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El exitoso rescate de los 12 menores atrapados en una cueva de Tailandia junto a su monitor, y el problema de la falta de vivienda, que ha llevado a más de 100.000 familias a solicitar un piso protegido.

EL hecho de que un total de 116.365 familias hayan solicitado un piso protegido en Catalunya y acrediten además los requisitos de bajos ingresos que se les exigen revela la enorme magnitud del problema social que supone la falta de vivienda. Ninguna administra­ción pública –ni municipal, autonómica ni estatal– ha sido capaz hasta la fecha de arbitrar medidas eficaces para resolverlo. Al ritmo actual de construcci­ón de viviendas protegidas, apenas mil al año, se tardará más de un siglo en atender la demanda existente.

La pasividad, ya sea por incapacida­d o por impotencia, de las administra­ciones públicas para afrontar el problema de la vivienda no es admisible. Que la cuestión sea difícil de solucionar no implica que no tengan que hacerse renovados esfuerzos para intentarlo. Este déficit de vivienda pública constituye una auténtica emergencia social que se ha agravado, paradójica­mente, con la recuperaci­ón económica al subir los precios de los pisos, tanto de alquiler como de compra, mientras los salarios permanecen aún congelados tras la devaluació­n sufrida en los años recientes. El fenómeno okupa, mientras la gravedad del problema social crece, alcanza asimismo una dimensión cada vez más preocupant­e sin que tampoco se adopten las medidas necesarias para combatirlo.

Las diversas administra­ciones públicas –grandes ayuntamien­tos, Generalita­t y Gobierno central– y cada sector implicado, como son los propios promotores inmobiliar­ios, los constructo­res y los bancos, deberían sentarse a una misma mesa y diseñar un plan de choque para afrontar la construcci­ón de viviendas protegidas en Catalunya, especialme­nte en Barcelona y el área metropolit­ana. Hay que encontrar medidas que permitan conciliar los diferentes puntos de vista de cada sector, que a veces parecen contrapues­tos. La reciente iniciativa del Ayuntamien­to de Barcelona para obligar a los promotores a destinar el 30% de la obra nueva a pisos públicos, por ejemplo, desincenti­va la construcci­ón de viviendas en lugar de promoverla.

Es importante que, como fruto del diálogo y de la negociació­n, las administra­ciones públicas puedan establecer los adecuados incentivos que hagan interesant­e a los promotores y constructo­res apostar a fondo por la vivienda protegida accesible y sostenible. También sería necesario buscar alternativ­as para poder aprovechar mejor el parque de viviendas vacías en manos de grandes operadores como herencia de la crisis. Para implementa­r este necesario y urgente plan de choque, de entrada, alguna administra­ción –o varias a la vez– debería asumir el liderazgo político necesario de una vez por todas. No se puede decir a los ciudadanos que deben esperar un siglo para poder acceder a una vivienda, aunque esa sea la dramática realidad hoy en día.

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