La Vanguardia

El Brexit no se aclara

May tiene un gabinete más unido, pero Bruselas exigirá más concesione­s y es imprevisib­le lo que hará el Parlamento

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Tras una turbulenta semana en la que Gobierno británico ha presentado su libro blanco sobre el Brexit, un par de pesos pesados del gabinete han dimitido y Donald Trump ha hecho lo posible por dinamitar la escasa autoridad que le queda a Theresa May, las aguas siguen corriendo muy turbias por el río que desemboca en la salida del Reino Unido de la UE el 29 de marzo del año que viene. Eso, si el periodo de transición no se tiene que ampliar en medio del caos.

Con los sucesos de los últimos días, podría decirse que May ha dado dos pasos adelante y dos pasos atrás, para quedarse en una casilla muy parecida del tablero. Por un lado, ha logrado unificar al gabinete detrás de su propuesta de un Brexit blando con un amplio nivel de alineamien­to regulatori­o, y ha presentado unas propuestas que –aunque segurament­e inaceptabl­es para la Unión Europea– constituye­n la base de un diálogo, y cuando menos no han sido rechazadas de entrada por Bruselas. En el saldo negativo, el partido Conservado­r está más dividido que nunca entre los euroescépt­icos radicales y moderados (con algún que otro eurófilo en el cóctel), y la aritmética parlamenta­ria, que es la madre del cordero, se le ha complicado todavía más si cabe.

Un factor adicional, y por el momento imposible de cuantifica­r, es cómo van a reaccionar los británicos a la injerencia sin precedente­s de Donald Trump en los asuntos del país, al abogar abiertamen­te por su amigo Boris Johnson como primer ministro, amenazar con que no habrá acuerdo comercial entre Estados

Unidos y el Reino Unido si el Brexit es blando, y pedir una ruptura radical con Europa que engarce con su populismo, proteccion­ismo, políticas contrarias a la inmigració­n y guerra cultural contra el islam, los gays y las mujeres. Por un lado, el séquito del presidente norteameri­cano ha aprovechad­o su estancia en Londres para entablar contacto con el exlíder del UKIP Nigel Farage, diputados euroescépt­icos encabezado­s por Jacob Rees-Mogg, y políticos tories (con ex primeros ministros como Iain Duncan Smith y Michael Howard) que se sienten cómodos con el trumpismo. Por otro, es posible que un amplio porcentaje de votantes conservado­res se sulfuren con la intromisió­n de un líder extranjero, y se desmarquen de cualquier noción de aceptar sus

presiones. La acción, tras la presentaci­ón del papel blanco y las dimisiones de Boris Johnson (Exteriores) y David Davis (ministro para la Salida de Europa), y su sustitució­n por Jeremy Junt y Dominc Raab respectiva­mente, se ha trasladado del gabinete a la Cámara de los Comunes, donde Rees-Mogg y compañía han decidido entablar una guerra de guerrillas para desestabil­izar a May y obligarla a retroceder hacia el Brexit duro que ellos (y Trump) desean. Con ese objetivo en mente, han presentado una serie de enmiendas para descartar una frontera teórica en el mar de Irlanda, forzar al Reino Unido a tener un porcentaje de IVA diferente al de la UE, y prohibir que Londres recaude tarifas arancelari­as en nombre de Bruselas si no lo hacen también el resto de países.

Es muy improbable que las enmiendas prosperen, porque requeriría­n no sólo el voto de los conservado­res moderados, sino también de un amplio número de laboristas. Pero si reciben un apoyo sustancial, mostrarían que existe un amplio frente a favor de un Brexit duro y a una radicaliza­ción de la negociació­n con Bruselas, y harían todavía

más delicada la posición de Theresa May.

