Una pesadilla con final feliz
DOCE menores tailandeses y su entrenador quedaron atrapados en una cueva el pasado 23 de junio. Ayer, tras tres días de operaciones de salvamento, los últimos cuatro jóvenes y el monitor pudieron ser rescatados y se puso así un feliz punto final a una pesadilla que ha mantenido en vilo a cientos de millones de personas en todo el mundo. “No sabemos si esto es un milagro, ciencia o qué. Los trece jabalíes están fuera de la cueva”, escribía la unidad Seal de la Marina tailandesa en su página de Facebook. Sin embargo, lamentablemente,hayquerecordarqueunbuzovoluntariotailandés murió el pasado jueves en las labores de preparación de la evacuación.
Ha sido un rescate global –han participado expertos y voluntarios de diversos países– seguido minuto a minuto gracias a la televisión y a las redes sociales. Un drama con final feliz que recuerda el rescate de los 33 mineros chilenos atrapados dos meses en el fondo de una mina en el año 2010. Gestas como esa del desierto de Atacama y la de la cueva tailandesa son las que nos reconcilian con el ser humano al poner en su verdadero lugar valores como la solidaridad, el altruismo, el trabajo en equipo, la lucha contra las dificultades para lograr un objetivo tan importante como salvar vidas.
El de la cueva tailandesa ha sido, como decíamos, un rescate global. Las autoridades del país y las familias afectadas han contado no sólo con el apoyo y la colaboración de diversos países sino con la solidaridad de ciudadanos de todo el planeta. Decenas de buzos de numerosos países –entre ellos uno español– se presentaron voluntarios para participar en las labores de rescate, unos a título personal y otros en nombre de diversas organizaciones. Del mismo modo, psicólogos, espeleólogos, médicos y pediatras se ofrecieron por si su aportación era necesaria. Y miles de ciudadanos tailandeses se presentaron ante la boca de la cueva no para satisfacer una morbosa curiosidad sino para ayudar ofreciendo tiendas, comida, camas y todo lo necesario a los equipos de rescate.
En esta ocasión, además, se ha logrado que la larga operación de salvamento no se convirtiera en un show mediático de tintes amarillistas. No ha habido filtraciones de los equipos de rescate, la información ha sido suministrada por las autoridades oficiales, que establecieron un “cordón sanitario” precisamente para evitar fugas de noticias que pudieran perjudicar la operación o que dañaran la sensibilidad de las familias. Incluso fueron decomisados algunos drones usados por medios informativos para intentar captar imágenes. Se ha sabido preservar la identidad de los menores así que iban siendo rescatados, de modo que ni sus familias sabían si ya habían salido de la cueva hasta que eran ingresados en una zona de aislamiento de un hospital en cuarentena para evitar el riesgo de infecciones, aunque el estado general de todos ellos es bueno.
En este contexto hay que destacar el apoyo que los padresbrindaronalentrenador–acusadoenalgunosmedios de imprudencia por permitir la entrada de los menores en la cueva– después de que este les pidiera disculpas por la situación que vivían. Ni un reproche, ni una crítica. “No se culpe. Salgan todos”, fue la respuesta de las familias.
Los Jabalíes Salvajes y su entrenador podrán volver a practicar su deporte favorito en breve –aunque no podrán asistir a la final del Mundial a la que les había invitado la FIFA– gracias a la profesionalidad, la solidaridad y el trabajo de cientos de personas de diversas nacionalidades que se empeñaron en que esta dramática historia global tuviera un final feliz. Y lo han conseguido.