Noches singulares
Nits de Clàssica
Intérpretes: Isabelle Faust, violín; Alexander Melnikov, fortepiano
Lugar y fecha: Museu d’Art de Girona (1/VIII)
Hay que concluir que algunos de estos conciertos del verano son a veces, cuando las coordenadas lo permiten, ocasiones únicas, incluso con los mismos intérpretes que escuchamos en temporada.
Son espacios como más experimentales para los músicos, más naturales, con ambientes determinados por un entorno singular, en este caso el Retaule de Bernat Martorell presidiendo el escenario, entre otras maravillas rodeando al espectador. Pero además, las dimensiones de la sala facilitaron que las sonatas de Mozart fuesen interpretadas con un fortepiano de época (copia de un original Walter de que disponía el compositor, aunque un modelo unos años posterior) y con el magnífico Stradivarius que utiliza Faust, cedido por L-Bank Baden-Wurthemberg, creo incluso que con cuerdas de tripa, a juzgar por el sonido y las constantes afinaciones a que se vio obligada.
En este sentido caben digresiones: frente a la ya definida personalidad del violín en aquellos años de Mozart, el fortepiano era un work in progress que se iba modificando constantemente, agregando teclas, fortaleciendo su estructura, hasta que llegamos al piano actual que redondea su personalidad sonora.
Me da la sensación de que Faust toca más a gusto con la sonoridad del piano actual, pero, claro está, tocado por el sutil Melnikov, tal como se ha visto recientemente en el Palau de la Música.
No obstante, en este sentido de oposición forte-piano propio del Walter de Mozart, Melnikov no dudó en dar fuerza, robustez y gran presencia al registro bajo, que a veces oscurecía pasajes más sutiles de las notas agudas.
La última pieza del programa, la Sonata n.º 17, ofrece posibilidades claras para ejercitar este contraste de dinámicas que dio nombre al instrumento de aquellos tiempos. Pero no todo fue contraste, sino que ambos intérpretes dieron muestra de su sensibilidad en los matices, con pasajes muy delicados en la dinámica y eficaces en la articulación, especialmente en la versión elocuente y vital del Allegro de la Sonata n.º 27.
El concierto comenzó con las Sonatas n.º 18 y 33, especialmente marcadas en la interpretación por la fuerza expresiva de esta última que, como bien señalan las notas de J. Pérez Senz, anuncian el romanticismo beethoveniano.