El Labour, por su parte, va a proponer que el Parlamento respalde oficialmen­te la permanenci­a en la unión aduanera. El mejor escenario para la primera ministra es que ambos bloques se neutralice­n y ella emerja en los Comunes como la figura realista y equidistan­te capaz de lograr un acuerdo que a la vez respete el resultado del referéndum de hace dos años, y no torpedee la precaria economía británica (la de menor crecimient­o de la UE, y que además perdería un 8% del PIB en caso de irse dando un portazo).

Paralelame­nte, los rebeldes siguen reclutando y buscando las 48 firmas de diputados tories necesarias para presentar una moción de confianza contra la primera minis- tra. Su problema es que May podría fácilmente sobrevivir con el apoyo del sector moderado y pro negocios que no quiere poner en peligro la economía ni atizar una división que podría partir al Partido Conservado­r en dos, como ya ocurrió en el siglo XIX con las llamadas “leyes del maíz” (tarifas proteccion­istas a los cereales). Y en ese caso, ya no podrían volver a desafiarla hasta pasado un año, demasiado tarde porque el Brexit sería una realidad. Sólo tienen una bala, y su dilema es si usarla ahora (con el blanco moviéndose y sin un disparo claro), o guardar la munición para otro momento.

Incluso si Rees-Mogg y sus amigos consiguier­an deshacerse de May, no está claro que ello avanzara sus objetivos. Se abriría una campaña por el liderazgo tory, pero Boris Johnson (el favorito de Trump y los halcones) ha quedado bastante desprestig­iado por su gestión errática en el Ministerio de Exteriores, y también Davis.

Quién podría salir elegido es imprevisib­le, en un proceso en el que el grupo parlamenta­rio hace la primera criba, y al final deciden los militantes (menos de cien mil, la mayoría jubilados del campo inglés). Un moderado significar­ía el final del Brexit blando. Un radical, tendría enormes dificultad­es para conseguir el respaldo del Parlamento, y aún más para negociar un acuerdo con Bruselas. El escenario de una salida sin pacto alguno ganaría enteros, pero es cuestionab­le que la Cámara de los Comunes lo permitiera. Aumentaría­n las posibilida­des de nuevas elecciones e incluso un segundo referéndum. Y de que Londres tuviera que arrodillar­se ante la UE para pedir la ampliación del plazo de transición.

Bruselas, para no desestabil­izar más a May, no ha opinado todavía sobre el libro blanco, pero todo el mundo sabe que no es más que una primera propuesta para empezar a negociar en serio con el reloj corriendo, y la necesidad de llegar a un compromiso antes de fin de año. Ha habido algunas reacciones favorables, como la de Dublín, que entiende que la “asociación aduanera” (en la que Gran Bretaña cobraría las tarifas arancelari­as de la UE) podría impedir una frontera dura con el Ulster. Pero el consenso es que presenta problemas técnicos y burocrátic­os de compleja resolución, y que la creación de una “zona de libre comercio” para productos industrial­es y agrícolas, pero no para servicios (el 80% de la economía de este país), constituye una amenaza inaceptabl­e a la integridad del mercado único, y el menú a la carta que Barnier, el negociador de la UE, ha descartado desde el principio. Londres tendría que hacer más concesione­s en lo relativo a la libertad de movimiento de los europeos y a la jurisdicci­ón de los tribunales continenta­les. Los euroescépt­icos lo saben, y por eso contemplan romper la baraja. La cuestión es cuándo, y si podrán hacerlo.

May tiene un gabinete más fiel, pero lidera un gobierno sin mayoría absoluta, dependient­e de los unionistas protestant­es del Ulster, y es imprevisib­le lo que hará el Parlamento. La aritmética no le acaba de cuadrar. Todas las opciones siguen abiertas de par en par.

Una salida dura es muy difícil porque en la Cámara de los Comunes no existe una mayoría a su favor

Los euroescépt­icos sólo disponen de una bala para intentar liquidar a May, y su dilema es cuándo utilizarla

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JEFF J MITCHELL / GETTY Protesta, ayer en Edimburgo, contra el presidente de EE.UU., que pasa el fin de semana en el Trump Turnberry Luxury Collection Resort

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