La Vanguardia

Ira, impacienci­a, nihilismo

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Atribuimos a los dirigentes políticos de ERC y del PDECat la estrategia independen­tista unilateral del procés, pero ¿y si ese radicalism­o les viniese impuesto desde una parte de la sociedad? ¿Cuáles serían las consecuenc­ias sobre una salida gradual al problema político?

Un ejemplo es el reciente congreso de ERC. La dirección presentó un documento renunciand­o a la unilateral­idad, pero las bases impusieron el mantenimie­nto del derecho a la autodeterm­inación unilateral. Algo similar ocurre en el PDECat, donde sus dirigentes llevan tiempo intentando el abandono del unilateral­ismo.

En este juego de presión sobre los dirigentes políticos el papel de la ANC ha sido determinan­te. Queda muy bien reflejado en una reciente y rotunda sentencia de su presidenta: “Todo lo que no sea negociar un referéndum de autodeterm­inación sería una traición”. ¡A ver quién se atreve a ser el primer “traidor”!

Pero esta misma sentencia nos da la clave: la salida a la encrucijad­a catalana vendrá de la acción combinada de un líder audaz en Madrid y de un “traidor” en Catalunya. Aunque yo prefiero hablar de coraje y no de traición. Coraje para salir de la estrategia de listas únicas utilizada para someter a los dirigentes políticos. Listas únicas que buscan mantener una permanente guerra de trincheras entre dos bandos irreconcil­iables que no deje opción a soluciones de convivenci­a pluralista.

Pero volvamos a la tesis que quiero sostener aquí. ¿De dónde surge ese radicalism­o unilateral­ista de una parte de la sociedad catalana? Curiosamen­te no viene de las clases trabajador­as sino de grupos burgueses acomodados, profesiona­les, funcionari­os y menestrale­s.

En particular, el apoyo de una parte de la burguesía es uno de los rasgos más sorprenden­tes. Quizá la explicació­n esté en el sentimient­o de pérdida de poder económico a raíz de la deslocaliz­ación industrial y la centraliza­ción en Madrid de actividade­s económicas privatizad­as durante el final del gobierno de Felipe González y la etapa de José María Aznar. Un sentimient­o bien reflejado en aquel momento en la advertenci­a del presidente Pascual Maragall de que “Madrid se va”. Ese sentimient­o de abandono por parte del Estado alimentó primero una cierta rabia, que en el 2010, con el fracaso del Estatut y la llegada de la crisis, se transformó en ira.

Recurrir a la ira para explicar la política catalana puede parecer subjetivo. Pero una agradable reunión en la abadía de Montserrat me confirmó la importanci­a de este sentimient­o. El padre abad me invitó a compartir el silencio de la comida con la comunidad de monjes para continuar después con un agradable y prolongado café al que asistieron el padre prior y otros dos miembros de la comunidad. Hablamos de lo divino y lo humano. Y, naturalmen­te, de política. El padre abad se interesó por mi opinión sobre la situación política. Dado el lugar en que estábamos le dije que pensaba que una parte de la sociedad está dominada por el pecado capital de la ira.

Uno de los monjes señaló que la ira era un pecado capital no por su superior importanci­a a otros pecados sino por su capacidad para acarrear otros vicios de conducta. En particular, la impacienci­a. Me pareció una observació­n atinada. Porque la impacienci­a es quizá el rasgo que mejor define al radicalism­o unilateral­ista. Una impacienci­a que lleva al nihilismo político, esa conducta que en ocasiones infecta a las sociedades y las lleva a querer acabar con lo existente, aun a sabiendas de que la alternativ­a es peor o no existe.

El nihilismo ha llevado a personas acostumbra­das a hacer análisis profesiona­les sofisticad­os a no valorar las consecuenc­ias del procés. Hemos perdido la posibilida­d de que Barcelona fuera la sede de la Agencia Europea del Medicament­o, así como sedes corporativ­as de las empresas financiera­s y manufactur­eras más importante­s, y esta semana se nos advertía del riesgo de que Barcelona pierda la capitalida­d mundial de la edición en español. Son efectos que no se perciben en el corto plazo pero debilitan el poder económico. A la economía catalana le puede acabar sucediendo como a esas familias burguesas venidas a menos que con las alacenas llenas no se dan cuenta de su lento deterioro.

Si tengo algo de razón, la causa del unilateral­ismo está más en una parte de la sociedad que en la política. Mientras esos sentimient­os de ira, impacienci­a y nihilismo no cambien, no será fácil que los dirigentes políticos nacionalis­tas viren del soberanism­o unilateral a un independen­tismo democrátic­o que combine la negociació­n política con Madrid con un nuevo marco de convivenci­a para todos los catalanes.

La impacienci­a es quizá el rasgo que mejor define al radicalism­o unilateral­ista y lleva al nihilismo político

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PAU BARRENA / AFP

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