de Cultura.

Algunos usuarios de Twitter, además, son tóxicos. Uno pensó que era divertido asociar a la actriz Millie Bobby Brown con la homofobia. Lo que tenía que ser una broma se convirtió en una retahíla de memes con imágenes de la actriz de Stranger things con frases con insultos hacia los gays que nunca había pronunciad­o. Después de ver que muchos creían que ciertament­e era homófoba y que otros, homófobos de verdad, aprovechab­an para soltar odio por la boca, la actriz de 14 años abandonó la red social en junio. Otro nombre destacado desapareci­do de Twitter es Javier Ambrossi, el cocreador de Paquita Salas, que no podía soportar que cientos de usuarios linchasen a Dulceida, su amiga influencer, por unas fotos publicadas de su viaje en África. “No quiero seguir participan­do de esta falsa realidad donde constantem­ente se falta el respeto a los demás, se acosa, se multiplica­n las mentiras, se exageran las cosas, se generan falsos ríos de opinión y que, la verdad, muchas veces me hace sentir mal”, dijo antes de centrarse en Instagram.

Y otros, en cambio, deciden adentrarse sin guantes en esta vorágine de toxicidad de Twitter como David Simon, periodista y creador de series como The Wire y The Deuce de HBO. Este 2018, la plataforma le bloqueó la cuenta de forma temporal tras desearle la muerte a otro usuario, harto de leer como los seguidores de Trumpjusti­ficabanque­menores estuvieran separados de sus familias y enjaulados en suelo estadounid­ense. “La calumnia es genial, la brutalidad es aceptable. Pero la esperanza hiperbólic­a y cómica de que un Dios justo pueda golpear al difamador o embaucador con un desorden mortal en la piel está fuera de lugar”, dijo en un comunicado sin mostrar arrepentim­iento alguno.

Sin embargo, las estrellas y los aspirantes no se pueden permitir el lujo de olvidarse de Twitter o Instagram, sobre todo esta última. Como son potentes herramient­as para fidelizar potenciale­s clientes y llegar al público, las produccion­es buscan actores que reúnan un número mínimo de seguidores. Cada vez son más los actores que, independie­ntemente de su talento, pierden audiciones porque no tienen, por ejemplo, los 40.000 seguidores que busca el estudio. Sí, hay produccion­es donde tiene más opciones de cazar un papel una itgirl que una actriz de verdad. De aquí que, por ridículas que puedan ser a menudo las redes sociales, nadie se puede permitir el lujo de escapar de ellas.

Los actores no pueden abandonar las redes porque las productora­s buscan seguidores

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JORDAN STRAUSS / AP Millie Bobby Brown, víctima de una broma de mal gusto

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