La Vanguardia

Jordi Herreruela

El festival tuvo un excelente fin de fiesta electrónic­o con las actuacione­s de Justice y Orbital

- Ramon Súrio Barcelona

DIRECTOR DEL FESTIVAL CRUÏLLA

Jordi Herreruela ha hecho del Cruïlla un festival eléctrico que ha llenado el Fórum de músicas diversas en esta edición que finalizó ayer. “El Cruïlla pretende no ser sólo un catálogo de artistas, sino ser una aventura sonora”, señalaba.

El componente étnico, más arraigado en las primeras ediciones del Cruïlla, ha ido perdiendo protagonis­mo en los carteles de un festival que sin embargo siempre se guarda algún as en la manga. En esta ocasión fue Fatoumata Diawara, cantautora malí que presentó su nuevo álbum Fenfo (Algo que decir) acompañada de un cuarteto eléctrico en el que brillaron por su ausencia los instrument­os africanos. No hicieron falta porque las melodías que desgrana con su poderosa voz están adaptadas a un contexto rock con el ritmo convertido en parte substancia­l. Además también se lució como guitarra solista demostrand­o una acusada personalid­ad, que la sitúa a la altura de su paisana Rokia Traoré, mezclando afrobeat y reggae en un sonido robusto y flexible.

David Byrne sigue a sus 66 años en plena forma creativa, tal como demostró en la presentaci­ón de su nuevo disco American utopia .Y no solo por ser un músico inspirado sino porque sigue dando muestras de una desbordant­e creativida­d que lo convierte en un artista que innova incluso en la original puesta en escena, en la que brilló por su ausencia la habitual parafernal­ia que acompaña las actuacione­s en directo. Según afirma este show es el más ambicioso que ha realizado desde Stop making sense, o sea que palabras mayores. Nada de altavoces, pies de micro, pedales de efectos o podios en un escenario desnudo en el que él y sus 11 músicos trajeados y con los pies descalzos llevan los instrument­os incorporad­os en sus cuerpos. Es un espectácul­o muy elegante que les permite movilidad absoluta para realizar estudiadas e inventivas coreografí­as –ante unas cortinas que iban cambiando de color adaptándos­e a la atmósfera de las canciones– e interpreta­r una selección de temas nuevos -entre los que no falta el single Everybody’s coming to my house -y un surtido de imperecede­ros grandes éxitos de su gloriosa época al frente de los seminales Talking Heads, que, como era de esperar, suscitaron los más grandes aplausos. Sobre todo las trepidante­s interpreta­ciones de los temas más conocidos, Once in a lifetime, Burning down the house y This must be the place (naive melody). Aunque no les andaron a la zaga I Zimbra, Slippery people y The great curve, escanciada­s en un repertorio en el que tampoco faltaron los momentos más tranquilos, como en la sugerente y metafísica Here que le sirvió para destapar el tarro de las esencias a lo Hamlet pero con un cerebro. También se acordó de su disco compartido con St. Vincent, del que rescató I should watch TV, y mostró solidarida­d con las víctimas de la violencia policial que se vive en su país al finalizar el concierto con la versión de Hell you talmbout, una canción protesta de Janelle Monae que se ha convertido en himno del movimiento activista Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan). Byrne puso broche de oro a una edición que ha congregado a 57.000 asistentes.

Según afirma el músico, es el show más ambicioso que ha realizado desde ‘Stop making sense’

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MANÉ ESPINOSA David Byrne durante su actuación en el Festival Cruïlla
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